Guillermo Rothschuh Villanueva
20 de septiembre 2015
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Scherer García era una voz nueva —solitaria— desafinaba ante el coro de una prensa venal.
En los tiempos aciagos que vive cierto periodismo —amnésico frente a los desmanes de los poderosos, sin compromiso ético, renuente a la crítica, timorato ante los asedios de los anunciantes, veleidoso y complaciente con quienes detentan los poderes del Estado, especialmente con el Ejecutivo— la posición rectilínea del periodista Julio Scherer García se convierte en ejemplo a seguir. Nadie arriesgó tanto ni confrontó a campo abierto a los reyezuelos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) —encaramados sobre la Silla del Aguila— que Scherer García (7 de abril 1926—7 de enero de 2015). Tal vez sin pretenderlo convirtió su vida profesional en un modelo a seguir. Cuando nadie osaba criticar a los mandatarios mexicanos rompió lanzas en octubre de 1968, quedarse callado hubiese supuesto avalar la matanza de Tlatelolco. Su figura se irguió llevando un nuevo sabor a la sociedad mexicana. Con entereza rompió el pacto explícito entre la prensa mexicana y Los Pinos. Nadie podía cuestionar al gobernante. Scherer García dio por terminado el contrato. Clausuró la puerta del servilismo.
Decidió conducir el ejercicio del periodismo por otros caminos. Desistió que Excélsior —el diario de mayor reputación en México y con idéntico prestigio en el resto de América Latina— continuase comportándose como un eco multiplicado del discurso gubernamental. La trayectoria profesional de Scherer García expresa como pocos el aforismo que los presidentes pasan y los periodistas quedan. Un itinerario lleno de tribulaciones, asperezas, traiciones, amenazas, acusaciones dolosas, zancadillas, ofertas de compra descaradas y cooptaciones recurrentes. Por mucho que los gobernantes quisieron redefinir la línea informativa y editorial de Excélsior —cuando era su director— jamás pudieron lograrlo. Los primeros embates descarados provinieron del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Con la intención de mediatizar el compromiso del diario le preguntó si continuaría “en su línea de traición a las instituciones del país”. Scherer García le mostró una cajetilla de fósforo y le dijo: Lo que usted ve no lo veo yo y lo que yo veo no lo ve usted. Lo que ve el gobernado no lo ve el gobernante.
Una de las enseñanzas fecundas de Max Weber en cuanto a afinidades y diferencias entre periodismo y política viene a ser la manera que explica el desencuentro. El político y el periodista están interesados en la cosa pública. Con una diferencia cualitativa. Al político le interesa perpetuarse en el poder, al periodista cuestionar la forma que se comporta en su conducción. Scherer García tenía claro este dilema. Su segundo y mayor encontronazo fue con el presidente Miguel Echeverría. El mandatario se desempeñaba como Secretario de Gobernación cuando ocurrió la matanza estudiantil el 2 de octubre de 1968 en La Plaza de las Tres Culturas. La forma que Scherer García confrontó el momento fue decisiva para granjearse la animadversión de Echeverría. Encajado en la Silla del Aguila este se equivocó al tratar de continuar dando órdenes a rajatabla. Con lecciones aprendidas Scherer García tenía “claro que no era función de Excélsior complacer al presidente ni servir al gobierno”. No podía asumir el rito de la adulación al poder. Para trascender en el oficio tenía que asumir su función contralora de los poderes públicos.
Siempre estuvo convencido que un gobierno honrado y una prensa independiente son puntales de la sociedad democrática. Para quienes orbitan desesperados buscando funcionarios públicos con el ánimo de dar a conocer lo que estos están obligados a informar sin conseguirlo, no existe duda que Scherer García se sitúa en las antípodas. Su primera y gran lección fue no identificar “al presidente con la Patria”. Cerradas las puertas del oficialismo el mexicano expone su criterio: “Permanece el periodismo en los seres que viven y en las cosas que son. Su grandeza es la del hombre. Su poesía es la del agua que corre sin agotarse. La existencia cotidiana —vale la pena resaltarlo— era más rica y compleja, más atractiva y dramática, más novedosa y sorprendente que la actividad de Echeverría y el sistema detrás de él y detrás del sistema las legiones y las lisonjas y las frases inauditas consagradas al jefe: Con usted, hasta la abyección señor presidente”. ¿Existirá manera que esto se entienda? ¿Continuarán buscando lo que nunca les darán? ¿Creen que habrá cambios en la política informativa gubernamental? A estas alturas ya no lo creo.
Scherer García era una voz nueva —solitaria— desafinaba ante el coro de una prensa venal. Una voz discordante despertaba sectores adormecidos ante la vocinglería de una prensa que solo cantaba loas al Dios Azteca. El presidente figura intocable. Un nuevo diosillo. Scherer García no se sumó a la vocalización de los vencidos. Entre más crítico y más apegado a los hechos, más creíble. Más lectores. Como recuerda Elena Paniatowska, Scherer García rompió el mito: En el México de los años 50 el periodismo tenía tabúes: el Presidente y su familia, el Ejército y la virgen de Guadalupe. Los grandes medios, especialmente los escritos, y la radio, orientada a la música popular, a las radionovelas, a los concursos banales, y la televisión comercial, que daba sus primeros pasos, se enfocaban en resaltar virtudes, los aciertos y los logros de la Revolución institucionalizada hecha gobierno: mucho PRI-gobierno, poco periodismo, mucha lambisconería, mucha superficialidad y muy poca investigación. Scherer García inaugura el periodismo moderno en México. Un periodismo novedoso. Incómodo para los poderosos siempre ávidos de una prensa entreguista.
