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El hijo de Chávez es un hijo de Putin

No una ideología, las matemáticas más elementales, dictaminan que Edmundo González Urrutia fue elegido presidente de Venezuela

Maduro y Putin

El presidente de Rusia, Vladímir Putin (derecha) recibe a homólogo venezolano, Nicolás Maduro, en el Kremlin en 2019. Foto: EFE

Fernando Mires

12 de agosto 2024

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El 87% de las actas de votación ya han sido publicadas en diversos órganos de difusión de Venezuela y otros países. Quien quiera puede conocerlas, comprobarlas, revisarlas. En todas constan las firmas de los miembros de las mesas y su totalización más el correspondiente QR. De acuerdo a esos documentos el candidato Edmundo González obtuvo 7 156 462 votos y el candidato Nicolás Maduro 3 241 461 votos (30%). El resto, 250 897 votos (0,002%).

A diferencia de los resultados dados a conocer por el régimen de Maduro, cuyas cifras son incomprobables, las entregadas por la oposición son perfectamente verificables. No una ideología, las matemáticas más elementales, dictaminan que Edmundo González Urrutia fue elegido presidente de Venezuela.

El ladrón de esas elecciones fue el presidente Nicolás Maduro. Su actuación figurará, entre otras, en las actas de la historia. Pocos presidentes de la era moderna (tal vez solo Lukaschenko, Ortega y Putin) han cometido un crimen político tan atroz contra su propio pueblo. Más condenable todavía si aceptamos que en el pueblo políticamente constituido, o dicho en femenino, en la ciudadanía, yace depositado el origen del poder. Al robar los votos del pueblo, Maduro, apoyado por el grupo de políticos y militares que lo circunda, ha traicionado a su patria.

El delito de Maduro es de lesa patria y bajo esa acusación deberá ser juzgado, si no por los tribunales de justicia, en los de los libros de la historia. Nadie sabe cómo, dónde y cuándo morirás, Nicolás Maduro. Pero como político ya estás muerto. Y tu cadáver arrastra consigo a ese movimiento, el chavismo. Una fuerza hegemónica continental que hoy, gracias a ti y tu banda, no lo es ni siquiera en un nivel local.

El triángulo político de América Latina


No obstante, si analizamos lo sucedido de acuerdo a una perspectiva más amplia, podemos comprobar que el mega fraude de Maduro solo ha acelerado pero no determinado la extinción del chavismo. De hecho ese proceso agónico venía anunciándose desde hace ya bastante tiempo. El proyecto del llamado “socialismo del siglo XXl” que una vez amenazara convertirse en una fuerza internacional de masas a nivel continental, ya no existe más. Al contrario, la línea divisoria que trazó Chávez entre una izquierda y una derecha latinoamericana ha sido reordenada en una suerte de triangulo político cuyos tres lados son:

1. Una extrema derecha que agrupa a diversos partidos que en países como Argentina y El Salvador ya son gobierno y en otros como Brasil, Chile, Colombia, pueden llegar a serlo. En términos generales podríamos calificarlos como versiones latinoamericanas del trumpismo norteamericano

2. Un centro político con inclinaciones hacia la izquierda (Chile, Colombia, Brasil, Mexico ) o hacia la derecha (Uruguay, Ecuador, Perú, Panamá, Costa Rica)

3. Una extrema izquierda que al ser tan extrema ha llegado a situarse fuera del espacio político democrático asumiendo, cuando es gobierno, formas autocráticas. El núcleo gobiernero de esas izquierdas reside en la triada formada por Cuba, Nicaragua y Venezuela. A ese trío se unen ocasionalmente gobiernos autoritarios que, sin ser autocráticos, provienen de recientes tradiciones antidemocráticas como son las de Bolivia u Honduras

Conviene no olvidar que el proyecto castro-chavista del pasado reciente fue configurado con el objetivo de unificar a las dos izquierdas, la democrática y la antidemocrática, pero bajo hegemonía y conducción de la segunda (lease, castrochavismo). Para cumplir ese propósito Chávez estaba obligado a servirse de formas democráticas pero nunca dejó de introducir elementos autocráticos en las instituciones públicas y en las fuerzas armadas gracias a la carta blanca otorgada a la dictadura cubana para intervenir en los asuntos internos del país. En cierto sentido la de Chávez, para emplear la palabra propuesta por Eduardo Galeano, era una “demokratura"; o dicho en términos más politológicos: una “democracia híbrida”.

A Maduro le correspondería el extraño mérito de haber llevado a cabo la transición que se da entre una “democracia híbrida” y una dictadura dura y pura. Esa dictadura ya existía por cierto antes del mega fraude, pero de un modo más potencial que visible. El 28-J fue el día de su certificación, tanto nacional como internacional. Ese día fue visibilizado en Venezuela un nuevo régimen de poder. Usando una descabellada jerigonza pseudo revolucionaria, Maduro anunciaría, con su declaración de guerra a la democracia constitucional, la imposición de una de las dictaduras más grotescas de la historia latinoamericana. Una que amenaza unir lo peor del pinochetismo con lo peor del castrismo. Un régimen cuyo único objetivo es y será mantenerse en el poder, pagando el precio de su aislamiento continental, pero confiando siempre en que el petróleo podrá ser usado como chantaje internacional. Pues bien, a diferencias del "chavismo chavista" que nunca estuvo aislado, la principal característica del "chavismo madurista" comienza a ser un doble aislamiento: uno nacional, otro internacional. Ambos aislamientos van unidos y en cierto modo se determinan entre sí.

