8 de abril 2023
A cinco años del estallido social y las 355 muertes––resultado de “Operación Limpieza” orquestada por la dictadura de Nicaragua, el Gobierno de México liderado por el presidente Andrés Manuel López Obrador sigue ejerciendo un mutismo selectivo que de no rectificar, va a ser recordado en el continente latinoamericano como una de las peores decisiones de su política exterior de los últimos tiempos.
A pesar de que el presidente López Obrador se jacta de que su gobierno está sujeta a la “Doctrina Estrada” de no intervención, éste se ha pronunciado ante las últimas crisis de Perú y Argentina. En cambio, el presidente mexicano no se ha pronunciado de forma más contundente sobre la crisis socio-política de Nicaragua en donde se han cometido según la ONU graves delitos de lesa humanidad. Ante el destierro y despojo de las nacionalidades de 317 ciudadanos nicaragüenses, López Obrador se limitó a ofrecer asilo o la ciudadanía mexicana a cualquiera de estas personas, pero sin condenar estas violaciones.
Esta frustración y decepción se vuelve aún más aguda si regresamos al México de 1968, a Tlatelolco— sin lugar a duda, uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de México. Independientemente de todo lo que haya ocurrido ese año, 1968 ha sido y seguirá siendo recordado en la memoria colectiva mexicana y latinoamericana por la masacre de estudiantes que ocurrió en Tlatelolco bajo el mando de ese oscuro personaje que era el presidente Gustavo Díaz Ordaz.
Ante la aproximación de los Juegos Olímpicos que se celebrarían en octubre de 1968 en México, el Movimiento Estudiantil convocó a protestas masivas. No es que los estudiantes universitarios estuviesen en contra de las celebraciones de los Juegos Olímpicos en su país en sí. El problema es que para ellos eso no tenía ningún sentido cuando en México había presos políticos, represión militar, grandes desigualdades sociales que al parecer al gobierno eso no le interesaba en lo más mínimo, la negación participativa democrática a los estudiantes universitarios.
En resumidas cuentas, en ese México había un enorme descontento social entre el campesinado, el Movimiento Estudiantil, el Movimiento Magistral, el Movimiento Obrero, a cuyos trabajadores los sindicatos—controlados por el Estado, les violaban sus derechos; y los Juegos Olímpicos fueron la gota que derramó el vaso con agua. Los estudiantes decidieron ponerle punto final a todos estos atropellos cometidos por la dictadura del PRI (Partido Revolucionario Institucional)—un partido que nació a raíz de la Revolución Mexicana (1910) para responder a las demandas de los campesinos y obreros. El PRI gobernó México de forma consecutiva desde 1929 hasta el año 2000.
Ese verano de 1968 el Movimiento Estudiantil prácticamente paralizó al país cuando llamó a una huelga general logrando aglutinar a diferentes sectores de la sociedad, así como a profesores y rectores de las universidades que le acompañaron en sus demandas, intelectuales, obreros, campesinos, amas de casa. Durante todo ese verano se hacían marchas en Ciudad de México que para sorpresa de ellos mismos, llegaron hasta el Zócalo, el corazón de la ciudad.
El Gobierno, en una especie de estado de shock (nunca antes había perdido la calle), no sabía qué hacer ante las miles de personas que se manifestaron a lo largo de todas esas protestas. Por eso se limitaba a llamar a la paz, a que regresaran a sus centros de estudio y puestos de trabajo, que desde allí construirían un diálogo nacional. Pero esta vez estos manifestantes no iban a permitir que les diesen “gato por libre” como ellos sabían que había ocurrido con el Movimiento Ferrocarrilero (1958-1959) cuando el gobierno les prometió contestar a sus demandas si cesaban la huelga que reclamaba mejores condiciones laborales. Pero esto no ocurrió porque tan pronto cuando los trabajadores regresaron a sus puestos de trabajos, fueron despedidos. Así es que el Movimiento del 68 decidió no abandonar la calle hasta que los seis puntos de su “Pliego Petitorio” fuesen abordados.
Pero la fecha de apertura de los Juegos Olímpicos: 12 de octubre de 1968, ya se acercaba. El Gobierno perdió la paciencia y el 2 de octubre el Ejército mexicano y fuerzas paramilitares abrieron fuego en contra de los manifestantes que habían llegado a la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco gritando “¡No queremos olimpiadas, queremos revolución!” “Operación Galeana” como se le llamó a este operativo fue el responsable de la muerte de cerca de 350 personas. Los militares se tomaron Ciudad Universitaria y comenzaron los arrestos indiscriminados. Miles fueron a parar a las cárceles.
Pero lo más triste de todo esto, aparte de las victimas mortales, heridos y arrestados, es que a lo largo de cinco décadas, este crimen quedó en la total impunidad. Y si alguien quiere documentarse sobre esta matanza en términos humanísticos en donde las victimas tienen nombres y apellidos, esta información no la encontrarán en ningún archivo gubernamental.
La encontrarán en ese libro periodístico de Elena Poniatowska “La noche de Tlatelolco”: Testimonios de Historia Oral”, en donde la escritora recoge los testimonios a favor y en contra de este movimiento social. Para ello, Poniatowska hizo entrevistas en las calles y hasta en las cárceles donde estaban los presos políticos que fueron arrestados la noche del 2 de octubre y los días siguientes.
Como tristemente suele ocurrir con las peores tragedias de violaciones a los derechos humanos en América Latina, estas parecen no importarle a nadie más que a la prensa independiente, los colectivos de derechos humanos y al arte. Por eso, referencias a “La noche de Tlatelolco” las encontramos también en la literatura como ocurre con el personaje de “Auxilio” de las novelas de Roberto Bolaño “Amuleto” y “Los detectives salvajes”. Para armar el personaje de “Auxilio”, el escritor chileno se basó en una estudiante llamada Alcira, quien se quedó encerrada por 15 días en uno de los baños de la universidad durante la ocupación militar de la Ciudad Universitaria. En ambas novelas, Bolaño se adentra en la experiencia de Alcira (“Auxilio”), en cómo pudo haber sido y qué habrá sentido esta pobre muchacha encerrada en un baño sin comer bocado alguno más que tomar agua del grifo, esperando días y noches enteras, con frío, tirada en el piso, a que los militares se retiraran.
Debido a las similitudes palpables que comparten ambos movimientos: el de las protestas de abril de 2018 en Nicaragua y el Movimiento Estudiantil del 68 en México, uno pensaría que López Obrador las vería con claridad y sentiría una deuda moral con los estudiantes que murieron en su país por clamar justicia social y apoyaría nuestra causa.
En todo caso, invito a los opositores de la dictadura Ortega-Murillo, tanto a sus líderes más visibles como a los menos visibles, a leer este maravilloso libro “La noche de Tlatelolco:…” Creo que van a aprender mucho sobre nuestra lucha. Yo aprendí, como dicen los mexicanos “un chorro”.
*Twitter: https://twitter.com/CuadraDumke (@cuadradumke). La autora es profesora en el Departamento de Lenguas y Literaturas Modernas de la Universidad de Mount Allison. Colaboradora con la revista Hispanorama.