Guillermo Rothschuh Villanueva
2 de julio 2023
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El libro de Ronald Hill Álvarez recoge la verdadera historia de quienes contaron con lujo de detalles sus primeras vivencias, angustias y necesidades
Portada de el libro El Génesis de Nueva Guinea, de Ronald Hill Álvarez. Foto: Confidencial | Tomada de Twitter.
I
Como acontecía en el pasado, los cronistas siguen siendo quienes mejor exponen la historia de nuestros pueblos. Metidos a hurgar en el presente y con la mirada puesta en el futuro, sienten enorme placer de rescatar del olvido a personas y acontecimientos, con la intención de describir el ambiente por el que se mueven y tallar fielmente sus rostros. La iniciativa corresponde a Ronald Hill Álvarez. Desde hace más de una década asumió la condición de cronista oficioso de la Costa Caribe. Su trabajo empieza a germinar. Salió en búsqueda de los verdaderos artífices de la fundación de Nueva Guinea. Los que se adentraron en montaña virgen, con la finalidad de salir de la pobreza y el ostracismo. Mujeres y hombres provenientes de los cuatro puntos cardinales de Nicaragua. Antes que muriesen, deseaba que narraran su llegada a este lgar. Conversa con los pioneros.
Valiosas crónicas dan vida a El génesis de Nueva Guinea, (junio, 2023). Un grupo de héroes anónimos, cuyos nombres jamás serán incorporados en los textos de historia, lanzan una mirada retrospectiva. El tiempo se encargó de redimensionar sus aportes y grandezas. Los olvidados de siempre, convocados por los políticos, una vez que sus luchas les ayudan a conseguir sus objetivos, pasan a un segundo plano. Pocos se acuerdan de ellos. Son quienes plantan la semilla que luego fructifica. El axioma puede comprobarse. Veinte crónicas constituyen el mejor y más grande aporte de Ronald Hill Álvarez. Nos acercan al conocimiento de la historia íntima de Nueva Guinea. Esa que palpita entre bastidores y asoma a la superficie, gracias al temperamento del cronista. Sufrimientos, vicisitudes, alegrías y reveses son referidos en detalle. El cronista nos deja escuchar sus voces.
Diecisiete personas llegaron el 5 de marzo de 1965 al Caribe Sur, en busca de la tierra prometida. Ese día se registra como el acta de nacimiento de Nueva Guinea. Una fecha festiva. Acamparon a orillas del río El Zapote. No todos fueron capaces de resistir el cambio. La sensación de orfandad hizo que 12 desertaran. El ambiente no les pareció propicio para iniciar una nueva forma de vida. La mudanza era sustancial. Lejos del bullicio de las ciudades, metidos en la espesura de la montaña, todo lucía diferente. Ellos forman parte del primer contingente de nicaragüenses que realizaban una migración en sentido contrario. Totalmente distinta. En la historia nacional, las migraciones casi siempre se habían producido del campo a la ciudad. Esta vez los citadinos viajaron a la inversa. Llegaron de ciudades de diferentes rumbos para establecerse en el campo.
Uno de los fundadores de Nueva Guinea, Donald Ríos Obando, cuenta a Hill Álvarez con amargura, el impacto demoledor de asentarse en una zona donde llovía los doce meses del año. Provenían de un clima seco, excepto por la carne de monte, por vez primera no sabían dónde encontrar sus alimentos. Debían proveérselos por su cuenta. No existían comiderías ni restaurantes. El sufrimiento afloró en sus vidas. Acostumbrados a otros hábitos alimenticios, la falta de arroz, frijoles, tortillas, aceite, jabón, sal y azúcar, estremeció sus vértebras. Las provisiones alcanzaron solo para diez días. No contaban con nada para llevarse a la boca. Vivían los dolores del parto. Un nuevo panorama se abría ante sus ojos. La cercanía y confianza depositada en Ronald Hill Álvarez fueron suficientes para que le expusieran estos avatares. Con sus aportes colman un vacío.
Consumidos por los sinsabores que implica el desarraigo, su aflicción era extrema. Carecían de energía eléctrica, no había hospital ni centro de salud. Los recién desembarcados, para asistir a los enfermos debían de realizar a pie, jornadas de seis a siete horas de camino. Empezaron a trazar las calles y a construir las primeras viviendas. La ciudad quedó enmarcada en un espacio de un kilómetro cuadrado. Eran veinte cuadras completas. Todas las calles eran rectas. El cambio vino después. El rediseño se hizo siguiendo la misma forma como eran construidas en los asentamientos israelíes. Las nuevas calles de las colonias iban capeando vaguadas y vertientes. Las construyeron conforme a las curvas de nivel. La redefinición se hizo con el propósito que el curso de las aguas no afectara las construcciones. Una propuesta antagónica al modelo español.
