19 de marzo 2021
En el editorial de La Prensa del 17 de marzo se aborda el problema de la unidad de la Alianza Ciudadana con la Coalición Nacional, con pretensiones, bastante extendidas entre asesores y comentaristas, de darle consejos estratégicos a la oposición tradicional dividida entre ambas agrupaciones, sin tener a este respecto la menor formación estratégica.
Hacer aclaraciones elementales a partir de dicho editorial, puede ayudar a poner sobre rieles un debate metodológico para enfrentar el problema crucial que enfrenta nuestro país en esta fase policíaca de la dictadura orteguista. Una buena aproximación inicial es olvidar a la oposición tradicional, como ya hace la población antidictatorial.
En tal editorial se dice:
“Hace casi siglo y medio, un eminente teórico y estratega político alemán indicó que “cada paso de movimiento real vale más que una docena de programas”. Quería decir que no hay que inventar grandes planes de reestructuración de la sociedad futura que muchas veces ni siquiera se tiene la posibilidad de cumplir, pues así, en vez de facilitar el camino al poder más bien se le complica. Y en el caso actual de Nicaragua, lo que se necesita es un programa mínimo y realista, que sirva para movilizar a la gente y su ejecución sea factible por un gobierno plural que no debe durar más de un período constitucional”.
El editorialista cita a Marx, pero, lo hace a escondidas. No se esconde de la dictadura (porque aquí nunca se ha leído a Marx con atención), sino, que se esconde de sí mismo, porque su discurso, aún citando a Marx, y siendo contrario al marxismo y al movimiento obrero, podría hacerle sospechoso en su medio reaccionario bastante ignorante.
Marx, en la crítica al programa de Gotha (a cuyo texto pertenece la cita), no quería decir eso. Ni mucho menos. Primero, Marx no era un eminente teórico y estratega político alemán a secas. Lo de alemán es intrascendente. El calificativo que corresponde es el de un eminente teórico y estratega político del movimiento obrero internacional. Cuando se cita a Marx, se debe tener la honestidad intelectual de interpretar correctamente su pensamiento, no en cuanto alemán o en cuanto a teórico en abstracto. Marx no es un estratega en abstracto. En política, nadie lo es. Si Marx hubiera querido decir una verdad de Perogrullo, como que los programas que no tienen posibilidad de cumplirse son innecesarios, no sería un teórico ni un estratega político, sino, un tonto cualquiera.
Marx quiso decir, que los programas son para guiar el movimiento real, el avance de las masas obreras en función de los principios del movimiento obrero internacional. Y que, si el movimiento se guía solo, de manera realista, sin algún programa, ello es educativo para el movimiento obrero mundial, porque la conciencia de clase no necesariamente le llega de afuera.
Cuando Marx se refiere a un paso del movimiento real, uno está obligado a ver el significado de lo que es real en el pensamiento de Marx. Se refiere al movimiento social obrero en el contexto histórico de las luchas sociales en cada circunstancia. Apela, refiriéndose a un paso real, a un movimiento dialéctico, consciente, hacia la superación de la contradicción concreta en la sociedad. Es decir, habla de un cambio político progresivo en la correlación de fuerzas sociales. Ello es lo que vale más que una docena de programas, ya que ningún programa debe ser un fin en sí mismo.
No tiene relevancia si el programa de la oposición es largo o corto, simple o complejo. Se trata de que sirva de guía práctica, consciente, con base a principios teóricos, en la realidad contradictoria. Y no es el caso.
La lucha por la libertad no es abstracta, ni está comprendida y limitada enteramente en un programa de transformaciones democráticas de la sociedad, sino que, para un sector oprimido de la sociedad, desprovisto de cualquier propiedad, esta lucha adquiere, además, carácter humano. Lo cual exige transformaciones en la totalidad de la vida humana en la sociedad. La teoría debe estar unida a la práctica social de un sector interesado en la transformación integral de la sociedad en sentido humano. No a la toma del poder por un grupo burocrático (o peor, por un caudillo).
Uno no puede usar la guía de un teórico y de un estratega obrero, para acomodar el pensamiento de éste (ocultando su nombre) en contra del movimiento obrero. Marx no habla de programa mínimo, sino, de programa efectivo (desde el punto de vista de los principios) en las circunstancias concretas, no para movilizar a la gente. ¿Movilizar a qué gente, con qué fin? Un salsero moviliza a la gente: un paso al frente con el pie izquierdo, golpe con el pie derecho, un paso para atrás con el pie izquierdo.
