4 de noviembre 2024
Slavoj Žižek es uno de los pocos pensadores políticos de izquierda que todavía piensa en que entre democracia y socialismo hay, o debe haber, una relación de continuidad y no de ruptura. No es el caso de muchos de sus colegas de izquierda quienes no vacilan en rendir apoyo a cualquiera miserable dictadura que se autodenomine de izquierda, hecho que ha llevado a un descrédito creciente de la noción de izquierda en casi todas las latitudes del globo. Ha llevado también a que la antigua división entre una izquierda democrática y otra abiertamente pro-dictatorial que ha caracterizado a las izquierdas socialistas desde los tiempos de sus orígenes, continúe manteniéndose, pero ya no tanto entre una izquierda estalinista y una socialdemocrática, sino en la más abierta forma de izquierda democrática e izquierda dictatorial. Eso es también lo que en estos momentos une a las derechas y a las izquierdas democráticas del siglo XXl.
La insurrección global antidemocrática
No deja de ser interesante mencionar que la invasión de Putin a Ucrania sea apoyada principalmente por las derechas racistas en Europa -a las que se unen excrecencias políticas de izquierda como el melencholismo francés, el Podemos español y el partido populista de Sarah Wagenknecht en Alemania-. En América Latina en cambio, lo es por las izquierdas dictatoriales, principalmente por el post-somocismo de Ortega, por las oscuridades de Cuba, y por el gobierno de delincuentes de Venezuela. A ese “trío del mal” se unen ocasionalmente países de tradiciones pre-democráticas incipientes como son las de Honduras y Bolivia.
El colosal fraude electoral cometido por Maduro ha tendido a distanciar aún más a la izquierda democrática de la izquierda dictatorial latinoamericana. El cisma decisivo se produjo recientemente con el veto de Lula a Venezuela para ingresar en ese club de dictaduras llamado BRICS. Un veto más político que económico que evidentemente contrarió a Putin quien, sin conocimiento alguno, decidió reconocer las elecciones en Venezuela –y de acuerdo a la tradición fraudulenta que ha impuesto en su propio país- como legítimas. Hecho que demuestra que, aún en ese conglomerado para-dictatorial, Rusia y China no ejercen todavía una dominación absoluta. Hasta en ese grupo mayoritariamente dictatorial también anda suelto el virus de la democracia.
El filósofo Slavoj Žižek, fiel a su tradición personal, no ha vacilado en tomar partido por las izquierdas democráticas, manteniendo la opinión de que una verdadera izquierda solo puede desarrollarse dentro y no en contra de las luchas democráticas y antidictatoriales. En este momento, ese es su diagnóstico, las democracias se encuentra en una posición defensiva debido al avance internacional de los autoritarismos, de las autocracias, de las dictaduras, políticamente organizadas bajo la tutela totalitaria de la Rusia de Putin, de la China de Xi, del Irán de los Ayatolas, en nombre de un nuevo orden mundial abiertamente antioccidental (léase, antidemocrático) sucesor de los antiguos tercermundismos dirigidos también desde Moscú y Peking durante la era stalinista-maoísta.
Según Žižek –así se desprende de sus más recientes artículos- la emprendida por Moscú, y en menor medida por Peking, es una cruzada dirigida en contra de los países democráticos de la tierra, comenzando, por supuesto, en contra de Estados Unidos. Podríamos hablar así de una insurrección internacional de las dictaduras del globo: la insurrección de las dictaduras en contra de las democracias. La divisa de Marx, “proletarios del mundo uníos”, ha sido sustituida por la de Putin: “dictadores del mundo, uníos”.
Habiendo a escala mundial dos izquierdas y dos derechas, unas democráticas, otras dictatoriales, la contradicción principal ya no puede ser resuelta entre izquierda y derecha sino entre democracias y dictaduras, cada una incluyendo a sus respectivas izquierdas y derechas. De la misma manera, esa contradicción no se presenta entre dos formaciones económicas (socialismo y capitalismo, por ejemplo) sino entre dos formaciones políticas, afirmación esta última que contradice en su esencia el paradigma “economicista” propio al liberalismo económico y al marxismo ortodoxo.
