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El destino de Ortega en una región en llamas

El pragmatismo gringo da un giro desde la tolerancia hacia la identificación de Nicaragua como un problema que puede atizar el fuego de la región

¿Qué lugar masacrará mañana?-PxMolinA

José Luis Rocha

20 de diciembre 2018

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Hasta abril del año en curso Nicaragua disfrutaba de los beneficios que conlleva una inmerecida reputación como remanso de paz. Los indicadores de violencia que proporcionaba la Policía Nacional –probablemente muy maquillados pero de muy extendida credibilidad– situaban al país ligeramente por encima de Costa Rica y varias decenas de homicidios por debajo de sus vecinos en el norte de la región. Por lo que toca a los intereses de los Estados Unidos, Nicaragua era un país de escasa importancia. Ninguna batalla merecía la pena para retener un minúsculo mercado. Podían venir chinos canaleros y rusos de la industria farmacéutica sin que al tío Sam se le meneara un pelo de la barba. Tampoco había necesidad de poner orden: sobre la base de su excepcionalismo en la región, Nicaragua fue excluido del Plan Alianza para la Prosperidad que estaba destinado a poner coto a la corrupción y frenar la migración hacia los Estados Unidos. En 2016 y 2017, antes de que Trump le aplicara severos recortes, ese programa depositó 1,405 millones de dólares, sobre todo en las arcas de Guatemala, Honduras y El Salvador. La Nicaragua donde ahora la policía encuentra terroristas en cada esquina, bajo cada sotana y hasta en los maratonistas y bailarinas de folklore, se quedó fachenteando de su paz. A pesar de tener un PIB muy inferior al de cualquiera de los tres países mencionados, Nicaragua recibió un poco menos de 20 millones en esos dos años.

Los cables de Wikileaks revelaron que el imperio era muy consciente de la corrupción en Nicaragua. No se puede decir que no hizo nada. Pero lo hizo muy morosamente porque se daba por bien pagado con la política de muro de contención que convirtió a Nicaragua en una barrera para detener la migración de africanos, haitianos, cubanos y sudamericanos, dejándole un quebradero de cabeza a Costa Rica y miles de sueños migratorios truncados. Esa política ha tenido un respaldo jurídico gracias a la nueva ley de migración que la Asamblea Nacional aprobó en 2010 con una mayoría sandinista. Con esa ley y con esa política, el imperio se daba por bien pagado. Obraba con el pragmatismo que le hizo aceptable e incluso digno de apoyo a cuanto gorila de derecha quiso secuestrar un país latinoamericano en los años 40, 50, 60 y 70. Habiendo concluido la guerra fría y su concomitante fiebre anticomunista, era completamente irrelevante que el gorila de Nicaragua se proclamara de izquierda.

Esta situación cambió desde que Nicaragua se convirtió en una fuente adicional de inestabilidad en la región. La rebelión de abril y la reacción brutal del régimen de Ortega hicieron que Nicaragua dejara de ser un país de poca monta en la geopolítica regional. El primer gran cambio: Nicaragua empezó a emitir migrantes en grandes cantidades. Si bien es cierto que la mayoría no va al norte, el abrupto y masivo éxodo de la migración nicaragüense es una presión para economías pequeñas y una exigencia ante las agencias de Naciones Unidas. Y también una amenaza potencial de migración hacia el norte, muy verosímil en el contexto de caravanas de migrantes de hondureños y salvadoreños.

El segundo gran cambio: la recesión en Nicaragua está teniendo repercusiones negativas en las economías de los otros países de una región que en el siglo XXI optó por estrechar sus vínculos comerciales. El mercado común centroamericano ha venido creciendo de forma sostenida en lo que va del siglo. Entre 2006 y 2017, las exportaciones regionales de Nicaragua a la región no crecieron al ritmo del total de sus exportaciones, pero sus importaciones regionales sí crecieron notablemente hasta un 108%. En el istmo Nicaragua es más importante como comprador que como vendedor, lo cual lo hace más difícilmente sustituible porque es menos complicado aprovisionarse en otros mercados que conseguir rápidamente un nuevo comprador.


