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El partido FSLN rojinegro, y el sandinismo revolucionario que no fue

La crisis de los tres sandinismos después de abril 2018 (Segunda parte)

La crisis de los tres sandinismos después de abril 2018. El sandinismo rojinegro es el FSLN. Ese sandinismo echó mano para construir una religión.

José Luis Rocha

23 de julio 2020

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El Sandinismo como ideología es el sandinismo primigenio. Sobre sus cimientos se erigieron otros dos sandinismos: el rojinegro del partido y el sandinismo revolucionario de un proyecto para cambiar el país. El sandinismo rojinegro nació como una organización guerrillera. Desde el momento en que se dividió en tres tendencias, preconizó su potencial fragmentador. No solo fue una organización guerrillera, sino que alcanzó el nivel de movimiento porque con el correr del tiempo su repercusión no se limitó a las acciones de esa organización: en un momento clave, encontrando una fisura en el tiempo de la historia, detonó y lideró la insurrección masiva que derrocó a la dinastía de los Somoza. En el siguiente acto, como ha ocurrido con muchos movimientos, se transformó en otra cosa: un partido político encabezado por señores ahora septuagenarios y octogenarios que nunca dejaron de roer los huesotes de la policía y el ejército, y que se fueron haciendo con otros huesos conforme se los arrancaron a un político venal y hedonista, que hizo el papel de Juan Dundo creyendo ser Pedro Urdemales. Son un grupo de burgueses que prosperaron con la piñata de 1990 y la lluvia de petrodólares del chavismo. Quisieron amasar fortunas que no gozarán porque para ellos el telón caerá antes del tercer acto. Haciendo gárgaras con sus CVs de hombres de armas y tragándose su machismo, aceptaron convertirse en vasallos de Rosario Murillo y fundar el absolutismo del siglo XXI, que presentaron como socialismo del siglo XXI.

El sandinismo rojinegro es el FSLN. Ese sandinismo echó mano del Sandinismo para construir una religión. Para tal cometido lo condimentó con rasgos New Age, consejos del gurú indio Sai Baba, fundamentalismo de evangélicos renacidos, conservadurismo católico y otras hierbas y colores malavenidos en una abigarrada paleta donde el rosachicha sustituyó al rojinegro. Algunos se preguntan qué será de ese sandinismo rojinegro en la era postortegana. Será difícil renovarlo o rescatarlo. No falta quien lo quiera prolongar y convertir en una modalidad de priísmo-, pero cada vez son más los que se sueñan barriendo sus cenizas. Este sandinismo es el que experimenta un mayor declive en sus adeptos. Los ex militantes sandinistas lo llaman danielismo u orteguismo para distinguirlo de las formas del sandinismo que desean rescatar o renovar, aunque sería más apegado a los hechos llamarlo chayismo.

Ese sandinismo rojinegro se traslapa en el tiempo, pero muchos lo distinguen del sandinismo como proyecto revolucionario que lideraron los guerrilleros del FSLN, pero que también asumieron comunistas, socialistas, socialcristianos, liberales y conservadores, pastores evangélicos y monjas y sacerdotes católicos. Muchos se arrimaron a la revolución al aroma de los cohetes triunfales. Algunos miembros de las élites tradicionales lograron así salvar sus propiedades y obtener muchas prerrogativas, como fue demostrado por el sociólogo argentino Carlos Vilas en su ya clásico texto “Asuntos de familia: clases, linajes y política en la Nicaragua contemporánea”. Todos aceptaron la esencia del Sandinismo y no pocos se insertaron formalmente –con carnet de militantes– en el FSLN. Intelectuales sandinistas revolucionarios –que a veces también eran sandinistas rojinegros– estudiaron el Sandinismo e intentaron prolongar y enriquecer esa tradición con otras corrientes ideológicas, desde el liberalismo hasta el marxismo y la teología de la liberación. El antiimperialismo fue un componente clave, pero también lo fue la teorización sobre cómo construir una sociedad más igualitaria. El Sandinismo no se planteó terminar con un sistema de dominación, como sí lo hizo el sandinismo revolucionario. Sergio Ramírez, Gioconda Belli y Fernando y Ernesto Cardenal han dado testimonios sobre ese sandinismo. Mónica Baltodano y Humberto Ortega han escrito historia del sandinismo rojinegro. En todos los textos de ambos grupos hay trasvases de uno a otro sandinismo.

La gran traba del sandinismo revolucionario fue nacer supeditado al sandinismo rojinegro y a sus opciones dictadas a veces por pragmatismo y a veces por ortodoxia stalinista. Con pocas y encomiables excepciones, los sandinistas del proyecto revolucionario aceptaron una reforma agraria extremadamente antiSandinista. Lo fue así la mayor parte de la década de los 80 porque no ponía la tierra en manos de los campesinos, sino del Estado: no seguía el modelo de Sandino, sino el de Stalin. Ni en este ni en otros ámbitos hubo voces dentro del sandinismo revolucionario que impugnaran con ímpetu las políticas del sandinismo rojinegro. Y cuando el sandinismo rojinegro ejecutó una desenfrenada apropiación de bienes del Estado en 1990, el sandinismo revolucionario guardó silencio, con la notable y relativa excepción de Fernando Cardenal, que al frente de la comisión de ética denunció el lucro particular con bienes que debían servir al partido. Lo cierto es que esa “privatización” no se debió haber cometido bajo ningún concepto. Ocurrió porque el proyecto sandinista revolucionario se sometió a los intereses y ambiciones del sandinismo rojinegro y de los individuos que lo integran. La cúpula del FSLN funcionó como el ello freudiano: racionalizó sus deseos para satisfacerlos mejor, autoconvenciéndose de que la continuidad del sandinismo revolucionario solo sería garantizada por medio de una gigantesca dote al sandinismo rojinegro.


