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El Día de Europa y el Golfo de Fonseca

La nuestra es una integración estancada, sin una institucionalidad sólida e invisible para sus ciudadanos

Umanzor López Baltodano

13 de mayo 2016

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“La guerra que se juzga inevitable”. Aunque es difícil imaginarlo hoy, dada la frialdad que da el tiempo a unos hechos no consumados, en la Europa de 1950 reinaba un clima de guerra a punto de ebullición. Transcurridos pocos años desde la Segunda Guerra Mundial, la estabilidad en el corazón del continente era precaria. Los bloques estaban acostumbrados al uso de la fuerza, la incipiente guerra fría tensaba las relaciones y no existía fórmula para eliminar o disipar las condiciones que empujaban a Francia y Alemania a posibles hostilidades.

Precisamente, en el planteamiento de un nuevo método, en la búsqueda de una respuesta innovadora ante esta situación, reside el gran valor de la Declaración Schumann, ideada por Jean Monnet.

El 9 de mayo de 1950, el Ministro de Exteriores francés ofrecía a su tradicional enemigo, Alemania, poner en común la producción de carbón y acero para ser administrada por una Alta Autoridad. Esta institución permanente, políticamente independiente y con fuerza ejecutiva, se convertía –sin decirlo- en un original órgano supranacional.

La acción propuesta impactaba a un único sector. Sin embargo era lo suficientemente poderosa como para cambiar el rumbo de las cosas. Fusionando los intereses de ambas naciones en una zona tradicionalmente controvertida (Sarre y Rhur) y en un sector clave (la industria siderúrgica), alejando estos intereses de las competencias y vaivenes de la política cotidiana, se eliminaba un longevo y clave foco de tensión y malos entendidos. Más aún, lo beneficioso de la acción podría arrastrar a los estados implicados más allá de los objetivos iniciales, como realmente ocurrió.


La medida tendría inmediatos efectos materiales y psicológicos. Primero, se disiparon las condiciones prácticas de un conflicto. Los franceses -históricamente inferiores a la industria alemana- podrían establecerse en la misma base de partida que la siderurgia vecina. A su vez los productores alemanes podrían aumentar su producción sin los límites impuestos por la post-guerra. Es decir, las industrias del carbón y el acero –y por tanto las economías- de ambos países tendrían un punto de beneficio común; estarían interelacionadas.

También se solventaban elementos psicológicos: Francia dejaría de temer al resurgimiento germano, y los alemanes se librarían de la discriminación (y humillación) derivada de la derrota militar, evitando los errores cometidos en Versalles.

Asimismo, el carbón y el acero constituían los elementos básicos para la maquinaria armamentística, por lo que al transformarlos en un objetivo compartido se ponían las bases y se mandaba un mensaje para la paz, meta central de la propuesta.

La Declaración Schumann, que explícitamente prevé una futura federación, es el germen de la Unión Europea y el motivo de la celebración del Día de Europa.

Importantes lecciones se pueden extraer de estos eventos para la integración centroamericana. Si bien el nuestro es un proceso de larga data que debe cimentarse en la realidad local, no es menos cierto que incluso para el más optimista la nuestra es una integración estancada, sin una institucionalidad sólida e invisible para sus ciudadanos. Por tanto, deben plantearse perspectivas diferentes, diseñar nuevos mecanismos de emprender y atender a la realidad del proceso.

Debemos de una vez cambiar nuestro método y superar el esquema de costosos e infructuosos foros intergubernamentales en donde normalmente nada sustancial se acuerda y en donde lo acordado se ejecuta aún más lenta e ineficientemente.

Y al igual que los creadores de la integración europea, es necesario reconocer que, aunque deseable, el contexto no permitiría grandes cesiones o una unión política. Sin embargo sí es posible identificar áreas específicas en donde una acción profunda y determinada puede ser de gran importancia psicológica y pragmática para el futuro de la región.

Por ello traemos a colación el Golfo de Fonseca. Zona valiosa y estratégicamente privilegiada, ha sido desde el nacimiento de las naciones que lo rodean motivo de conflicto, recelo y desconfianza. Ello ha impedido su aprovechamiento y ha supuesto enormes costos para nuestros estados, tan necesitados de recursos. Hoy día, el Golfo es una zona empobrecida, despoblada y con escasas posibilidad de ser desarrollada al máximo.

Paradójico o no, de la mano de la tensión y la desconfianza ha venido la retórica presidencialista, pomposa e inefectiva. Año tras año se suceden declaraciones presidenciales que prometen proyectos tri-nacionales para hacer de ésta una zona de ‘estabilidad, paz y desarrollo’ (Declaración de Managua). Desde luego -usted no se sorprenderá- estas declaraciones no se han traducido en acciones concretas con resultados transformadores.

Dicho simplemente, dado que no existe un verdadero órgano que, alejado de la política cotidiana, cortoplacista y electoralista, trabaje con verdaderos poderes por la zona como un bien común y sin responder a mandatos nacionales, cada gobierno sigue protegiendo únicamente sus propios réditos. En ese sentido, no han sido pocas las ocasiones en que, en pro de ese interés y sólo de ese interés, los representantes de turno reviven polémicas con países vecinos, basados en una supuesta protección de la soberanía nacional.

Insistimos, la razón por la cual no atendemos adecuadamente las relaciones con nuestros vecinos puede no estar en la voluntad política- que también se pone en duda- sino principalmente en el método elegido. Por tanto, ¿No deberíamos buscar una nueva fórmula para verdaderamente desarrollar el Golfo de Fonseca?

Estando genuinamente motivados para resolver un problema y transformarlo en oportunidad no parece inconcebible que, respetando la soberanía nacional, nuestros estados creen un organismo conjunto pero autónomo que gestione el Golfo. Esto eliminaría materialmente la necesidad de plantear conflictos sobre recursos pesqueros, administrándolos más eficazmente en beneficio de los pobladores. Los planes turísticos y ambientales serían, desde su concepción, comunes y con capacidad ejecutiva, permitiendo concebir un desarrollo sostenible en la zona. Y por fin, con un mismo objetivo, los ridículos conflictos territoriales –y los fondos públicos despilfarrados en ellos- carecerían de sentido, cayendo desterrados en la memoria.

No se trata de ser ingenuo. Con esta propuesta no se pretende que se solucionen de una vez los problemas entre vecinos o que de golpe ésta se convierta en la más próspera de las zonas. Lo que se propone simplemente es poner en un orden más racional las relaciones de los países respecto del Golfo de Fonseca.

Sin duda, un caso exitoso de este tipo señalaría el camino de una integración más beneficiosa para el conjunto de los centroamericanos, realizada a través de un verdadero método comunitario.


Umanzor López Baltodano. Abogado y Politólogo. Máster en Derecho de la Unión Europea.


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