Guillermo Rothschuh Villanueva
18 de febrero 2024
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Una selección de diez anécdotas entre veinticuatro autores de una edición especial de la revista Soho para Gabo
El escritor colombiano Gabriel García Márquez (1927 - 2014). // Foto: Soho
A Edgar Tijerino Mantilla en sus ochenta años bien vividos, instalado en la cúspide de la crónica deportiva nicaragüense.
Cuando uno llega a visitar a Edgar Tijerino jamás sale con las manos vacías. El 8 de diciembre de 2023, día de la Gritería, me invitó a esos almuerzos que Chilo acostumbra hacer rociados de amistad y camaradería. Platos y ensaladas exquisitas. Obligan a repetir. Al despedirnos Edgar me obsequió la edición especial número 149 correspondiente al mes de septiembre de 2012 de la celebrada revista Soho. Un hermoso homenaje al más ilustre de los colombianos. Estaban cumpliéndose treinta años del recibimiento del Premio Nobel de Literatura. Una edición de lujo y a todo color. Un tributo rendido por veinticuatro personalidades colombianas. Más de una década había transcurrido desde su publicación. Tijerino la guardaba como un valioso tesoro. Me sentí agradecido.
Se desprendió de una revista cuyo estado la hacía parecer como si estuviese recién salida de la imprenta. Un remate espléndido de Edgar haciendo gala de esa generosidad proverbial que todos conocemos. La había preservado de las inclemencias del tiempo. La revista me condujo al reencuentro con uno de mis autores favoritos. Como estila la revista Playboy, la portada viene ilustrada con un desnudo de Andrea Guzmán, símbolo sexual colombiano. Trae además varias fotografías (páginas 120 a 152), donde la diva luce sus atributos escultóricos, asumiendo la representación erótica de distintos pasajes de las obras literarias de Gabo: Remedios, la bella, Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada, Cándida Eréndira y su abuela desalmada y Memoria de mis putas tristes.
Los seleccionados conforman un grupo heterogéneo, destacan biógrafos, cronistas, periodistas, productores musicales y cinematográficos, caricaturistas, bibliotecólogos y políticos. Una revista de colección. A eso se debía que Edgar la guardara con celo. Cada uno de los escogidos (seis mujeres y dieciocho hombres), tenían el encargo de contar su anécdota preferida vivida junto a Gabriel García Márquez. Sus respuestas son de lo más variopintas. En todas sus expresiones se percibe un profundo sentimiento de orgullo y amistad con el creador del reino de Macondo. Soho incluye una historieta o cómic de Julio César González (Matador), seudónimo con el que se identifica el caricaturista estrella y cuatro crónicas macondianas. El afecto asoma en cada recuerdo.
1. Dentro de ese amplio reportorio hice mi propia escogencia, diez autores cuyas semblanzas y evocaciones seleccioné de acuerdo con mis preferencias. El primero fue José Salgar. “El Mono” habla del imposible deseo de Gabo de reintegrarse a la sala de redacción de El Espectador de Bogotá. No una sala de redacción cualquiera sino aquella que hizo historia en 1955. Una reiteración de su amor por el oficio más bello del mundo. Sesenta años de compañerismo avalan sus palabras. Gabo lo llamó expresamente como hizo con varios de sus amigos para recordar juntos el pasado. Una de estas llamadas duró más de dos horas. Con sorna le dijo: “Por lo costoso del teléfono no te preocupes que lo paga Mercedes”. Estaba redactando el capítulo final de Vivir para contarla, (págs. 509-579). Una biografía en clave de novela.
2. La entrevista que logró el escritor Rodrigo Fresán, director entonces de la Colección de Literatura Criminal Roja & Negra de Random House-Mondadori, con Carmen Balcells, la Mama Grande, nos ofrece una versión parcial de la mujer que redefinió los contratos de los escritores con las editoriales. Balcells provocó un sismo en el mundo editorial. Evitó que continuarán siendo esquilmados. Su ángel benefactor. Todo empezó a ser distinto. Fresán trató de ahondar en el oficio de Carmen. Sus respuestas están cargadas de ingenio. El papel de divos correspondía a los escritores. “Todo lo que parece interesante en mi vida es lo que nunca contaré a nadie”. “Mi actividad nunca se debe publicar. Cuanta más publicidad tengan el escritor y la editorial mejor”. Después soltó la lengua. Para esos años estaba forjándose el mito.
