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El maldito círculo de "el hombre, el caudillo y el dictador"

Estamos a las puertas de 200 años de historia “independiente” con más sombras que luces, pero con la esperanza de un mejor país

Donantes quieren estar seguros que el régimen hará un uso correcto de los recursos que pide para combatir la crisis que niega

Bruno Cardenal

6 de marzo 2021

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Un pueblo no es, por lo pronto, sino lo que le ha pasado.

Todo pueblo tiene pasado, pero no siempre tiene conciencia

de su pasado, que es la conciencia histórica.

(Carlos Cuadra Pasos)


En la América española, el reino de Castilla, como apunta Emilio Álvarez Montalván, se caracterizó por una autoridad fuerte y centralista, además de patrimonialista, sentando las bases de una relación patrón-clientela, con escasa participación ciudadana en la toma de decisiones.

Con la independencia, la figura del rey fue reemplazada por caudillos, dictadores y oligarcas que repitieron el esquema de un poder central absoluto que mantenía a sueldo a una clientela sumisa, empobrecida y de bajo nivel cultural, como un binomio (centralismo y pobreza) necesario y pieza clave de la corrupción que hasta nuestros días persiste, con sus puntuales excepciones.

En Nicaragua, en particular, ese comportamiento está vivo y ha calado tanto que seguimos apegados a esquemas de conducta política obsoleta y corrupta, por lo tanto ineficaz, que repiten los vicios de generaciones y es reflejo de que, al parecer, nos gusta el gobierno fuerte: el hombre, el caudillo, el dictador.

John Locke nos enseña que la concentración de poder en una sola persona es un vicio dañino para el desarrollo integral de una sociedad; es así que nos legó la doctrina de la división de los poderes del Estado, ampliada y mejorada por Montesquieu y vigente hoy. Sin embargo, en países como el nuestro, el personalismo expresado en el campo político, como nos señala de nuevo Álvarez Montalván, promueve más a una persona que a una causa, convierte a aquella en un caudillo el cual se apodera de la voluntad de las personas con poca o nula cultura política y arropado por otros con intereses personales, a quienes usa a su capricho y antojo.

El caudillo nicaragüense se ha nutrido de valores culturales tradicionales heredados desde tiempos pre-coloniales: la figura del cacique, la magia, las guerras tribales y los botines de guerra, la brujería, los sacrificios humanos entre otras herencias, las cuales se suman al aparato político-legal-administrativo del absolutismo español por medio de conquistadores, colonizadores, virreyes, gobernadores, encomenderos, audiencias, entre otras.

El caudillo ha dispuesto vestir constitucionalmente su régimen, vender la imagen de que sigue las reglas de la legalidad y vemos así que Nicaragua ha tenido, a lo largo de su historia como república independiente (1838), diez Constituciones. Durante el siglo XIX, se promulgaron tres, de las cuales una sufrió reformas (la de 1893). Las otras siete se promulgaron durante el siglo XX las que a su vez tuvieron nueve reformas; y ya en el XXI, llevamos más de 6 reformas. No podemos dejar por fuera dos Constituciones non natas, dos proyectos, una Ley provisional de Garantías y dos estatutos. Sin duda, una exageración y reflejo de la constante inestabilidad política de nuestro país, ya que esta actividad política-legislativa no ha garantizado estabilidad ni crecimiento sostenido en el tiempo por mucho que los voceros del régimen de turno se esfuercen en hacernos creer lo contrario con posturas estridentes y chabacanas.

Y el caudillo, una vez convertido en dictador y como consecuencia obligada, padece los temores de ser derrocado; y, como nos señala Solís Cuadra, el dictador anda siempre enquistado en la soledad del poder, en una relación esquizofrénica con la realidad, cortándole la cabeza a los que cree que pueden socavar su base y amenazar su mandato.

En casi 200 años de historia “independiente de la Corona”, Nicaragua ha sufrido al menos una treintena de actos violentos y guerras civiles durante el siglo XIX post independencia; y alrededor de cuarenta en el siglo XX; y seguimos contando en lo que va del XXI a lo que Álvarez Montalván denomina como un perverso mecanismo circular, viciado además por componendas cortoplacistas por medio de arreglismos.

Parece una herencia maldita, como nos señala Pablo Antonio Cuadra, que aun las más favorables coyunturas (indistintamente de cualquier influencia ideológica) impiden al nicaragüense superar el estrecho horizonte del clan, de la tribu o el bando en donde el partido (la parte) suplanta al todo (la Nación) y vuelve cada vez a identificarse Partido y Patria. Tanto andar bajo dictaduras es porque en el fondo la cultura política local es proclive o tolerante al gobierno fuerte. Dice Cuadra Cardenal que ese es el dramático circuito que se repite una y otra vez en el acontecer político nicaragüense.

Esa actitud mesiánica del líder y la de servidumbre del adulador, como una doctrina personalista e ilógica con que se ha pretendido gobernar considerando al país como un conjunto de seres destinados únicamente a obedecer, ha sido dañina –por decir lo mínimo- y ha entorpecido el desarrollo sostenido de la nación; y más bien han contribuido a construir una escabrosa y complicada vida hasta nuestros días en donde todos se rinden al hombre fuerte por sobre el Estado de Derecho. Esta actitud cosechada año tras año, decenio tras decenio, va penetrando en todos los niveles de la sociedad y se va heredando de generación en generación transformándose en un perverso círculo vicioso cimentado por unos niveles bajísimos de educación, impregnando de miseria a toda una nación.

Siendo así, indudablemente es una irresponsabilidad pretender y creer que los dictados de una sola persona puedan lograr esos objetivos. Nuestra historia está atascada de ejemplos y por eso seguimos siendo el segundo país más pobre del continente; y lo seguiremos siendo si continuamos repitiendo modelos fracasados en donde lo único que cambia es el tiempo y el actor de turno.

Si no rompemos con este maldito círculo, seguiremos alimentando esa cultura perversa que ha tenido como consecuencia inestabilidad, ingobernabilidad crónica y que ha generado miseria económica, cultural y de pensamiento.

Estamos a las puertas de 200 años de historia “independiente” con más sombras que luces, pero con la esperanza de poder construir un mejor país.

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Bruno Cardenal

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