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El error de la abstención

La ventaja estratégica de promover el voto nulo sobre el abstencionismo es que el primero permitiría sumarse al voto protesta

Una mujer participa en una protesta contra el CSE, en Managua, exigiendo elecciones libres y transparentes. Mario López/EFE.

Umanzor López Baltodano

17 de agosto 2016

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Tras el retiro de la representación jurídica del PLI a Eduardo Montealegre, la Coalición Nacional por la Democracia y grupos de la sociedad civil han optado por denunciar el proceso electoral de noviembre próximo y han llamado a la abstención bajo los lemas ‘Yo no boto mi voto’ o ‘No hay por quién votar’. Si lo que se pretende es repudiar el panorama electoral y llamar a una resistencia política, este método no es el más adecuado.

Partimos de la base de que el diagnóstico sobre el proceso electoral es correcto. En efecto, el actual sistema político de Nicaragua no permite una verdadera competencia electoral: los órganos encargados de velar por las elecciones están controlados partidariamente, se ha impedido la observación nacional e internacional, la corrupción política alcanza todos los niveles, el aparato estatal está puesto a disposición de la maquinaria oficialista y, desde luego, se ha decapitado al principal grupo político opositor.

Por tanto, coincidimos en que existen motivos sobrados para denunciar las próximas elecciones. Cabe sin embargo la pregunta de si no existían estas mismas condiciones en las elecciones pasadas. Parece claro que las circunstancias centrales del sistema electoral eran muy similares en un momento y otro, salvo por la diferencia de que entonces el partido de Montealegre y compañía sí podía participar en la contienda y obtener, en esas condiciones y en el mejor de los casos, sitios marginales en el parlamento.

Ahora bien, dejando de lado estas consideraciones de tipo temporal y de oportunidad, lo que nos llama especialmente la atención es el método por el cual, una vez este grupo ha quedado fulminantemente fuera de la contienda electoral, ha decidido denunciar al sistema mismo. Nos estamos refiriendo, desde luego, al llamado a la abstención.


En sistemas electorales todo pretende tener un significado político. Y esto no sólo se refiere a votar por uno u otro partido, sino también al voto nulo o la abstención. Sobre este último caso, tradicionalmente se le relaciona con indiferencia o desinterés; es decir, el ciudadano no acude a votar porque no está especialmente incómodo con el statu quo. Puede que la situación le desagrade hasta cierto punto, pero no lo suficiente como para ejercitar su derecho (y obligación ciudadana) al voto.

La abstención es por tanto democráticamente pasiva por definición y no genera mensaje político alguno más que el de la apatía. Extrañamente, parte de la oposición pretende que se transforme en un mensaje de repudio al sistema. Nos preguntamos, por ejemplo, si el 50% del electorado no acudiera a votar ¿significaría que protesta por la política nicaragüense de hoy o que simplemente es indiferente o apático? Como vemos, no se puede diferenciar una cosa de la otra, y por tanto no se puede sacar una conclusión o mensaje político contundente sobre el descontento y convicción activa de la población respecto del sistema.

Tampoco está claro que una alta abstención signifique automáticamente la ilegitimidad del proceso. Por poner un ejemplo cercano, Chile es una de las democracias más sanas de Latinoamérica y en la última elección, donde Bachelet salió vencedora, la abstención fue del 59%.

Por otro lado, el voto nulo sí es entendido claramente como un mensaje abierto de disconformidad y protesta. El mensaje del elector es que votar le importa, que es su derecho y no piensa renunciar a él incluso en condiciones adversas, pero deja claramente establecido que abomina las opciones electorales que se le presentan.

Además, el voto nulo es un medio activo que se recuenta, lo que lo separa de los votos a los partidos y ayuda a diferenciarlo de la mera apatía. Siguiendo el ejemplo anterior, si el 50% del electorado votara nulo se trasformaría en un claro mensaje interno y externo de repudio, no sólo con los candidatos presentes sino con todo el sistema político. El voto nulo, a su vez, reduciría el porcentaje de votos del partido oficial u otros partidos satélite.

Muchos pensarán que dado que controla el aparato electoral, el oficialismo puede manejar una avalancha de votos nulos. Eso es correcto y posible. Pero no es menos cierto que la alternativa propuesta -la abstención- pone las cosas más fáciles al aparato orteguista, pues no tendría siquiera que mover un dedo para desactivar una fuerte manifestación de descontento en las urnas (a través del traspaso de votos nulos a su favor); al no acudir el electorado opositor a votar, los resultados de las elecciones, sin necesidad de ninguna maniobra fraudulenta, serían de inmediato más abrumadoramente favorables para el partido oficial.

Otra ventaja estratégica de promover el voto nulo sobre el abstencionismo es que el primero permitiría sumarse al voto protesta a todos aquellos individuos que, de una manera u otra, están obligados apoyar visiblemente a la pareja Ortega-Murillo, pero que internamente repudian las acciones y el rumbo que al país y a su partido ha dado su comandancia.

Pero ¿si nos han dicho que el objeto de unas elecciones es ganarlas o perderlas, y eso ya está decantado, qué más da que vaya o no a las urnas?- dirá usted. Aquí yace otra distinción elemental entre el abstencionismo y el voto nulo, que es además trascendental en la Nicaragua de hoy. Entre estas dos posiciones hay una diferencia abismal de comportamiento y activismo político. En el primer caso no se hace presente, en el segundo se manifiesta de manera clara.

En este sentido, a juicio de quien escribe, uno de los grandes problemas de la Coalición es que no han sabido activar a una gran parte de la población que se muestra indolente ante el devenir político y social del país. No han sabido movilizar pero tampoco lo han intentado de manera contundente. Hasta hace pocas semanas apostaban casi exclusivamente a la vía electoral como método. Ahora rehúyen de toda manifestación de protesta en el marco de esta misma vía, y abogan por una medida que puede confundirse y dar más cabida a la indiferencia y la inacción de la gente, una de las causas indirectas del devenir autoritario de nuestro sistema político. Por tanto, la oposición vuelve a caer en el error de no promover ni provocar activamente la participación política.

Por ello, la primera responsabilidad de ésta u otra coalición opositora, de cara a buscar una regeneración política de nuestra sociedad, debe ser promover la discusión, la movilización y la organización política en todos los campos. Esto incluye, desde luego, la arena electoral. De lo que se concluye que, lejos de promover la abstención para las próximas elecciones, debe llamarse a un activo y masivo voto protesta que no solo manifieste contundentemente un repudio ante las condiciones políticas actuales, sino que además y especialmente actúe como catalizador de un verdadero e inclusivo movimiento social-democrático en el país, que es lo que Nicaragua más necesitará en los tiempos por venir.

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El autor es abogado y Politólogo, MA. Derecho de la Unión Europea.


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