La contradicción principal de nuestro tiempo -aunque Trump y Xi no lo crean- ya no es económica sino política, o si se prefiere, geo-estratégica.
A quienes solo ven intereses económicos ocultos al interior de los procesos históricos habría que preguntar: ¿Cuáles son los intereses económicos que llevan al coreano Kim Jong un a intervenir militarmente en un país tan lejano como Ucrania? O lo que es parecido, ¿cuál es el interés económico de Rusia al introducir a terceros en la guerra de invasión a Ucrania?
Podemos suponer que Kim y Putin están locos – probablemente lo están, como lo estuvo Hitler– pero aún en la locura hay una lógica. Y en este caso no es una lógica económica sino una política; más aún: política y militar. El interés de Putin está claro: convertir a Rusia no solo en un imperio sino, además, en la vanguardia política y militar de una insurrección anti-democrática de características mundiales. O lo que es igual: al bloque democrático -al que él llama occidental - oponer un bloque mundial antidemocrático. Para Kim sería a la inversa: se trata de integrar a la hasta entonces muy aislada Corea del Norte en un bloque de dimensiones globales.
¿Corea del Norte arrastrando a China o con el consentimiento de China? Eso no lo sabemos todavía. Hay indicios para lo uno y para lo otro. Xi seguramente quiere mantener a Corea del Norte como perro de presa en contra de la conformación de un bloque “pro- occidental” que integraría a Japón, a Singapur, a Corea del Sur, a Filipinas, entre otros. Pero por otro lado, puede no estar muy interesado en ampliar guerras globales que puedan llevar al mundo a una guerra total. Algún día Xi deberá entender que no se puede bailar en dos bodas al mismo tiempo.
Putin lo sabe bien: el baila en su propia boda. Así, puede que el tirano ruso no sea un experto filosófico, pero parece haber entendido, por otras vías, el concepto de sobre-determinación que tomara Althusser de Freud. Según este concepto hay un tema que aparece en diferentes fenómenos a la vez. En el caso de las guerras que asolan el mundo de hoy, ese es el tema de la guerra declarada por los imperios anti-democráticos a las naciones democráticas del planeta, tema muy sobre-determinante en el caso de Ucrania, pero también presente en otras guerras que están ocurriendo, como en Oriente Medio entre Israel y los tentáculos militares de Irán. Allí es evidente que Putin está tomando abierto partido a favor de Irán.
Una reciente noticia que comprueba el envío de armas desde Rusia a los hutíes de Yemen, no debe sorprender a nadie. Irán, junto a Corea del Norte, son los aliados militares más estrechos de Putin. Naturalmente, Putin dirá que la suya es una respuesta al envío de armas de los EE UU a Israel, pasando por alto el hecho de que la alianza de Israel- EE UU existe desde una larga data. En cambio, la de Rusia con Irán y sus hutíes, es muy reciente. Como sea, las guerras en Ucrania y en Oriente Medio son y serán partes de una sola guerra global.
La política al servicio de la guerra
Putin parece haber entendido que las guerras en contra de las naciones democráticas no solo tienen y tendrán lugar en distintos lugares, sino también bajo diferentes formas, incluyendo entre ellas, las políticas. En otras palabras, Putin ha sabido poner a la política internacional al servicio de sus guerras brindando todo su apoyo a movimientos, gobiernos y partidos antidemocráticos de diferentes latitudes.
Como ha sido constatado, extremistas de derecha e izquierda, en Europa, en los EE UU, en América Latina, cuentan con el apoyo de Putin. El dictador ruso ha captado, además, que los ordenes democráticos son frágiles justamente porque son democráticos y como tales están obligados a mantener en sus interiores a sectores antidemocráticos siempre que estos cumplan con los requisitos formales que otorgan las constituciones. Lo hemos visto recientemente: en casi todas las elecciones, sean presidenciales o simplemente comunales o regionales, los periodistas se preguntan si sus resultados han sido positivos o negativos para la Rusia de Putin.
