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El diente de Patrice Lumumba

Los cuerpos de Patrice Lumumba y sus compañeros Maurice Mpolo y Joseph Okito desaparecieron, disueltos en ácido sulfúrico

Roland, Juliana y Francois Lumumba, hijos del difunto Patrice Lumumba, el primer primer ministro del Congo elegido democráticamente, se paran ante el ataúd de su padre durante una ceremonia en Bruselas, Bélgica. Los hijos de Lumumba asistieron a la entrega de los restos de su padre, un diente con corona de oro. Foto: Confidencial | EFE. Olivier Hoslet.

Rafael Rojas

27 de junio 2022

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Hace poco más de sesenta años, Patrice Lumumba, primer ministro de la recién fundada República del Congo independiente, fue derrocado y asesinado. Apenas tres meses duró aquel primer gobierno, bajo la presidencia de Joseph Kasavubu, a pesar de haber sido Lumumba el principal líder del Movimiento Nacional Congolés, que logró el fin del régimen colonial belga en la Mesa Redonda de Bruselas de 1960.

A Lumumba lo asesinaron tras el golpe de Estado encabezado por su excompañero Joseph Mobutu —quien luego sería conocido como Mobutu Sese Seko— y respaldado por Bélgica, Estados Unidos y la CIA, que también habían alentado la secesión de Katanga y la guerra civil. El pretexto del golpe, como tantos en los años más turbulentos de la Guerra Fría, fue la aproximación de Lumumba a la URSS y el socialismo real de Europa del Este tras el aislamiento de su gobierno, promovido por Bruselas desde Europa.

Los cuerpos de Lumumba y sus compañeros Maurice Mpolo y Joseph Okito desaparecieron, disueltos en ácido sulfúrico, en Katanga, la región que controlaban sus enemigos. Prueba macabra de que el ejército belga estuvo involucrado en aquella operación de exterminio fue que un oficial, Gérard Soete, arrancó un diente a Lumumba como trofeo de guerra y lo conservó hasta que el gobierno belga lo obtuvo a fines del siglo pasado.

En los últimos años, el fiscal Frédéric van Leew y el primer ministro Alexander de Croo han impulsado iniciativas para que la monarquía belga trasmita algún tipo de distanciamiento o autocrítica sobre la colonización. De parte de la opinión congolesa y de los descendientes de Lumumba y sus compañeros se ha planteado la necesidad de algo más consistente: una disculpa o solicitud de perdón por las atrocidades en el Congo, no sólo las de Leopoldo II, a fines del siglo XIX, sino también las de Balduino y su administración africana en la etapa final del régimen colonial.


Hasta ahora, todos los intentos de la parte belga han sido superficiales y ambivalentes. El rey Philippe de Bélgica ha lamentado las crueldades de la colonización, pero al igual que el primer ministro De Croo sostiene que no hay que responsabilizar por aquellos crímenes a todo el gobierno colonial. Desde hace una década, por lo menos, tanto la monarquía como el gobierno belgas están siendo demandados por descendientes congoleses de los líderes asesinados.

La ceremonia de devolución del diente de Lumumba a su familia es un gesto más, pensado para contener la presión de las víctimas. Los familiares lo agradecen pero lo consideran tardío e insuficiente, dada la gravedad, premeditación y evidente involucramiento del ejército belga en el crimen. Una nota de Trinidad Deiros Bronte, en El País, reseña el estado de opinión en sectores críticos de Bruselas, que argumentan que la resistencia a admitir responsabilidad de Estado y pedir perdón se debe a que podría dar pie a que los tribunales den cauce a las demandas de víctimas congolesas.

El diente de Lumumba en un ataúd queda como símbolo de la corta memoria de las exmetrópolis y de los trabajosos duelos de la descolonización. Tanto la colonización como la descolonización, tan bien argumentada por Frantz Fanon, estuvieron marcadas por la violencia. Dos tipos de violencia que no son equivalentes, por la asimetría de la dominación, y que generan procesos de duelo y memoria de muy diversa eficacia.

En el caso del antiguo Congo belga, hoy República Democrática del Congo, a la violencia colonial y anticolonial, habría que agregar la postcolonial, ligada al régimen de Mobutu en Zaire, que se prolongó de 1965 a 1997. Como Obiang en Guinea y Amín en Uganda, Mobutu encabezó una dictadura altamente represiva, cleptocrática y nepotista. Ese régimen llegó a involucrarse en el genocidio de Ruanda por medio de su respaldo a los hutus y sus decretos de pena de muerte contra los tutsis, tal vez, el episodio más sangriento de la historia postcolonial de África.

*Este artículo se publicó inicialmente en La Razón

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Rafael Rojas

Rafael Rojas

Historiador y ensayista cubano, residente en México. Es licenciado en Filosofía y doctor en Historia. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) de la Ciudad de México y profesor visitante en las universidades de Princeton, Yale, Columbia y Austin. Es autor de más de veinte libros sobre América Latina, México y Cuba.

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