Guillermo Rothschuh Villanueva
2 de febrero 2020
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Deseoso de que se conocieran las operaciones de las agencias de espionaje, Edward Snowden escribió el libro Vigilancia Permanente
¿Cómo se acercarían a la lectura de Vigilancia permanente, (Planeta, 2019), los informáticos? ¿Cuál fue la aproximación de los espías? ¿De qué manera enfrentaron su contenido los legisladores de diversas partes del planeta? ¿Cuántas lecciones aprendidas dejó a los defensores de los derechos humanos? ¿Desde qué perspectiva escudriñaron sus páginas sociólogos y politólogos? ¿Cómo reaccionaron los periodistas? ¿Qué dirán los juristas? ¿Terminaron de digerir sus revelaciones los gobernantes y políticos estadounidenses, ingleses y australianos? ¿Cogió descolocada a la santísima trinidad: Google, Facebook y Amazon? Al menos en mi caso —si nos atenemos a lo planteado por Edward Snowden— un gobierno interesado en conocer mis movimientos no tardó en descubrir que leí su libro. Sabe que lo compré en la Librería Gandhi y que lo pagué con mi tarjeta de crédito. Nadie escapa a ser espiado.
Recluido en la habitación 1014 de un hotel en Hong Kong, Snowden soltó la lengua y cimbró los cimientos del espionaje mundial. The Guardian lanzó el 5 de junio de 2013 el primer obús, bajo la autoría de Glenn Greenwald. El estupor cundió en Washington. Snowden se adelantó a explicar los motivos de su decisión y reveló su identidad. Afirmó que lo importante eran las filtraciones y no su persona. Develó su trayectoria por los entramados del espionaje estadounidense. El 14 de junio fueron presentados cargos en su contra, en virtud del Acta de Espionaje. Una semana después Estados Unidos solicitó formalmente su extradición. El gobierno de Hong Kong se sintió presionado. Sus abogados concluyeron que la república de Ecuador era el país más seguro para defender su derecho de asilo —Correa ya la había concedido a Julian Assange— y era menos propensos para dejarse intimidar por la ira estadounidense.
Deseoso de que se conocieran las operaciones de las agencias de espionaje, Snowden dividió su libro en tres partes. La primera solo adquiere interés si deseas conocer su origen, la creciente pasión por hackear todo lo que estuviera a su alcance siendo apenas un niño, su adicción por internet desde entonces, su alistamiento en el ejército de Estados Unidos, la rotura del pie izquierdo mientras pasaba adiestramiento en Fort Benning, Georgia. Su enamoramiento con Lindsay, todavía hoy su mujer, su incorporación a la NSA a los veintidós años, el interés por servir a su país después del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y del bombardeo al Pentágono. El 11-S fue un parteaguas para los estadounidenses. El 12-S dio inicio a una nueva era. El impacto en su conciencia sirvió para que se inscribiera como soldado detrás de una computadora. A esa edad —afirma— carecía de opiniones políticas.
En la segunda parte alza su mirada y empieza a descifrar los entresijos del anchuroso mundo del espionaje realizado por agencias estadounidenses especializadas. El ingreso de Snowden a la Intelligence Community (IC) se produjo en un momento que “el servicio público había dado paso a la avaricia del sector privado”. Una inflexión que abrió las puertas a trabajadores temporales, para quienes el Gobierno federal no era más que un cliente. Desde el inicio fui escogiendo los capítulos que para mí resultaban más reveladores. En el Cap. 12 Homo Contractus, explica la manera gradual que el sector empresarial penetró los aposentos de los servicios de espionaje. Después el trabajo realizado se repartiría en partes iguales a los empleados del sector privado y a los funcionarios de Gobierno. En muchísimas ocasiones grandes empresas asumen el papel de tapaderas de los servicios de espionaje. Se prestan para servir de cómplices.
