24 de septiembre 2019
Hay pánico en El Carmen y desde ahí se expande a todo el territorio nicaragüense. Los Consejos del Poder Ciudadano lo llevan a los barrios populares y lugares de trabajo, los policías a las calles y centros comerciales, los paramilitares a los barrios residenciales y los soldados a los rincones más apartados del río San Juan, Wiwilí, El Cuá y Wamblán. Los fantasmas de los 80 recorren el país de costa a costa. La desgastante vigilia de los dictadores se convierte en pesadilla de los ciudadanos.
Hay incertidumbre en El Carmen. ¿Hasta cuándo aferrarse? ¿En quién confiar? ¿De quién procederá la puñalada trapera o el pulso que no tiembla, la pócima letal o el soplo artero? ¿De los conductores sometidos a un escrutinio permanente? ¿O de los escoltas de ascendencia ideológica rastreada cuatro generaciones atrás? ¿De algún diputado zalamero que salta de partido en partido? ¿O de un chicheñó que tal vez ya empezó a cambiarse de chaqueta? ¿Acaso de la parlanchina cocinera de décadas o de la nueva mucama temblorosa? ¿Quién atisba en el visillo? ¿Quién levantará el pestillo? ¿Quién miente y quién es de fiar? ¿El Politburó cubano que les aconseja que aguanten pero gustoso negociaría un arreglo bilateral con Trump? ¿Sus infiltrados en espacios azul y blanco que ya se sienten cómodos ahí? ¿El capital sandinista que ya flirtea con otros clubes de millonarios y busca ubicaciones menos riesgosas para su patrimonio? ¿Los que aconsejan más represión pero no se han manchado las manos o, si ya lo hicieron, podrán decir después que sólo acataban órdenes?
¿Cómo se filtra la información? ¿La circula el periodista –militante por décadas- que durante el día escupe vitriolo sobre la oposición pero por la noche prepara su nueva vida? ¿El funcionario que hoy hace favores a la oposición para salvar mañana su pellejo? ¿El embajador ante la OEA que lee con estudiada pasión el discurso cablegrafiado sobre la soberanía pero obtiene –por si las moscas, las que ya se ven y las muchas que asoman en el horizonte– la nacionalidad estadounidense? ¿Los altos funcionarios que se despellejan las manos aplaudiendo en los 19 de julio el sistema orteguista pero tienen a sus hijos viviendo en democracias occidentales? ¿Los amigos a sueldo, los socios de alquiler, los aliados pay per view? ¿Los coroneles, mayores y capitanes que aún no han acumulado mucho y hacen de tripas corazón cuando ven sus pensiones en peligro de volatilizarse por culpa de un general sumiso que atornillándose en su posición ha truncado cientos de posibles ascensos? ¿Quién pasa información a Roberto Samcam y José Cubillo? ¿Quiénes vieron pasar a los que huían y no los detuvieron? ¿Quiénes pasan pobre información contra los exiliados? ¿Cómo distinguir a los saboteadores a conciencia en un mar de ineptos de profesión?
¿Quién? ¿Quiénes? ¿Cuántos? ¿Cómo? Las amenazas son ubicuas y zumban alocadas cuando la noche cae. Embotan las cabezas y nublan la vista. Sin poder conciliar el sueño, los dictadores vuelven la vista atrás, hacia la senda que siempre quieren volver a pisar, la única que sienten firme bajos sus pies. El show de los 80 se proyecta en su imaginación y su vetusto guion orienta sus decisiones al día siguiente. Sólo en el seno de ese guion adquieren sentido algunas acciones que parecen netamente encaminadas a precipitar su final: el hostigamiento permanente a todos los que dan síntomas de disenso, la inesperada y abrupta resurrección del repudiado proyecto del canal interoceánico, la ridícula obsesión compulsiva por perseguir las banderas azul y blanco, la renuencia al ingreso de comisiones de los organismos de regulación supranacional, las ejecuciones extrajudiciales de campesinos y la negativa a devolver sus bienes y/o personerías jurídicas a medios de comunicación y ONG, entre otras medidas destinadas a conjurar los fantasmas de los 80.
El primer fantasma es el de “la contra”. La pareja presidencial actúa como si ya existiera una contrarrevolución armada semejante a la que hubo en los años 80. Saben que la contra empezó con pequeñas bandas y quieren arrancar los brotes de raíz. De ahí los asesinatos en zonas rurales: 14 ejecuciones de enero a julio de 2019. Mejor si son muertos al menudeo porque cuando abultan mucho –como en las masacres de 2018– se convierten en noticia internacional. Dispersos y a cuenta gotas, los muertos pasan desapercibidos en la mayoría de los medios. El asedio y asalto a la municipalidad de Mulukukú, hasta provocar el exilio de su alcalde, forma parte de esta estrategia de neutralizar embriones de esa nueva contra que sólo está en las pesadillas de El Carmen. En esa reedición del show de los 80 no los puede acompañar con convicción un ejército compuesto mayoritariamente por mandos que se incorporaron a las filas castrenses en los años 90. Pero siempre pueden contar con el sadismo que algunos soldados añaden de su propia cosecha, ese que no depende de las órdenes de un comandante, sino del machismo brutal y del ansia de ser alguien y de ejercer su pequeña cuota de poder.