A este respecto, la diferencia entre beneficiarios de la piñata sandinistas rojinegros y revolucionarios consiste en que los segundos niegan rotundamente los bienes mal habidos. Por estas y otras razones el sandinismo revolucionario resulta muy sospechoso a quienes jamás fueron sandinistas rojinegros. No dudo que el sandinismo revolucionario existió desde siempre, pero solo tuvo vida pública independiente a partir de 1990. Y solo se fue delineando a medida que muchos militantes abandonaron el FSLN y le dejaron la total propiedad del sandinismo rojinegro a quienes proclamaron como sandinistas no revolucionarios. A su juicio, el sandinismo rojinegro representa el poder y la burocratización de una causa; el sandinismo revolucionario, el carisma y la causa en su estado puro.

Algunos sostienen que el sandinismo revolucionario es un sistema de valores: los de la mística revolucionaria, esa de Leonel Rugama que escribió: “Ahora vamos a vivir como los santos.” Pero los sistemas de valores no están solo en los pronunciamientos, sino en las acciones que concretan una teoría: la praxis, se solía decir. Si el sandinismo revolucionario gastó sus años mozos ejecutando lo que el sandinismo rojinegro prescribió, ¿dónde quedan sus valores? ¿Guardados en el pecho? En contraste con esa posición, es más realista la del Chino Enoc, un viejo militante sandinista que se ha hecho célebre por sus alocuciones en las redes sociales donde denuncia que el sandinismo rojinegro se deformó con ese baño de esoterismo y retórica amorosa. Para Enoc lo que perdió el FSLN fue la camaradería de compañeros de armas y las convicciones forjadas en una sólida formación política. Enoc quiere que el sandinismo rojinegro recupere el Sandinismo y el sandinismo revolucionario, pero no oculta que el denominador común de todo sandinismo ha sido el carácter aguerrido. El sandinismo revolucionario de Enoc es lo que el bolchevismo al comunismo soviético: un método de lucha revolucionaria y un grupo de camaradas que se entienden por señas, aunque a veces se apuñalen.

¿Ese sandinismo es el que quieren renovar o rescatar? Quizá hay tantos sandinismos como sandinistas. Lo primero que tienen que comprender quienes quieran seguir usando la etiqueta sandinista es que las dudas sobre sus intenciones actuales y sus responsabilidades pasadas son más que razonables. Echan mano de una palabra con múltiples connotaciones y, en una Nicaragua mayoritariamente no sandinista, con evocaciones ominosas, y luego vierten en ella un contenido a capricho, a menudo ajeno a toda tradición sandinista.

Es nocivo prolongar la vida de movimientos y partidos más allá de la fecha de caducidad de su pertinencia histórica, la actualidad de su ideario y la solvencia moral de sus dirigentes. Los “ismos” de mayor duración en América Latina, por ejemplo el priísmo y el peronismo, y otros de mediana como el lulismo, han sido plataformas de latrocinios y generadores de anticuerpos que lanzan a los pueblos en brazos de la derecha más cruda: Fox en México y Bolsonaro en Brasil. Hasta hace pocos años hubo quienes tenían la esperanza de que un sector del sandinismo revolucionario se apoderara del FSLN. Abril de 2018 los liberó de esa tentación. Pero todavía muchos sandinistas revolucionarios no comprenden que la mayoría de los nicaragüenses no tienen claro de qué sandinismo están hablando cuando se confiesan sandinistas. Esa mayoría no distingue entre uno y otro sandinismo. Por eso es suicida que un político o partido político que no sea el FSLN se proclame sandinista ante un pueblo que no discrimina entre los tres sandinismos o que más frecuentemente rechaza el sandinismo revolucionario y el sandinismo rojinegro, y le es indiferente –o asunto de mera curiosidad histórica- el Sandinismo como ideología. De no cejar en su empeño, podrían terminar entre quienes por fidelidad al pasado podrían traicionar el futuro. En cualquier caso, su futuro.

Lea la primera parte de este este artículo:
La crisis de los tres sandinismos después de abril 2018

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José Luis Rocha

José Luis Rocha

Escribió en CONFIDENCIAL entre 2026-2021. Doctor en Sociología por la Philipps Universität de Marburg (Alemania). Se desempeñó como investigador asociado en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y del Instituto Brooks para la Pobreza Mundial de la Universidad de Manchester. Fue director del Servicio Jesuita para Migrantes en Nicaragua.

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