Las alianzas del Gobierno con el sector privado generan sinergias. El trabajo con que Snowden obtuvo su habilitación (TS/SCI), fue como empleado del Estado Maryland. Lo asignaron a la Universidad de Maryland, en College Park. La universidad estaba ayudando en ese momento a la NSA, en sus deseos de abrir el Centro para el Estudio Avanzado de las Lenguas (CASI). Traducido en términos precisos, no es más que el desarrollo y mejoramiento de la comprensión del lenguaje a través de los ordenadores. Una práctica criticada a Google. La NSA quería garantizar que “sus ordenadores pudiesen comprender y analizar la enorme cantidad de comunicaciones en lenguas extranjeras”. Los nexos entre la IC y la industria tecnológica, se deben a que ambas organizaciones “son potencias afianzadas y no electas que se enorgullecen de mantener sus avances en un secreto absoluto”. Ambas gustan operar fuera de focos y del escrutinio ciudadano.
Los informáticos deben sentirse identificados con las credenciales de Snowden. Su trabajo cabalga a medio camino entre el especialista encargado de manejar sistemas existentes (con la finalidad de darle mantenimiento e incrementar su eficacia) y el analista de problemas, capaz de crear soluciones mediante una combinación de nuevos y/o viejos componentes. La visión que tiene el desertor de los servicios de espionaje, es que la tecnología de comunicación ofrece mayor eficacia para operar que los dispositivos de violencia. Para Snowden, “la democracia no podía imponerse nunca a punta de pistola”. Tiene mayores probabilidades de germinar a través del “esparcimiento de silicona y fibra”. Eso que Joseph Nye denominó poder blando. Una decisión que supondría dejar atrás la política de las cañoneras. Una modalidad a la que Estados Unidos continúa recurriendo en el manejo de su política exterior.
Su denuncia sin duda lama la atención de los cuerpos de espionaje —especialmente de los espías. Devela la incertidumbre que campea para quienes realizan su labor de manera personal. En la Central de Inteligencia Americana (CIA), existen dos organizaciones compartimentadas. Una dedicada a interceptar las comunicaciones, el SIGINT (Signal intelligence) y otra que efectúa su trabajo de forma directa, HUMINT (Human Intelligence). Está convencido que el espionaje a través de las comunicaciones, es menos riesgoso y de mayor alcance. Los cubanos combinan ambas modalidades. Opinan que no todo puede dejarse a las máquinas. Snowden se inclina desde luego por la utilización de internet. Ninguna persona queda a salvo después de haber usado las redes. A través de un trabajo paciente los expertos pueden detectar cualquier rastro. Las huellas son imborrables, quedan registradas para siempre.
El capítulo 23 debió resultar un festín para los programadores. Snowden revela sus intenciones. Su plan consistía —una vez que el desencanto y el desasosiego lo consumen— en dominar los tres pasos: lectura, escritura y ejecución. Así podría indagar en el corazón de la red más segura del cosmos, hasta encontrar lo que buscaba, copiar y divulgarla ante el mundo. La incertidumbre le produce desasosiego. Danza en la malla digital de los cables colocados en las rutas de la NSA con las demás agencias de inteligencia nacionales y extranjeras. Narra cómo elude emboscadas. Disponía de programas para burlar la vigilancia. Su preocupación fundamental era adentrarse en la lectura de los archivos. Tenía que descartar todos aquellos que careciesen de interés ciudadano. Se valió de viejos ordenadores (PC Dell de 2009 o 2010), capaces de almacenar y procesar datos sin estar conectados a la nube.
Denuncia que las agencias de espionaje dejaron de utilizar las tecnologías para defender a Estados Unidos. La mudanza fue con la intención de usarlas de manera indiscriminada para controlar a la ciudadanía estadounidense. Un revés para la forma que Snowden concibe su uso. Las comunicaciones de los estadounidenses podían ser interceptadas ante el supuesto que estuviesen sirviendo para espiar. Las transformaciones radicales introducidas por George W. Bush, habilitaban a la NSA a recopilar cualquier registro de comunicación sin necesidad de orden judicial. La existencia de un lenguaje dual permitía a los directores de la NSA “rastrear a perpetuidad a cualquier persona que tuviese un teléfono o un ordenador, fuera quien fuese, estuviese donde estuviese, haciendo lo que fuese con quien fuese, y también lo que fuera que hubiese hecho en el pasado”. Dice que estaba asqueado, a punto de reventar.