La nueva contra es peor que la de los 80 porque está en todas partes. Cuando la policía prohíbe una marcha que iba a ser multitudinaria, la masa se hace añicos y titila en forma de cientos de piquetes. Los globos azul y blanco emergen de cualquier promontorio rural, bajada de santo, escuela pública o centro comercial. Por eso la pareja dictatorial multiplicó la presencia policial y militar, y se apresuró a graduar nuevos cadetes y perros policía, tan mal entrenados los unos como los otros. Seiscientos ascensos en la policía –de rango la mayoría, no de posiciones de mando– quieren comprar fidelidad en una legión que se ha convertido en el principal sostén de la dictadura. Lo mismo ocurrió en el ejército, en cuyo 40 aniversario su máximo general se vio ¿invitado, obligado? a leer un discurso que selló su fidelidad incondicional. La simultánea exhibición de armamento pesado nomás fue el trasfondo intimidatorio de la misma tragicomedia. ¿Cuál es el siguiente paso? Quizá un par o una serie de (auto)atentados para justificar el emplazamiento de soldados en supuestos objetivos estratégicos. La organización de militares retirados sólo fue un entremés que tiene más utilidad hermenéutica que eficacia militar.
El segundo fantasma es tan temido como el anterior: la unidad de todos los segmentos opositores en una sola fuerza anti-FSLN, como la que fue capaz de derrotarlos en las elecciones de 1990. Maduro y el Politburó cubano probablemente insisten en que de ninguna manera se dejen arrebatar el poder mediante votos si pueden retenerlo con balas. Con hinchadas bolsas bajo los globos oculares, la pareja dictatorial no sabe qué hacer. Antes de la rebelión de abril, Almagro estuvo dispuesto a jugar su juego de una reforma electoral interminable. Ya no puede seguir esa farsa sin ponerse en evidencia. Un grupo de chigüines arruinaron ese teatro y su moroso desarrollo. El único margen de acción que tienen los dictadores lo invierten en ganar tiempo y dividir. Ganar tiempo a ver qué pasa: a ver si un golpe de suerte los favorece, si suben al poder más gobiernos de presunta izquierda, si surge un mecenas generoso, si Trump es reemplazado por un presidente menos agresivo… Pero en general ganar tiempo es perder tiempo: el deterioro de la economía avanza, Venezuela cerró su monedero y cada vez está en menos condiciones de volver a abrirlo, y un cambio de mandatario en Estados Unidos no garantiza un giro en la política hacia el orteguismo, que de hecho se ha beneficiado de que Trump sea un perro que ladra mucho más de lo que muerde.
El trabajo de división se lo está haciendo la misma oposición, que está tasajeada por varias líneas divisorias: antisandinistas de toda la vida versus antiorteguistas de raíces sandinistas, sectores ferozmente antiempresariales versus aquellos que buscan más protagonismo del gran capital, los del aterrizaje suave versus los partidarios de hacer tabla rasa con el sistema actual. Mientras no se pongan de acuerdo en el objetivo urgente, serán peones en una estrategia que favorece a Ortega.
El tercer fantasma es la pérdida de los mecenas de la revolución. No hay duda de que la caída del bloque socialista a fines de los 80, que contenía un gran bolsón de la solidaridad hacia la revolución sandinista, fue determinante para que el FSLN tomara la decisión hacer concesiones importantes en las negociaciones con la resistencia antisandinista. Ortega y Murillo temen quedarse sin amigos ricos en el exterior. Ante la importante mengua de la ayuda venezolana, cortejan a Irán, Rusia, Taiwán. De ahí las giras de Laureano Ortega, Denis Moncada y Paul Oquist, mendigos de cuello blanco, o rojinegro. Hay medidas desesperadas: sacudieron el polvo al proyecto canalero, por si alguien pica.
Hay más fantasmas habitando El Carmen, donde a diario se presenta Aquel show de los 80, que en su versión actual consiste en una familia, una pandilla de seguidores y dos fuerzas coercitivas legales pero deslegitimadas que pretenden someter a un pueblo. También un sector de la oposición conjura esos fantasmas. Pero esa es harina de otro costal y tema para otro artículo.