Los pobladores eran portadores de una nueva cultura, su relación con los campesinos repercutiría en sus gustos y necesidades. Su presencia traería cambios. No solo político-demográficos. El sociólogo guatemalteco Mario Monteforte Toledo publicó, a principios de los años setenta del siglo pasado, un formidable ensayo acerca del impacto de los cultivos estacionales, sobre quienes asistían a los cortes de caña, algodón o café. Sería la primera ocasión que recibirían su paga en dinero contante y sonante (en Nueva Guinea al comienzo funcionaba el trueque); defecarían en letrinas, no en el monte; tendrían atención médica en las barracas; asistirían a los cines en las ciudades aledañas; gozarían de energía eléctrica, etc. Al no disponer de ninguno de estos servicios, los fundadores de Nueva Guinea sentían que viajaban hacia atrás, no hacia adelante. Una gran decepción.
Entre 1967 y 1972 los flujos migratorios no pararon. En 1969 se produjo una segunda oleada. Comenzaron a llegar campesinos de las zonas cafetaleras. Los responsables del Instituto Agrario de Nicaragua (IAN) los instalaron en la colonia Jerusalén. Para entonces ya habían pasado cuatro años. Con el terremoto ocurrido en Managua en 1972, llegó la hojarasca. El idilio entre sus pobladores se vio desfondado. Víctor Barrera Duarte recuerda que antes del acontecimiento telúrico, sus pobladores vivían en un remanso de paz. Un paraíso bucólico. Solo en El Tope existía una venta de licor. A los novísimos acreditan haber llevado los billares, putas, juegos de azar y cantinas ruidosas. La mudanza resintió el ánimo de sus moradores. Deseaban estar a salvo de estas manifestaciones. Una pretensión quimérica. En sociedades abiertas, un sueño imposible.
II
Las colonias agrícolas de Nueva Guinea, el proyecto estrella del IAN, fue la respuesta que ensayó el Gobierno, con el propósito de demostrar que estaba interesado en realizar cambios en la tenencia de la tierra. Los barbudos en Cuba dieron el ejemplo, empezaron a distribuir la tierra en cuanto llegaron al poder (1959). La entrega de parcelas se realizó para hacer frente a la presión histórica del campesinado. Al frente del IAN, el presidente René Schick Gutiérrez colocó a Rodolfo Mejía Ubilla, miembro destacado de la Iglesia evangélica. Entre los forjadores de Nueva Guinea sobresalen integrantes de la congregación Bautista, la misma congregación a la que pertenecía el reverendo Miguel Torres Reyes, de grata recordación entre colonos. Comprometió esfuerzos para que obtuvieran todos los beneficios del proyecto, ganándose el corazón de sus pobladores.
La respuesta del somocismo no era más que una maniobra política, no reunía los elementos de una auténtica y verdadera reforma agraria. La estructura de la tierra jamás se vio afectada en Nicaragua. No era esa su intención. Los latifundistas no tenían nada que temer. Los Somoza nunca iban a entrar en contradicción con sus eternos aliados. La iniciativa obedeció a la necesidad de instalar en Nueva Guinea a las víctimas de las inundaciones y muy especialmente a los afectados por las erupciones volcánicas. Eso hicieron con las personas que sufrieron los embates del cerro Negro. La disponibilidad de tierras ubicadas en el Caribe Sur sirvió como válvula de escape. Las exigencias del campesinado leonés se vieron compensadas con la entrega de parcelas. Las dimensiones habían sido previamente establecidas para quienes llegaron a asentarse en la zona.
La distribución gratuita de tierras en el Caribe Sur operó a la vez como un disparador. Aumentó la voracidad de miembros de la nomenclatura somocista. Otra oportunidad para incrementar sus fortunas. No se trataba de tierras comunales, eran tierras del Estado. Esto facilitaba satisfacer su apetito sin enfrentar a los pueblos originarios. Se planteó la posibilidad de crear fincas modelo. Barrera Duarte afirma que el general Anastasio Somoza Debayle deseaba repartirlas entre altos mandos de la Guardia Nacional (GN). El plan se desarrollaría en dos etapas: la primera en Puerto Príncipe y la segunda en el cerro Silva. Al final nunca hubo fincas modelo. Eran latifundios conformados alrededor de las colonias agrícolas. Los fundadores recuerdan que entre las primeras familias favorecidas por Somoza Debayle estaban los Borges, Urcuyo, Thomas, etc.
