15 de abril 2019
El diez de abril de 2018, éramos un mar en la calle. Recuerdo caminar con mi amiga rumbo a la entrada principal de la UCA, donde una vigilia fue convocada por ella y otros jóvenes que, desde el anonimato, canalizaron el descontento y la indignación de la población capitalina por la negligencia del Gobierno ante el incendio de Indio Maíz.
Era de noche, las luces de los buses, en la parada frente a la universidad, y los autos, que pasaban por la autopista, alumbraban nuestras caras. Cada dos pasos encontraba a una conocida. Llevábamos pancartas o nuestros teléfonos, nos movíamos para bloquear el tráfico unos minutos y gritar consignas. Llamábamos a la población, casi implorando su involucramiento. A ellos los interpelamos: ¡Están quemando Indio Maíz en la cara de la gente! Al Gobierno le exigimos operatividad y transparencia ante lo ocurrido.
Muchos se envalentonaron bajo una máxima: esto no es político, no somos de ningún partido. Ni de izquierda ni de derecha.
Aún así, nunca había visto cómo, sin miedo, las personas se apropiaron del espacio público. Lo hacíamos nuestro. Tal vez nos costó llamar política a lo que hacíamos (y hacemos) porque esta solo la reconocemos cuando emana de los partidos, de las instituciones rancias del Estado. Pero no, la política la hicimos nuestra en las calles ese día, y desde entonces también fue nuestro el futuro del país.
Ya pasó un año desde las primeras protestas de Indio Maíz y las protestas que le siguieron por las reformas al Seguro Social. Un año en que la indignación de la ciudadanía pudo por fin asumir un nombre: dictadura. Un año desde que esta vio deshecho su diálogo institucionalizado con la empresa privada y su modelo de gobierno corporativo.
Más de 300 personas han sido asesinadas por la familia presidencial, que es el partido, que es el Gobierno, que es el Estado. Nos dispararon a matar; la Policía era escolta de las turbas o fuerzas paraestatales. Los hospitales públicos cerraron sus puertas o las abrieron para dar muerte a manifestantes que llegaban heridos. En silencio cómplice, quedaron las autoridades de universidades públicas, la Fiscalía, la Procuraduría de los Derechos Humanos, el Instituto de Medicina Legal; en silencio reservado y cauteloso quedaron varias organizaciones no gubernamentales que con cooperación extranjera traen el desarrollo al tercer mundo, así como las izquierdas latinoamericanas a quienes interpelamos directamente, esperando algo más que demagogia y discursos vacíos.
A los asesinatos le siguieron las detenciones y juicios, el exilio, los desplazamientos forzados, las expulsiones, despidos arbitrarios, el asedio, la censura y aniquilación de medios de comunicación independientes. Le siguieron nicas mendicantes en Costa Rica, o discriminados y explotados en Europa, mientras buscan asilo y aceptan trabajos para poder sobrevivir.
¿Cómo vivimos, o sobrevivimos, esta crisis, y cómo sortearemos el futuro del país, bajo un paraguas que apunte a la diversidad y el respeto a los derechos humanos? ¿Cómo generamos espacios para que la gente, esa que salió a las calles, construya, decida y participe, más allá del voto? ¿Cómo construimos un país que no se desmorone en 40 años, en lo que muchos han insistido en llamar ciclos, la expresión exacerbada de la violencia institucionalizada en nuestros países centroamericanos y latinoamericanos?
¿Apostamos por construir pueblo ciudadanía?
¿Ejercíamos ciudadanía antes de abril? ¿Quiénes eran ciudadanos entonces? ¿Lo era el campesinado, indígenas, afrodescendientes, las mujeres, las disidencias sexuales? ¿Lo eran los sectores “populares”?
La centralidad estatal y la omnipresencia del partido de Gobierno cerró vías de participación ciudadana en sus años de gestión. Movimientos y organizaciones barriales y sindicales fueron cooptados por el FSLN y en las calles quedaron los movimientos beligerantes que no solo clamaron por derechos ciudadanos, sino por una nueva matriz de gobierno y un nuevo sentido de desarrollo, que no apostara por el despojo de sus tierras, territorios o cuerpos.
Abril nos encontró atomizados. Nos autoconvocamos en las calles, en las redes sociales y en los grupos de apoyo; nos dimos cuenta que queremos y debemos ser parte activa en la reconstrucción del país. Hemos participado activamente y nuestra agencia* ha dado forma al levantamiento de un gran movimiento que se opone a Ortega, pero sabemos que el cambio que buscamos apenas comienza con su salida.
El reto en este momento lo tenemos claro: libertad irrestricta para todas y todos los presos políticos, derechos ciudadanos, retorno de exiliados y un proceso electoral transparente y adelantado que nos permita marcar el inicio de una transición en el país. Sin embargo, el trabajo que nos atañe a futuro llevará más tiempo.
Necesitamos apropiarnos de esta forma de ejercer ciudadanía y de hacer política desde las calles, desde lo comunitario y lo local. Construyendo comunidades con nortes claros y apostando por construir nuestros propios espacios de participación, muchas veces contestatarios a las fuerzas estatales.
La participación ciudadana y las redes comunitarias sólidas podrán sentar las bases para una democracia real, procesos de justicia adecuados, fiscalización de la gestión pública y la no repetición de los actos de corrupción y violencia que nos trajeron hasta este punto.
Más aún, es nuestra participación, nuestro agenciamiento como comunidad y como ciudadanía la que puede luchar por un giro más justo a las propuestas de desarrollo (educación, salud, interculturalidad, derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, crecimiento económico que no venga a costa del bienestar), así como garantizar la inclusión de las poblaciones históricamente marginadas.
Hay mucho trabajo por delante. Nuestro desafío es recuperar las calles, recobrar los vínculos locales y nuestra participación en este momento, pero también a futuro.
* Para entender qué es agencia política y cómo esta se relaciona con el concepto de ciudadanía y de democracia, encuentro útil las ideas resumidas y expuestas por Facundo García Valverde en su artículo “Agencia política y legitimidad en la democracia deliberativa”. La agencia es entendida acá como nuestra capacidad de ser autoras y autores de las decisiones y los proyectos que nos competen como comunidad y como país.
*Estudiante de sociología, activista feminista y parte de la red de apoyo del Comité Pro Liberación de Presas y Presos Políticos.