El saqueo de los datos privados se convirtió en un hábito por parte del cuerpo de espías, algo que hacen y continúan haciendo Google, Facebook, Amazon, etc. Snowden creyó que con la llegada a la presidencia de Barack Obama se produciría una inflexión. Nada de eso ocurrió. Obama se abstuvo de solicitar una investigación al Congreso contra la extralimitación de la NSA en la era Bush. El paso siguiente en espionaje digital fue centrar la atención en los metadatos. Ante la imposibilidad de escuchar todas las llamadas telefónicas y poder leer todos los emails, lo fundamental era registrar las llamadas, la hora y fecha en que se hacían, el número desde el que llamaron, la duración, el número al que se llamó y la ubicación de ambos. En los emails, consiste en averiguar el ordenador que generó el correo, dónde y cuándo, quién es su dueño, quién envió, recibió y tuvo acceso al mensaje. Una nadería hoy en día.
La gran interrogante que se formuló Snowden, fue saber si existían personas libres de ser espiadas. El SKEYCORE fue definido por la NSA “como herramienta de más amplio alcance, usada para hacer búsquedas en casi todo lo que un usuario hace en internet”. Nunca se atrevió a indagar si el director de la NSA y el presidente de Estados Unidos eran espiados. El uso de esta herramienta le permitió constatar que las personas que han usado internet, poseen dos cosas en común: todas han visto porno y todas guardan fotos y videos de su familia. ¿Quiénes están sobre los espías? Las agencias de espionaje acrecientan su poder a través del seguimiento que ejercen sobre todo el cuerpo social. Nadie queda a salvo. Quien piense lo contrario es un iluso o no entiende nada de la lógica con que operan los espías. Para algunos ni su familia, esposas, hijos y parientes escapan de este voyerismo enfermizo. A la razón de Estado suman el entorno familiar.
En la tercera parte el espía que conmovió al mundo en 2013, filtrando a la prensa más de doscientos mil archivos de las distintas agencias de espionaje estadounidenses, ofrece numerosas propuestas con el ánimo de reducir las intromisiones de quienes han consagrado los mejores años de su vida a espiar al prójimo. Las prescripciones tornan imprescindible la lectura de Vigilancia permanente. Los abusos son mayores. Las agencias de espionaje no solo recopilan nuestra información, más preocupante resulta cómo la alteran de manera deliberada para manipularla a su antojo. Estas son los resultados de “dos décadas de innovación sin supervisión alguna, el producto final de una clase política y profesional que sueña con ser nuestra dueña y señora. Da igual el lugar, da igual el momento, y da igual lo que hagas: tu vida (nuestras vidas) se han convertido en un libro abierto”. Son osados y no les gusta tener límites.
El Gran Hermano tiene su centro de operaciones en Estados Unidos. “Más del 90 por ciento del tráfico mundial de internet pasa por tecnologías de cuyo desarrollo, propiedad y funcionamiento son responsables el Gobierno estadounidense y negocios estadounidenses, en su mayoría emplazados físicamente en territorio de Estados Unidos”. La serie de Netflix —Scandal— recrea diversas formas ensayadas por los espías para eludir controles. Eli Pope, está persuadido qué la Seguridad Nacional priva sobre cualquier otra consideración. Su hija Olivia, inescrupulosa y despiadada, dirige un equipo que utiliza tecnologías de comunicación para interferir en la intimidad de las personas. En un juego interminable, ella también es espiada por su padre, debido al romance que mantiene con el inquilino de la Casa Blanca. Esta es la mejor respuesta a Snowden. Ni el presidente de la primera potencia escapa de ser espiado.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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