Antes había guerras de representación; hoy hay también elecciones de representación. Esto es justamente lo que entendemos bajo el concepto de sobredeterminación. Y bien, ayudado por el desarrrollo de la digitalización, Rusia opera de diferentes modos en las elecciones de los países democráticos. El propósito nada oculto de Putin es envilecer a las democracias, debilitándolas y así alimentar a sus partidarios anti-democráticos.
Probablemente no escapa a la mirada de Putin que una guerra ampliada a nivel global no favorece, más bien enturbia las posibilidades de desarrollo democrático en diferentes naciones. Para poner un ejemplo, puede que Israel emerja como vencedor en Oriente Medio, pero a la vez, será menos democrático de lo que era antes. Ucrania, que después de la rebelión de Maidán del 2013 avanzaba rápidamente hacia la democracia, ha debido suspender las elecciones y centralizar, incluso militarizar el poder político. En latitudes más lejanas, como son las de América Latina, Putin brinda apoyo total a brutales dictaduras como son las de Cuba, Nicaragua, Venezuela. Esta última dictadura, a su vez, provee logísticamente a levantamientos antidemocráticos como es el de Evo Morales en contra del gobierno constitucional de Bolivia.
Putin, con sus continuos fraudes y asesinatos a opositores, ha envilecido la política en Rusia, para después hacerlo en las repúblicas de su entorno, interviniendo abiertamente en elecciones como las de Eslovaquia y Georgia, a las que espera convertir pronto en nuevas “bielorrusias”. En Moldavia va a ocurrir lo mismo.
Precisamente, a fin de alertar acerca del progresivo deterioro de las democracias, el más reciente artículo de Slavoj Žižek propone a los gobiernos democráticos crear mecanismos de defensa en contra de las agresiones a las democracias y actuar sin complejos cuando se trata de utilizar medidas que no aparecen a primera vista como democráticas. Pone Žižek como ejemplo la disolución del parlamento llevada a cabo por Macron para reconstituir la formación política francesa en contra del avance del lepenismo. Pero aquí Žižek olvidó algo: puede que la movida de Macron, de acuerdo a la tradición francesa, no haya parecido a algunos muy democrática pero en ningún caso fue anti-constitucional. Y este es el punto: ninguna democracia, aunque sea para protegerse, debe traspasar la barrera constitucional, entre otras cosas, porque la constitución, es decir, las libertades políticamente organizadas, son la mejor arma que dispone cada democracia para defenderse a sí misma. Eso debió haberlo dicho Žižek .
Desde el momento en que una democracia viola a su constitución deja de ser democrática y se convierte en su propia enemiga. Eso es, seguro, lo que espera el director de todas las dictaduras del mundo: Vladimir Putin: lograr con mano ajena lo que no puede alcanzar con su propia mano.
Para defenderse, la democracia tiene otros medios, entre otros, formar grandes coaliciones anti-autoritarias y anti-dictatoriales. Esa fue la particularidad francesa, no la disolución parlamentaria.
En tiempos de guerra como son los que estamos viviendo, la democracia debe pasar a la defensiva; en eso estamos de acuerdo con Žižek. Los partidos democráticos de izquierdas y derechas deben reconocer los momentos límites y formar coaliciones, o frentes democráticos, si es que se hace necesario, para detener el avance de los partidos putinistas, muchas veces disfrazados de pacifistas.
El dicho que hiciera popular Willy Brandt “en una democracia todos los partidos deben ser coalicionables unos con otros” no rige en tiempos de guerra. En esas condiciones, el dicho debería ser cambiado por este otro: “en tiempos de guerra todos los partidos democráticos deben ser coalicionables en contra del avance de partidos amigos de naciones enemigas”.
Lamentablemente eso no está ocurriendo ni en Europa ni en América Latina.
*Artículo publicado originalmente en el blog POLIS: Política y cultura.