Entre más distante y más renuente a las instrucciones llegadas de Los Pinos más vulnerable a las arbitrariedades presidenciales. Si en algo se equivocó Scherer García fue creer que estaba lejos del zarpazo. En 1976 su entrañable compañero de ruta —Vicente Leñero— le preguntó que si no sospechaba ni tenía miedo a lo que estaría fraguando Echeverría. Sobre todo si no temía que acabara con Excélsior. Esa misma pregunta se la había formulado el empresario León Davidoff. Su respuesta había sido: “Excélsior tiene un doble seguro de vida, León, el Premio Nobel de la Paz y la Secretaria General de las Naciones Unidas. Echeverría no se atreverá hacernos nada porque quiere el Nobel y la Secretaria General; son nuestros seguros de vida”. —Nos fallaron nuestros seguros de vida —dice antes de abandonar el restaurante—. Eso fue lo que pasó. Sus logros habían sido tantos en tan poco tiempo, que echado del diario salió catapultado. Lleno de energía con la decisión irrevocable de continuar haciendo nuevo periodismo. Un paso atrás hubiese significado una especie de suicidio. Hoy es definido —aun después de muerto— como el periodista más importante de México.
Tres meses después de ser defenestrado —el 6 de noviembre de 1976— junto a decenas de compañeros convencidos de la idea de renovar la forma de hacer periodismo en México funda Proceso. Fiel a su vocación libertaria Scherer García iniciaba el despegue de una forma distinta de informar y presentar los hechos. Sin vacilación ni concesiones innecesarias. Se había ganado el respeto de la sociedad mexicana. Nunca fue obtuso. Tampoco melindroso. Aparte de su limpia trayectoria en un mundo donde prevalecía el chayote —pariente nauseabundo del venadeo— desplegó energías y volcó entusiasmo. Escribió más de dos docenas de textos imprescindibles para conocer las interioridades de una sociedad convulsa, atada a los caprichos de sus gobernantes, atrapada y sin visos de salir de muertes a mansalva, asesinatos impunes, corrupción galopante, pero sobre todo sin saber cómo enfrentar de manera exitosa el cáncer del narcotráfico. Un tema que incorporó gustoso Scherer García en su amplio repertorio periodístico. Entrevistó —entre otros— a Caro Quintero y Daniel Arizmendi, El Mochaorejas.
La reina del Pacífico/Es hora de contar (2008) sigue siendo para mí un modelo de entrevista. Un texto a medio camino entre el reportaje y el testimonio vertido a través de uno de los géneros más desacreditados del periodismo. La entrevista —al menos como la practican algunos insulsos— se desliza entre la banalidad y la tontería. Scherer García solicitó a Sandra Ávila —inspiradora de La Reina del Sur— le permitiera entrevistarla. Sin llegarla a incriminar le formuló las preguntas más difíciles y todas fueron respondidas. El miasma y la podredumbre salen a flote. Su confesión revalida lo que la sociedad mexicana sabía. El contubernio autoridades-narco no se detiene. Crece y se expande. Hay quienes opinan que entre Scherer García y Sandra Ávila nació un torrente común de simpatía. ¿Cómo no iba admirarle si hasta los incrédulos elogiaron las formas de expresión de la reclusa? Ninguna vulgaridad. La pregunta que cabe hacerse es la condescendencia que mostró Sandra con su entrevistador. Actúo así porque sabía que Scherer García respetaría lo pactado. Algo que jamás deben olvidar los periodistas.
¿A cuenta de qué Scherer García iba a dar la espalda a uno de los temas palpitantes de la sociedad mexicana —el omnipresente narcotráfico— y del mundo entero? ¿Por qué no iba aceptar la invitación que le hiciera de entrevistarle Ismael Mayo Zambada? En México se publican decenas de libros abordando el narco, los narcos y la narco-política. Incorporado como tema ineludible de estudio por sociólogos, novelistas, economistas, cineastas, politólogos, canta-autores, etc. no podía darle la espalda. Al ser cuestionado por haber acudido al llamado del poderoso narcotraficante Scherer García acuñó una frase lapidaria: Si el diablo me ofrece una entrevista voy a los infiernos. Estaba consciente que el presidente Felipe Calderón era quien había llevado al país a una guerra desdichada. Durante la primera semana de abril de 2010, Genaro García Luna —Secretario de Gobernación— dijo a los periodistas que la Procuraduría General de la República debió interrogarme a sabiendas que yo no aportaría revelación alguna que pudiera ser útil a sus captores. Respetuoso de las fuentes afirmó: No soy delator. Él era un periodista con una trayectoria rectilínea.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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