2 de marzo 2018
En su artículo, “La izquierda latinoamericana: ¿atacada por la derecha y sus propios errores?” (14/2/2018), en la página Confirmado, y reproducido en Cubadebate, diario electrónico del Partido Comunista de Cuba, el expresidente Rafael Correa hace un razonamiento curioso. Dice que las políticas económicas y sociales de los gobiernos izquierdistas, en la primera década del siglo XXI, contribuyeron a la emergencia de una clase media que ahora se muestra inconforme.
El argumento recuerda la vieja sociología marxista-leninista de la “pequeña burguesía”, caracterizada en los anales moscovitas como una clase especialmente egoísta y ambiciosa, ambivalente y traidora. Dice Correa que las “demandas” de esa “nueva clase media no son solamente diferentes, sino antagónicas a las de los pobres, y sucumben más fácilmente a los cantos de sirena de la derecha y su prensa, que les ofrece para todos un estilo de vida a lo New York”.
Es fácil imaginar la recepción favorable del artículo de Correa en los círculos oficiales cubanos, enfrascados en los últimos años en una cruzada contra los sectores económicos emergentes de la isla. Cada vez con mayor desinhibición, el gobierno cubano expone públicamente su interés en que en Cuba no crezca una clase media autónoma, que eventualmente constituya la base social de nuevos actores políticos.
No se trata, como sabemos, de un rechazo a toda la clase media, ya que buena parte del sector oficial —dirigentes, funcionarios, burócratas, empresarios, artistas, intelectuales, ideólogos…— posee un nivel de vida superior al de la mayoría del país. La “pequeña burguesía” que no se desea en Cuba es la que puede impulsar la autonomización de la sociedad civil y apostarle a la democratización de un sistema político que, en buena medida, depende de la precariedad de la vida cotidiana.
Algo que llama la atención del argumento de Correa, y que ilustra, una vez más, el desencuentro entre las izquierdas de Estados Unidos y América Latina, es el uso de Nueva York como símbolo del capitalismo y la derecha. En Estados Unidos, sin embargo, Nueva York funciona como emblema del liberalismo y de la resistencia al conservadurismo del Midwest. Una exposición reciente en la New York Public Library, titulada “You say you want a Revolution”, describe la ciudad como cuna de socialistas y comunistas, anarquistas y trotskistas, del Renacimiento de Harlem y de la rebelión sexual y feminista de los 60.
En esa “prensa” que aborrece Rafael Correa, Bill di Blasio es un “new yorker” más representativo que Donald Trump. En el último año, la alcaldía de Nueva York ha funcionado como una pequeña némesis de la Casa Blanca en temas tan diversos como el racismo, la migración, la salud, la educación, los derechos sexuales y el control de armas. Tal vez a Correa, como a Nicolás Maduro, le cueste asimilar que un periódico como el New York Times, la principal plataforma del antitrumpismo, hable de su “legado autoritario”.
Publicado originalmente en ProDavinci.