La Costa Caribe ha sido eternamente acechada por políticos de diferente signo ideológico. Para congraciarse con el líder del liberalismo, general José Santos Zelaya, pusieron su nombre lo que hoy constituye las Regiones Autónomas de la Costa Caribe. El hecho ocurrió después de la llamada Reincorporación de la Mosquitia (1894), ejecutada por fuerzas comandadas por Rigoberto Cabezas Figueroa, quien en su condición de inspector general de armas en la Costa Caribe expulsó a los británicos. En gesto esperado, Zelaya distribuyó las tierras entre sus allegados. En un mapa extendido sobre una mesa, en la redacción de La Prensa, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal mostró la delimitación de enormes parcelas. Pudimos apreciar con nombres y apellidos a los favorecidos. Más allá si las tierras fueron o no ocupadas, se trató de una charanga.
El caso de Cornelio Hüeck Salomon fue emblemático. Barrera Duarte recuerda que el entonces poderoso miembro del séquito del general Somoza Debayle adquirió un latifundio en la zona de Caracito. Ante la arbitrariedad del presidente del Congreso de la República, escribí en La Prensa un artículo de opinión —Colonias del IAN con pujos de Estado— denunciando los abusos cometidos por quien estaba obligado a cumplir con la ley. Su decisión la acompañó elevando a municipio el caserío de El Almendro. El acontecimiento se consumó el 4 de julio de 1974. No contaba con el número de habitantes exigidos por el ordenamiento jurídico nicaragüense. Su hacienda quedaba dentro del perímetro de El Almendro. Creó un entorno a su medida. Nombró a las autoridades políticas y civiles. Todavía estaba instalado en la cúspide del poder.
El otrora secretario del Partido Liberal Nacionalista (PLN) se convirtió en terrateniente. Un mal incurable entre algunos políticos nicaragüenses. El IAN disponía de tierras suficientes para responder a la demanda de reconocidos personeros del somocismo. Cornelio Hüeck Salomon dedicó la hacienda San Francisco del Cascal al engorde de ganado. Aspiraba a transformarla en un emporio ganadero. Nunca lo logró. Una reforma emprendida para supuestamente beneficiar al campesinado, pronto se transformó en algo totalmente distinto. En nuestra historia pasada y reciente, ha quedado en evidencia la fuerte inclinación de algunos políticos por ser dueños de miles de manzanas de tierras. La geofagia es un mal endémico en Nicaragua. La glotonería de políticos y hacendados es impúdica. Jamás logran satisfacer su apetito. Siempre quieren más.
Dialogar con quienes sentaron las bases fundacionales de Nueva Guinea y extender la conversación con personas que hoy trabajan para ganarse el pan nuestro de todos los días, constituye un privilegio. Una experiencia sinigual. Todas las preguntas de Ronald Hill Álvarez fueron respondidas. El investigador debe sentirse halagado. Se asistió de fuentes primarias. Muy pocas personas ofrecen a estas alturas del siglo veintiuno el nombre de la primera persona fallecida en un lugar. (La esposa de Donald Ríos Obando fue la primera mujer en morir y el nombre del primer maestro que tuvieron, Juan López). Además, se trata del primer municipio creado por las autoridades revolucionarias. En 1981 fue elevada a este rango. Su primer alcalde, Donald Ríos Obando. El génesis de Nueva Guinea convierte a Ronald Hill Álvarez en el primer cronista oficioso de la ciudad donde vive.
III
El libro de Ronald Hill Álvarez recoge la verdadera historia de quienes contaron con lujo de detalles sus primeras vivencias, angustias y necesidades. El zootecnista narra desde el mismo momento en que fueron trasladados a Nueva Guinea. Para ofrecernos una mirada de mayor alcance, incorporó el sentir de quienes hoy suman esperanzas e ilusiones. El eco multiplicado de sus voces revela de manera entusiasta, los deseos de convertir a Nueva Guinea en una ciudad próspera. Sienten y declaran con orgullo haber conquistado en cincuenta años, lo que a otras ciudades de Nicaragua ha llevado más de cien. El cronista nos comparte sus historias. Nos cuenta cómo vislumbran el futuro. La nueva carretera a Bluefields alienta infinitas posibilidades. Ya las han empezado a barajar. El génesis de Nueva Guinea constituye un homenaje a sus sueños y realizaciones.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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