Las actas de la verdad

La evidencia del fraude ha demostrado que el gobierno que rige y probablemente seguirá rigiendo en Venezuela no solo representa a una minoría absoluta, sino, además, ya no tiene resonancia popular, vale decir, en contraposición a lo que opinan muchos cientistas políticos, ya ni siquiera puede ser calificado como populista (en efecto: no hay populismo sin masas). Es simplemente un gobierno militar, uno donde Maduro dirige el aparato civil y su socio, el general Padrino López, el aparato militar.

Naturalmente Maduro ha hecho y hará esfuerzos por recuperar, aunque sea solo en parte, el áurea del chavismo originario. Ha intentado por ejemplo presentar una alternativa internacional entre el mileísmo argentino y el régimen venezolano, algo que vino como anillo al dedo al propio Milei –tan parecido a Chávez en su retórica- quien, gracias a Maduro puede ostentar el título de ser el extremo opuesto al extremo venezolano. El problema para Maduro es que Milei no es su antípoda. Tampoco WhatsApp. Su antípoda, la que lo condena al aislamiento total, no está en la extrema derecha, sino en la inmensa mayoría de los gobiernos democráticos latinoamericanos, incluyendo a por lo menos tres gobiernos de izquierda cuyos representantes fueron en un no muy lejano pasado, admiradores del gobierno de Chávez: Boric, Lula y Petro. Y en Argentina, no sería Milei sino Cristina, la jefaza de la oposición argentina, quien, con galana retórica, y apelando a la memoria de Chávez, exigió a Maduro lo que exige la inmensa mayoría de los gobiernos de la región: las actas. Las actas, Maduro, las actas. No las actas que llevas de un tribunal que controlas a otro tribunal que también controlas (CNE Y TSJ) sino las actas de la verdad, las que existen para ser conocidas, divulgadas, publicadas.

Lo que la inmensa mayoría de las democracias del mundo, incluyendo las latinoamericanas, piden y exigen, es que muestres las actas que te robaste, Maduro. Las actas. Nada más. Esas mismas actas que no solo separan a tu minoría de gobierno de la mayoría opositora venezolana, son también las mismas que te separan de la inmensa mayoría de los gobiernos latinoamericanos.

Lo interno y lo externo de la política latinoamericana

Podríamos decir que la política internacional suele ser coherente con la política nacional hasta el punto que, en diversos casos, parece difícil hacer una separación entre ambas dimensiones. Eso explicaría por qué una mayoría de gobiernos democráticos latinoamericanos, sean de derecha o de izquierda, han cavado una zanja en contra del gobierno de Maduro. No se trata de una injerencia externa en Venezuela sino también de una injerencia interna, vale decir, en sus propios países. Quiero decir: oponerse a la dictadura de Maduro, como ayer muchos se opusieron a las de Pinochet o Videla, no solo son actos morales aplicados a la solidaridad internacional sino, además, intentos para marcar separaciones internas, sobre todo con grupos dispuestos a apoyar a poderes dictatoriales en los diferentes países de la región.

Para explicar mejor la idea de una injerencia interna a través de una injerencia externa, podríamos hacer un paralelo entre el rol que ha llegado a jugar Venezuela en el contexto latinoamericano con el que juega Ucrania en el contexto europeo.

Sabido es que las posiciones de condena a la invasión rusa a Ucrania une a diferentes naciones europeas, pero también sabemos que no todas mantienen la misma política en contra de Rusia. Por un lado tenemos las posturas reticentes de la Alemania de Scholz e incluso de la Francia de Macron, tendientes a evitar una mayor escalación de la guerra; por otro lado vemos a quienes están dispuestos a asumir una guerra más directa contra Rusia con el objetivo de liberar a Ucrania de las garras de Putin (entre ellos, Polonia, Inglaterra, Finlandia y los países bálticos). No obstante, más allá de esas diferencias europeas con respecto a Ucrania, ninguna de ella es tan profunda como la que separa a la mayoría de los países adscritos a la UE de gobiernos que objetivamente han llegado a colaborar con Rusia, entre ellos el húngaro, el turco, el eslovequio. En América Latina ocurre, si no lo mismo, algo parecido con respecto a la dictadura de Maduro.

De hecho, todos los gobiernos de derecha latinoamericanos se oponen radicalmente a la dictadura venezolana, y las razones son obvias. Lo nuevo es que los gobiernos de la izquierda democrática también se oponen, algunos con mucho énfasis y decisión, como es el caso del presidente de Chile, otros con más cautela como los gobiernos de México, Colombia y Brasil. Pues bien, entre esos gobiernos también hay diferencias acerca de los modos y formas de enfrentar a Maduro en la arena internacional. Y esas diferencias no emanan solo de la mentalidad de los presidentes sino de contextos políticos nacionales muy precisos. A ver, pongamos dos ejemplos: el gobierno de Boric en Chile y el gobierno de Lula en Brasil.

