18 de agosto 2023
Que la dictadura le tenía ganas a la Universidad Centroamericana (UCA), no era secreto para nadie; que era como una estaca clavada en el corazón del fanatismo fomentado por el orteguismo, ya se sabía; que era la institución del pensamiento libre que faltaba por demoler en la campaña de destrucción nacional a manos de la barbarie, estaba escrito. Lo que ni al más descerebrado se le podía ocurrir era que el pretexto utilizado por una pobre jueza para confiscarla fuese la acusación de terrorismo.
En la UCA se enseñaba a pensar, a debatir y encontrar salidas alternativas a los discursos oficiales. Quienes tuvimos la suerte de pasar por sus aulas aprendimos que no hay verdades absolutas, que el conocimiento construido durante siglos es el mejor antídoto contra la propaganda superficial e indocumentada. Para ello contamos con la ayuda de un cuerpo docente exigente y a la vez comprensivo, competente pero no arrogante, altamente formado y actualizado, pero también abierto a aprender de sus estudiantes. Aprendimos de Balbino Suazo la epistemología que ocultan los conceptos, que la construcción de los problemas no es inocente; que, como remachaba Klaus Kuhnekath, el buen investigador no debía limitarse a describir la concha exterior del caracol, sino también ambicionar a conocer el animalito que vive dentro.
Aprendimos que dudar es la mejor cualidad para crecer, pero es el peor inconveniente frente al fanatismo que sigue las consignas sin reflexionar. Por esto la UCA era la viga en el ojo de la dictadura.
Curiosamente, los argumentos absurdos utilizados por el orteguismo son los mismos que el régimen político-militar salvadoreño utilizó para ordenar el asesinato de otros jesuitas en otra UCA, en noviembre de 1989: la universidad como nido de la subversión terrorista. Si hace 34 años una dictadura utilizó el batallón Atlacatl para ejecutar su crimen, hoy otros déspotas se amparan en una pobre diabla para intentar conjurar una amenaza que solo creen ver un par de desquiciados que nunca pisaron una universidad.
Bajo la misma acusación y con más pruebas en la mano, Somoza no sólo hubiera ocupado a la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN); la hubiera demolido hasta el último ladrillo. ¿Cuántos no hicimos los primeros pinitos en resistencia urbana en sus pabellones y campos? ¿Cuántos pasaron del Frente Estudiantil Revolucionario (FER) a la montaña? Entonces sí que la universidad era el mayor centro de conspiración contra el somocismo. De sus talleres de impresión salían cada día toneladas de propaganda rebelde, manuales para fabricar bombas artesanales, para armar y desarmar las armas que se arrebataban a los esbirros y, por supuesto, el auditorio 12 era el espacio público más grande del país para adoctrinar y organizar manifestaciones que desafiaban al régimen. Aquella sí que era una escuela subversiva.
¿En cambio, en 2023, cinco años después del estallido de abril, qué pruebas tiene el orteguismo contra la UCA? ¿Dónde están las evidencias del terrorismo albergado por la UCA en las cuales se ha basado la verduga para autorizar el robo? En cinco años, con todos los medios del espionaje político en sus manos, el orteguismo no ha podido acreditar ninguna prueba de que en sus aulas se hayan preparado acciones armadas para infundir el terror de manera indiscriminada entre la población con fines políticos.
De lo único que se puede acusar a las autoridades de la UCA es de haber abierto los portones para dar refugio a la población que huía de la masacre perpetrada por los francotiradores y ordenada por la dictadura. ¿Qué querían, que negara el auxilio como hicieron los hospitales por orden de los tiranos? A estas “acusaciones” también podría agregarse el apoyo de su rector, el padre Idiáquez, al diálogo nacional para encontrar una salida pacífica a la crisis, con el mismo espíritu constructivo que lo hicieron las autoridades académicas de otras universidades. Llamar terrorismo a una apuesta por la negociación y la paz sólo puede ser fruto de mentes aberradas, donde todo se mira al revés, sin referentes éticos ni morales emparentados con la vida y el bienestar común. Al igual que en otros regímenes autoritarios, la excusa utilizada solo es solo una cortina de humo para revestir de legalidad el atropello de las libertades públicas.
Se han robado la UCA por lo que significa y ha significado en la vida nacional, un centro de pensamiento ajeno al proyecto de los opresores. Por eso merecía desaparecer, porque cada día en pie el régimen lo vivía como una afrenta. Pero también hay otras razones: la ideológica y la económica. La ideológica se encuentra detrás de la persecución desatada contra la Iglesia católica y la pretensión a corto plazo de fundar una Iglesia propia, complaciente con las tropelías de la familia gobernante. Las razones económicas son más evidentes, están en el valor económico del campus principal y lo que contiene: laboratorios, bibliotecas, centros de documentación y el Instituto de Historia, solo por citar algunos. ¿A cuánto asciende el valor económico de todo lo que se están robando? No en balde lo primero que hicieron fue inmovilizar todos los bienes adscritos a la UCA. ¿Qué miembro de la familia Ortega Murillo o testaferro se quedará con este jugoso pastel?
Con el robo de la UCA también se manda un mensaje definitivo a la sociedad: en Nicaragua, como el peor de los mundos distópicos, es peligroso pensar con cabeza propia, al igual que peligroso es profesar otra religión que no sea la autorizada por la suma sacerdotisa.
Al fallo confiscatorio de la verduga -paradójicamente egresada de la UCA- sólo le faltó cerrar como colofón con las mismas palabras de aquel esperpento del fascismo español: ¡muera la inteligencia!
El fanatismo podrá borrar el nombre de la UCA de su fachada y recurrir de modo oportunista a la memoria de un caído contra el somocismo, pero nunca podrán borrar el eco de las palabras de Xabier Gorostiaga, llamando en sus clases a la ambición por el conocimiento y la innovación como apuesta segura para un futuro mejor. Una promesa que no pueden reivindicar quienes al confiscar la UCA aspiran a restaurar el oscurantismo y la mediocridad. Quienes temen el futuro siempre prefieren refugiarse en el pasado.
Cuando se hayan ido las sombras que han usurpado sus instalaciones, la recuperaremos y mandaremos al basurero los esperpentos que hoy intentan cobijar un robo tan descarado.