¿Qué programa sería ejecutable por un Gobierno plural? ¿Quién es el estratega programático de un Gobierno plural? Ciertamente no Marx. Obviamente, no hay principios en un gobierno plural. En un Gobierno plural subsisten las contradicciones sociales, y prevalece aquel sector con una mejor correlación de fuerzas, aquel que domina espontáneamente por las bases estructurales de una hegemonía cultural que nace de las relaciones de producción. De tales relaciones sociales, nacen las relaciones jurídicas de la sociedad. Y, en consecuencia, de dichas relaciones nacen los programas de un gobierno plural, a fin que tal Gobierno reproduzca espontáneamente dichas relaciones sociales, que se presentan –de forma alienante- como ideales y como fin último de la sociedad.
Marx, cuando las circunstancias no admiten un programa principista, obrero, habla (en la crítica al programa de Gotha) de un programa de acción o de un plan de organización de la acción conjunta, no de un programa de gobierno plural o de un programa mínimo.
¿Cuánto debe durar un Gobierno plural en un régimen presidencialista? Es una pregunta capciosa, dirigida, por supuesto, a un embaucador que oculta las contradicciones estratégicas, es decir, las contradicciones sociales que no vencen jamás en cuanto a la lucha por el poder, o bien, por el rumbo de la sociedad.
El embaucador dirá lo que se le ocurra, un plazo cualquiera sacado de la bolsa, no de la realidad contradictoria. En este caso, el plazo caprichoso del embaucador —según dice— es un período constitucional. Durante ese tiempo, parece ser que la sociedad estará entre paréntesis, sin conflictos sociales ni políticos en torno al Gobierno y a su función en la reconstrucción de la nación.
Aquí el embaucador no analiza, con algún método, las posibilidades de desarrollo probable de la realidad convulsa, sino, que se va a aplicar la Constitución como si fuese una camisa de fuerza para frenar a la realidad en transformación, o describe el futuro a plazos según sus deseos. La realidad, entonces, para el embaucador, es subjetiva. Ese subjetivismo está a la base de las dictaduras burocráticas, que pronto, por las crisis que generan, adquieren carácter policíaco.
Continúa el editorial sobre la unidad de la oposición tradicional:
“Ahora bien, simplificar un programa no es quitarle importancia, no le reduce calidad democrática ni deja de responder a las aspiraciones de pueblo. En cambio, facilita su difusión, estudio y comprensión, y sobre todo deja abierta la posibilidad de que sea fusionado con el de la otra plataforma opositora, partiendo de que la unidad de la Alianza con la Coalición no está descartada, se podría lograr hasta en el último momento que sea posible”.
¿Qué es la calidad democrática de un programa? Querrá decir que el contenido de las transformaciones democráticas de la sociedad —en dicho programa—19 es de calidad. Pero, lo que corresponde, en política, es si tales transformaciones son posibles y si son las necesarias para avanzar hacia el desarrollo y hacia la modernidad. No hay transformaciones de calidad en abstracto, puesto que las transformaciones son resultado de luchas, además de condiciones materiales que las hacen posibles.
Todo lo que se puede simplificar es porque contiene elementos innecesarios que crean ruido, que confunden. Si aún simplificado el programa de CxL es posible fusionarlo con otros programas rivales, de candidatos de la Coalición, significa que tal programa es sobrancero y, a la vez, incompleto. En consecuencia, las transformaciones democráticas de la sociedad que propone no son necesariamente posibles y, por supuesto, no serían todas las transformaciones necesarias.
Pero, ¿por qué hay programas distintos en organizaciones que se cree que deban unirse? ¿Por qué habría que fusionar los programas para que se dé una unidad entre la Alianza y la Coalición? ¿Por qué es necesaria una unidad programática? ¿A quiénes representan estas agrupaciones? ¿Qué validez tienen tales programas? ¿Desde qué óptica? El editorialista elude lo esencial con abstracciones sobre facilitar la fusión y la difusión del programa (sin hablar del contenido de cara a un objetivo, y a unos principios).
Esa unidad no está descartada, dice el editorialista. Tampoco está descartado cualquier evento inesperado, como un terremoto, pero nadie sensato razona de esta forma, considerando, para extraer conclusiones, lo inesperado, sino, lo que da señales que ocurrirá.
En este caso, para quien tiene alguna preocupación por la unidad de tales agrupaciones, se trata de prever si los intereses divergentes entre ellas son más decisivos que los intereses que podrían unirlas, o si una de ellas tiene razones para imponerse y pueda prescindir de la otra, o si alguien desde el poder podría influir con facilidad para limitar a una de ellas, o para limitar a ambas según le convenga.
La forma de razonar del editorialista de La Prensa, de manera absurda, mágica (de no descartar lo imprevisible), y de dar consejos estratégicos sin estrategia, bastante común en nuestro medio con escaso desarrollo cultural, ayuda a reproducir el orteguismo, aunque Ortega salga por alguna razón de la escena política.
*El autor de este artículo es ingeniero eléctrico