Boric gobierna a través de una combinación de extrema izquierda, izquierda y centro-izquierda. Boric, además, ha advertido que en la derecha chilena se ha impuesto un relevo donde los grupos más extremos han ido ganando posiciones de un modo muy parecido a lo que ocurrió en Argentina con Milei. Ahora bien, para frenar ese avance, Boric ha entendido que, más importante que hacer concesiones a la izquierda extrema y a los comunistas, es abrir las puertas hacia el centro, o en otras palabras, que solo con una izquierda centro o con una centro izquierda es posible detener a la ultraderecha. Luego, con su oposición frontal a Maduro, Boric señaliza la línea política de su coalición. Hacia el centro y no hacia los extremos, pareciera ser su nueva máxima. Naturalmente, quien quiera apoyar a Maduro no tiene nada que hacer en una izquierda que va hacia el centro.

Distinto es el caso del brasileño Lula quien, a diferencias de Boric, está muy comprometido con la izquierda radical de su coalición. Sabido es por ejemplo que la directiva del PT reconoció de inmediato al gobierno de Maduro. Lula en cambio, al igual que lo hace en su país, intenta mediar internacionalmente entre las fuerzas más izquierdistas y las centristas, intención que muchas veces lo lleva a ser cristiano y moro al mismo tiempo. Sabido también es que Lula, a través de los BRICS, está muy comprometido con dos imperios dictatoriales que brindan apoyo a Maduro: China y Rusia. Sin embargo, el resguardo de Brasil a dos embajadas “enemigas” de Maduro, como son la argentina y la peruana, muestran que está lejos de apoyar a la dictadura fraudulenta de Venezuela. Lo que no dice Lula, lo dice su ministro del exterior Amorim quien en diferentes ocasiones ha preguntado indirectamente a Maduro: ¿Cómo llegaste a tus cifras sin actas de votación?

Lo que ya parece consumado, y en ese punto puede ser que Boric, Lula, e incluso Petro concuerden, es que Maduro está convirtiéndose en una suerte de paria latinoamericano, incluso mundial, más abajo aún que Ortega o Díaz Canel. El grave problema es que ese aislamiento lo intentará compensar Maduro con un mayor acercamiento geoestratégico a Irán, China, y sobre todo a Rusia. En ese acercamiento, en un marco determinado por un mundo en guerras, Maduro no vacilaría, si así lo exige su nuevo padre adoptivo, Putin, en abrir un foco antidemocrático y antinorteamericano con implicaciones militares en toda la región. Si así lo hace, hay que contar con que no solo los EE UU, también diversos países latinoamericanos se verían en la necesidad de extremar precauciones para que Venezuela no se convierta en lo que se convirtió Siria en el Oriente Medio, en un condominio militar ruso, pero esta vez situado en suelo latinoamericano. En palabras aún más claras: Venezuela, bajo el inescrupuloso Maduro, está a punto de arrastrar la conflictividad militar mundial hacia América Latina. Pues bien, eso es precisamente lo que hay que impedir.

Un tercer foco de guerra (el primero es Ucrania- Rusia, el segundo Israel-Irán, el tercero sería Venezuela (más Cuba y Nicaragua) en su relación con Rusia, es lo que menos necesita América Latina para progresar y vivir en paz. No solo la prudencia, también la decisión, e incluso la disposición para actuar a tiempo, pueden evitar que la tragedia venezolana se expanda más allá de sus fronteras. Maduro –ese es el punto que más preocupa– de hijo preferido de Chávez ha pasado a ser el hijo estratégico de Putin en América Latina.

Nadie sabe como será resuelta la situación en y con Venezuela. El futuro no depende de predicciones sino de instantes siempre imprevistos. Lo único que podemos por el momento anhelar, es que las soluciones sean encauzadas por vías internas y no externas. No podemos pasar por alto en ese sentido que la oposición venezolana vive un momento óptimo, unida más que nunca después de haber transitado con éxito la vía electoral, legitimada nacional e internacionalmente, y bajo la conducción política y emocional de una líder de excepción: María Corina Machado. Una oposición, en fin, que cuenta con el apoyo mayoritario del país frente a un gobierno cuya única fuerza reside en sus máquinas de matar. O para decirlo con Mibelis Acevedo, "en Venezuela se encuentran enfrentadas la fuerzas de la razón contra la razones de la fuerza”.

La oposición venezolana lucha directamente por la liberación política de su país pero, indirecta u objetivamente, lo está haciendo a favor del destino de otros países latinoamericanos. Eso es lo que han entendido muchos gobiernos y líderes de la región. La injerencia sería, en este caso, autodefensa.

*Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor Polisfmires.

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Fernando Mires

Fernando Mires

Historiador y escritor chileno. Profesor emérito de la universidad de Oldenburg, Alemania. Se diplomó como profesor de Historia y tiene estudios de postgrado en Historia Moderna. En 1991 recibió el titulo de Privat Dozent, el más alto grado académico que confieren las universidades alemanas.

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