29 de mayo 2024
Este artículo iba a tratar del lánguido final de la concesión canalera en Nicaragua, pero entre la lectura de las leyes 1203 y 800/2012 y la astenia primaveral de Madrid llegó la increíble noticia del apresamiento de Humberto Ortega por órdenes de su cuñada (y Gran Hermana) y la complacencia del hermanísimo, y se trastocaron mis planes.
El fin de semana del 19 de mayo muchos nos desayunamos con la entrevista del generalísimo. Después de leerla algunos dijimos: ¡bah, nada nuevo! Más de lo mismo; su yo-yo habitual, pero esta vez subido aún a más a su ego casi argentino (“si las grandes potencias me escucharan…”). Sin embargo, lo que debió haber pasado sin novedad, los berrinches habituales de la cuñada lo han convertido en una nueva crisis para la dictadura. Una pifia, un resbalón, un tropezón, un nuevo esperpento de un régimen que lejos de la fortaleza que presume se muestra enclenque, a tal grado que un señor convaleciente de graves padecimientos cardiacos lo ha puesto a temblar, cual hoja de papel, con un simple estornudo.
Por el lado que se vea ha sido una metedura de pata. Es lo que suele pasar cuando el cerebro empequeñece y el hígado ocupa su lugar.
¿Qué dijo Humberto que no se hubiese dicho ya en los últimos seis años? Que el orteguismo es un régimen dictatorial, que su hermano es un zombi, que cualquier día se muere y que, ¡ay!, no tiene sucesor/a, que ni la cuñada ni el sobrino tienen credenciales ni ascendencia ante ninguno de los estamentos del poder. Nada nuevo bajo el sol.
La hiperreacción de la mandamás le ha dado la trascendencia que quizás pudo no haber tenido. En su lugar se ha puesto el acento en quién lo decía: el exjefe del Ejército, hermano del caudillo y exmiembro de la Dirección Nacional de la revolución sandinista. Una triple afrenta para quienes pretender borrar la historia reciente del sandinismo a fuerza de purgar a los viejos cuadros del FSLN e imponer nuevos relatos y nuevas iconografías, en una especie de revisionismo estalinista tropical. En este ámbito el régimen cometió el error de resucitar una figura que ya estaba relegada al olvido y le dio notoriedad de personaje, el de mayor rango (militar y político) que se ha enfrentado a la dictadura. Si de por sí es complicado desmontar un símbolo sin proponer otro a cambio, es aún peor contrarrestar uno que tus ataques a la vez han contribuido a enaltecer.
La impulsividad de imponer el confinamiento al exgeneral sin ofrecer ninguna explicación dejó un reguero de preguntas, incluso en un régimen cerrado como el orteguismo. ¿De qué lo acusan? ¿Qué pretendían conseguir? ¿Limitar los movimientos de una persona que a duras penas se movía por Managua? ¿”Profilactar” a otros personajes de los 80 para que no opinen públicamente sobre el proceso de sucesión dinástica en curso, en especial a exjefes militares que ya eran rehenes de la dictadura en pensamiento, palabra y obra? ¿Mandar un mensaje de que nadie está a salvo de la rabia suprema a una población que ya se cuida de no meterse en nada relacionado con la familia real? Pero las prisas por castigar, guiadas por las mayores cuotas de saña para causar todo el daño posible, en política también suelen causar víctimas que tarde o temprano terminan gozando de buena salud.
Y como no está claro el delito cometido, la medida impuesta se ha quedado a mitad de camino entre la reprimenda y la sanción, porque ni es el acoso policial que la población ha experimentado a las puertas de sus viviendas, ni es el arresto domiciliario o la casa por cárcel que otros rehenes de la dictadura han sufrido. El despojo de los aparatos electrónicos revela que la intención es netamente política; es decir, evitar que se comunique con el mundo exterior de su casa, aislarlo de su público potencial de influencia, llámese adeptos del FSLN, miembros de las fuerzas armadas o población en general. Como ya no pueden remendar el daño causado, confinándolo tratan de disminuir la porción fáctica que habita en las incertidumbres propias y que las declaraciones del exgeneral han alimentado.
Una muestra del esperpento es el comunicado cantinflesco de la Policía (uno más de la colección), un documento lleno de eufemismos que revela más por lo que no dice que por lo que dice. Primero: ¿Por qué la Policía emite una nota de prensa sobre el estado de salud de una persona que no está presa y por tanto debería ser firmada solamente por el Ministerio de Salud? ¿A qué viene la “instalación de una unidad de atención médica especializada” en el domicilio de alguien en plenas facultades y con medios para desplazarse a un hospital? Por último, ¿Por qué las “notas oficiales” de la Policía serán el canal para seguir informando del estado de salud del exmilitar? Deducción: porque está preso y no lo quieren decir, porque es un cautivo más del régimen y no tienen o no han encontrado un delito por el cual acusarlo.
En resumen, sale más barato mantenerlo en el limbo de la ilegalidad utilizando piruetas verbales, que arrestarlo con las acusaciones habituales de la dictadura, como traición a la patria, lavado de dinero, conspiración para cometer menoscabo a la integridad territorial, propagación de noticias falsas y otros disparates utilizados en contra de otros presos políticos.
A Humberto Ortega lo tienen preso por amargar el clima de la sucesión dinástica que la cuñada y sus cómplices habían planeado como un proceso tranquilo y controlado. Las purgas en la Corte Suprema de Justicia, en los ministerios, en las alcaldías y dentro del FSLN se estaban llevando a cabo sin mayores sobresaltos. Pero habló el general y alborotó el ambiente. La rabia característica de nuestra Cruella de Vil ha hecho el resto: echó gasolina a la que podía haber sido una llamarada de tusa y ahora la dictadura tiene un incendio que podría extenderse más allá del km 11 de la carretera a Masaya.
Aunque nadie aprenda por cabeza ajena, hay esperpentos de Estado que en vez de ser aviso para navegantes, si los amenazados no lo entienden, pueden echar a pique el plácido navegar de una tiranía.