26 de julio 2023
Hace cincuenta años Héctor J. Cámpora ganó las elecciones presidenciales argentinas bajo la proclama de “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. En efecto, tras su triunfo electoral de marzo, liderando al Frente Justicialista de Liberación (FREJULI), presentó su dimisión en julio de manera que Juan D. Perón pudo ser candidato en los comicios de septiembre del mismo año que lo devolvieron a la presidencia después de haber sido desalojado del poder por un golpe de Estado 18 años antes.
En España, dos años después, en noviembre de 1975, el franquismo que se resistía a dejar el poder se refería a que todo había quedado “atado y bien atado” gracias a la supuesta continuidad que garantizaría el nuevo monarca. Sin embargo, aquella clase política se desmoronó en cuestión de meses como un castillo de naipes.
Durante décadas, en México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) pergeñó una forma de continuismo bajo la figura del “tapado”. Una candidatura concebida en la cúpula dirigente del régimen político para perpetuarse en el poder a través de un esquema inédito de continuismo con figuras presidenciales que hacían perfectamente el juego al establecimiento.
La pulsión por mantener el poder de manera vicaria es un asunto añejo que está presente en la política incluso cuando esta adopta formas democráticas de gobierno en las que hay un mínimo de competencia asegurada. En la mayoría de los casos se trata de lograr la continuidad de un proyecto político que suele estar vinculado con un caudillo que dice respetar la formalidad de la cláusula de la no reelección, pero que termina teniendo el control de la situación entre las bambalinas.
En América Latina, en las dos últimas décadas el número de escenarios en los que se han dado circunstancias similares afectan a la mitad de sus países. En Argentina, Néstor Kirchner auspició a Cristina Fernández; en Brasil, Lula da Silva lo hizo con Dilma Rousseff; en Colombia, Álvaro Uribe con Juan Manuel Santos; en Ecuador, Rafael Correa con Lenin Moreno; en Bolivia, Evo Morales con Luís Arce; en Paraguay los presidentes del Partido Colorado lo han hecho con sus conmilitones. Cierto que en Colombia, Ecuador y Bolivia el previsto continuismo no se dio campando los elegidos con un programa propio que incluso llevó a la ruptura con los patriarcas, pero la señal enviada al electorado era inequívoca.
Sin embargo, hay situaciones en las que el ejercicio sustitutorio conlleva la cobertura de una incapacidad física o legal para la acción del poder. El protagonista que está impedido para llevarla a cabo designa en el lecho de muerte al sucesor (Hugo Chávez en Nicolás Maduro) o se hace en los prolegómenos de la campaña electoral de quien no puede competir en ella (son los casos de Cristina Fernández y Alberto Fernández en Argentina; Vladimir Cerrón y Pedro Castillo en Perú; Mel Zelaya y Xiomara Castro en Honduras).
Esta propensión al sostenimiento en la sombra del poder político constituye un freno al desarrollo de la democracia en su aspecto de competencia real y efectiva entre opciones distintas. Al perseverar actores que instrumentalizan a otros para la consecución de sus objetivos la endogamia está garantizada. También supone un entorpecimiento a la alternancia y consolida la idea de la existencia de una elite enquistada que hace todo lo posible por seguir al mando. Por último, contribuye a la desinstitucionalización de la política al introducir el uso de prácticas informales o de interpretaciones fraudulentas de las reglas existentes.
La actualidad política en América Latina ofrece ahora mismo ejemplos de este ejercicio vicario del poder que oculta una práctica espuria de la liza abierta en Brasil, Ecuador, El Salvador y México. Se trata de casos distintos que, no obstante, comportan elementos de los observados más arriba que refuerzan la perversión del juego implementado.
El Tribunal Supremo Electoral de Brasil ha inhabilitado a Jair Bolsonaro hasta 2030, de manera que no podrá ser candidato hasta entonces, pero ello ha traído consigo la inmediata propuesta de que sea su esposa Michelle quien sea próxima candidata. En las elecciones presidenciales ecuatorianas del 20 de agosto, Rafael Correa, también inhabilitado para concurrir, ha apostado por la candidatura a la presidencia de Luisa González por el Movimiento Revolución Ciudadana quien, tras denunciar la traición que a su juicio cometió Lenin Moreno, de momento ha afirmado que Rafael Correa “será uno de sus principales asesores [pero] nunca le ofrecería un indulto”.
En El Salvador, el presidente Nayib Bukele y su vicepresidente han anunciado que dimitirán en diciembre para, según su particular criterio, poderse postular como “nuevos” candidatos en las elecciones de 2024. Por último, Andrés Manuel López Obrador, en un hábil ejercicio de cambio del relato en el movimiento que lidera, ha eliminado de la política mexicana la vieja y tendenciosa práctica del tapado sustituyéndola por la de las “corcholatas”. Intenta así convencer al electorado de que el momento actual del país está signado por la competencia entre las diferentes candidaturas en un proceso en el que él dispone de las reglas pretendiendo asegurar, por otra parte, que su sombra siga estando presente en el futuro.
Son casos diferentes que tienen un denominador común: el mantenimiento del poder en la sombra a toda costa por parte de cierta élite mediante mecanismos vicarios anulando las posibilidades de otras fuerzas políticas y soslayando cualquier dispositivo de control y de rendición de cuentas.
*Texto original publicado por Latinoamérica21