16 de marzo 2016
Un alto porcentaje de personas que deciden abandonar sus países lo hacen por motivos ajenos a su voluntad. Entre las causas están: crisis económicas, persecuciones políticas, conflictos sociales, étnicos y religiosos, falta de empleos, violencia, epidemias, hambrunas, desastres naturales, guerras, revoluciones. Los migrantes internacionales (MI), dejan padres/madres, cónyuges, hijos/hijas, familiares, costumbres y el arraigo atesorado de su país. Emigran con la esperanza de encontrar: un futuro mejor, oportunidades, seguridad, empleo estable, estudios, acceso al sistema de salud, ingresos suficientes para tener mejor vida, ahorrar, enviar dinero a su familia y encontrar un resguardo de paz. En resumen, salen en búsqueda de estabilidad y bienestar económico. Desafortunadamente, son pocos los que logran estas esperanzas.
Toman el riesgo de caminar un calvario, que no termina al llegar al país de destino. La ruta se inicia con los coyotes, que cobran unos US$5 mil dólares (a veces los estafan, o los delatan ante las autoridades), en la ruta sufren asaltos, violaciones y hasta la muerte, y hasta son convertidos en traficantes o criminales. Llegados a su destino, entran en la categoría de ilegales, pernoctan hacinados en casas de familiares, o de amigos, tienen dos empleos, con pagos menores al salario mínimo (por ilegales), y se perpetúa el síndrome de persecución y explotación que tenían en sus países de origen.
Acorde con Naciones Unidas, en 2015 había 250 millones de MI, equivalentes al 3.4% de la población mundial, cifra que creció en el 41% en los últimos 15 años. Los países con mayor número de migrantes son: India, 16 millones; México, 12 millones; Rusia, 11 millones; China, 10 millones. En 2015, el Banco Mundial reportó que la cifra de remesas generadas fue de US$608 mil millones anuales, cantidad 3 veces mayor a la Asistencia Oficial para el Desarrollo, y significativa para las divisas de los países receptores. Dos aspectos adicionales al beneficio de las remesas, son el concepto transcultural del migrante, que al retornar al país ha adquirido educación, experiencia laboral, y respeto a las leyes, y la huella de su cultura marcada en el país donde emigraron.
Los MI en Latinoamérica suman 57.5 millones, el 85% en países de altos ingresos. Las remesas recibidas en 2014 fueron US$65.400 millones. La mayor parte son de México, Colombia, Brasil, y Ecuador. Nicaragua tiene cerca de 1.2 millones de MI (cerca del 20% de la población), ubicados en: EEUU 53.6%; Costa Rica 23.4%; España 7.5%; y 15.5% en otros países. Las remesas de los últimos tres años fueron 9% superiores al PIB, y son gastadas así: 80% en consumos, 11% en ahorros y 9 % en inversiones. El 41% de remesas se concentran en Managua. El ingreso anual per cápita de remesas es de US$190.00, cifra superior al salario mínimo. Los US$1,193 millones de remesas serían más efectivos si se reorientara al ahorro y la inversión. El envío de remesas tiene un costo elevado que varía entre el 5% y el 10%.
Hoy se reconoce que los MI dan un aporte significativo en aspectos económicos, culturales y sociales en los países de origen, tránsito y destino. Las Naciones Unidas (NU) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), han trabajado en la integración de la migración y el desarrollo; la facilitación de la migración y el establecimiento de leyes que protejan a los migrantes. Y se está laborando en proyectos que mejoren su bienestar social y el respeto a sus derechos humanos negado por años.Los beneficiados, el gobierno, los agentes económicos, la academia y la banca multilateral deberían unirse a los esfuerzos de NU y OIM y trabajar en forma proactiva y ágil en un modelo integrado de leyes, derechos humanos, seguridad, y derechos ciudadanos a residentes en países de destino. Además de ser capacitados para cumplir las leyes y responsabilidades, y ejecutar una gestión financiera para optimizar el uso de las remesas.
El migrante nicaragüense es un verdadero peregrino, que busca la Civilización del Amor (Papa Francisco, 13-2-16), su gran causa es el amor a su familia, compartiéndoles al partir su corazón despedazado. En los países en tránsito, expone día tras día su vida, y en el país de destino es recibido con reservas, y una vez asentado, revive con añoranza y tristeza el amor a su país. El estatus ilegal lo persigue como espada de Damocles. Al obtener empleo, se convierte en un ser misericordioso, que piensa en los suyos y de inmediato inicia el envío de remesas.
Lo más lastimoso es el abandono en que está el mayor productor de divisas del país la “exportación de seres humanos”. A veces oímos el siniestro pensar: “que salgan más, así se aumentan las divisas”. Tenemos arquitectos que diseñan la tortura infernal de los MI, autoridades y ciudadanos se alían para le ejecución de este suplicio, semejante al genocidio.
La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega. Sólo comenzando por las familias, acercándonos y abrazando la periferia humana…; involucrando a las comunidades…, las escuelas, las instituciones..., las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada (Papa Francisco, México, 13-2-16).