Por eso la situación en Nicaragua es complicada para países como Guatemala, que han puesto muchos más huevos en la canasta regional. En 1986 las exportaciones intrarregionales de Guatemala sólo representaban el 22% del valor total de sus exportaciones. Ese peso subió a 32% al siguiente año y dio un salto al 39% en 1991. En 2016 se situó en un 42.6%, después de haber alcanzado un pico del 56% en 2004. Veamos la trayectoria específica de su relación comercial con Nicaragua. En 1994 Nicaragua importaba mercancías por un valor de apenas 61.3 millones de dólares desde Guatemala. Ese monto subió a 80 en 1996, 92.5 en 1998, 174.4 en 2004 y 198.3 millones de dólares en 2006. Una década más tarde, en 2017, ese valor alcanzó los 433 millones, cuya mayor parte fue aportada por textiles, materiales plásticos, productos farmacéuticos, detergentes y jabones. El comercio intrarregional es una correa de transmisión en virtud de la cual la prosperidad y decadencia de un país es compartida por el resto. Lo que le duele a Nicaragua, arde en Guatemala, pica en Honduras y escuece en El Salvador.

La caída de las compras a Guatemala se va aproximando a los 20 millones de dólares entre abril y octubre. En agosto de 2018 no había tranques y Guatemala vendió a Nicaragua casi 7 millones de dólares menos que en ese mismo mes en 2017. No se trata de un problema se transporte. Dedo la que infraestructura productiva de Nicaragua está intacta y las vías de comunicación operando, las exportaciones de Nicaragua a Guatemala –fundamentalmente carne, leche, bebidas alcohólicas y vinagres, y chatarra- registran incluso un aumento. El problema es la caída de la demanda.

Como proveedor, Nicaragua ocupa el séptimo lugar entre los principales socios comerciales de El Salvador. Como comprador, Nicaragua asciende al cuarto lugar, después de Estados Unidos, Honduras y Guatemala. Entre enero y octubre, las exportaciones de El Salvador a Nicaragua cayeron un 2.8%. Pero la situación afectó al comercio de los salvadoreños con tres países, incluyendo Costa Rica y Panamá, provocando una caída de 14 millones de dólares. De enero a junio, comparando 2017 y 2018, el valor de las exportaciones de Honduras a Nicaragua cayó de 110 a 102 millones de dólares. De nuevo, el problema es la demanda menguante de Nicaragua, que se hará sentir más en los próximos meses, a medida que nos sumerjamos en la depresión contra la cual los economistas Néstor Avendaño y José Luis Medal vienen alertando.

En estas condiciones, el pragmatismo gringo da un giro desde la tolerancia hacia la identificación de Nicaragua como un problema en sí mismo que puede atizar el fuego de una región donde el repudio al fraude electoral de Juan Orlando Hernández y a la violencia estatal y criminal se expresa en caravanas de migrantes hondureños, y donde en Guatemala se corre el riesgo de que un pacto delincuencial revierta los logros que ha obtenido la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) en años de ardua lucha contra la corrupción y el crimen organizado. La región ya estaba en llamas. La represión de Ortega vino a rociarle gasolina porque la caída de la demanda en Nicaragua tendrá repercusiones sobre las economías de la región, agravando problemas de desempleo y bajos ingresos. Honduras y Guatemala sólo tienen motivos para ver en la permanencia de Ortega un problema adicional. Y El Salvador, donde el FMLN está por perder las próximas elecciones de forma contundente, dejará de ser el aliado incondicional que fue en espacios como la asamblea general de la OEA. Todos estos son factores que reforzarán la posición del gobierno de los Estados Unidos. Ese país nunca fue un aliado de Ortega. Si Ortega así lo creyó, aplica lo que Richard Feinberg le dijo a Somoza en vísperas de su caída: “los Estados Unidos no tiene aliados permanentes, tenemos intereses y nuestro interés en este momento es la estabilidad.”

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José Luis Rocha

José Luis Rocha

Escribió en CONFIDENCIAL entre 2026-2021. Doctor en Sociología por la Philipps Universität de Marburg (Alemania). Se desempeñó como investigador asociado en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y del Instituto Brooks para la Pobreza Mundial de la Universidad de Manchester. Fue director del Servicio Jesuita para Migrantes en Nicaragua.

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