Balcells tenía en su escritorio una flamante edición en inglés de Cien años de soledad. Encuadernada en cuero tenía una dedicatoria de García Márquez, con el tiempo resulta memorable. Al abrir el libro en la página de los títulos Gabo tachó la palabra Solitude y la reemplazó. “One Humdred years of felicidad para Kame de mi corazón con el cariño y agradecimiento de su esclavo más fiel”. Balcells vuelve a elogiar la calidad literaria de Gabo: “Cuando tienes un autor como GGM, puedes montar un partido político, instituir una religión u organizar una revolución”. Fresán pasó a una pequeña habitación. En la pared pudo leer el célebre escrito con letra de Gabo: “El sueño de mi vida es poner una agencia literaria y tener un autor como yo”.
3. Todos conocemos la gran amistad que Gabo mantuvo con el presidente Belisario Betancur. El mandatario colombiano puso a su orden el avión en que viajó la comitiva que le acompañó a recibir el Premio Nobel a Suecia. Una nave para más de cien personas. Betancur evoca un momento especial en sus vidas. Al ser interrogado sobre las razones de tuvo Gabo para votar a favor de Adolfo López Michelsen en las elecciones presidenciales de 1982 y no en el suyo, brindó una respuesta propia del mandatario. “Es que García Márquez es un gran escritor, pero un pésimo político”. ¿Cuál fue la reacción de Gabo? Jamás se guardó sus posiciones políticas. La decisión no fracturó la relación. Su simpatía fue para siempre. El novelista colombiano tenía inclinación especial por codearse con políticos encaramados en el poder.
4. Su paso por la agencia Prensa Latina fue el pretexto esgrimido por distintas administraciones de Estados Unidos para negarle el visado de visita a ese gran país. Desde 1961 solo lo hicieron una vez. En 1971 cuando la Universidad de Columbia lo invitó a recibir un doctorado Honoris causa. María Elvira Salazar cuenta que fue invitada por Gabo a la reunión secreta que sostuvo con el Lewis Tambs (1984), el embajador de Estados Unidos en Colombia. Daniel Samper sirvió de intermediario. El amigo de Fidel Castro, enemigo del intervencionismo de Reagan, favorable a la legalización de las drogas y a la solución política del conflicto interno de Colombia sin intervenciones foráneas, habló quién sabe qué con el embajador Tambs. Salazar contó a Soho por primera vez de esa reunión. La prensa jamás se enteró.
5. Jon Lee Anderson se jala una anécdota con toda la mala leche del mundo. Gabo fue invitado por la asociación de abejeros del sur Francia. Si aceptaba la invitación le darían a cambio su peso en miel. Con gesto teatral de desprecio tiró la carta. “¡Mi peso en miel! ¿De dónde sacarán estas ideas?” Sostenía que le robaban tiempo al oficio de escritor. Dos años después Anderson leyó en El País un artículo de Vargas Llosa; había recibido una invitación similar. El peruano no solo asistió al evento, en agradecimiento a sus anfitriones escribió en todas sus letras: “Esta miel, néctar de los dioses de antaño, es de lejos el mejor regalo de mi vida”. Anderson cree que Gabo debió morirse de risa. Su frase resume pura huachafería como esas que incluye en Le dedico mi silencio (2023). Su impensable despedida como escritor.
6. Su biógrafo Gerald Martin cuenta las circunstancias que le llevaron a conocer a Gabo en La Habana. Había suscrito un contrato para escribir un libro sobre el colombiano. Después de varios intentos fallidos para dar con su paradero, alguien le sopló la dirección de su casa en la perla de las Antillas. Con un pie en el umbral y en el preciso instante que iba a tocar la aldaba, apareció la cineasta Alquimia Peña y lo increpó: “Imbécil. Si lo haces vas a perderlo todo”. Alquimia habló y negoció su visita. Desde el momento en que la conoció Martin tuvo el pálpito que esa mujer con nombre de personaje de Las Mil y una noches sería su hilo de Ariadna. A su agudeza e instinto femenino debe que Gabo le abriera las puertas de su amistad y de paso se convirtiera en su biógrafo autorizado. Un libro memorable.
7. Me gustó el desparpajo con que Gonzalo Mallorino cuenta el viaje fletado a Suecia. La desfachatez con que narra los días y noches de parrandas embebidos en alcohol. El goce que vivieron quienes le acompañaron a recibir el Nobel. Los suecos no salían del asombro con esos negros, indios y blanquitos que se divertían de lo lindo. No solo había cachacos, también le acompañaron costeños como el maestro Escalona, la Llanera, la Cacica Araujonoguera, Totó la Mamposina, los hermanos Zuleta y una compañía de baile de Barranquilla. Su bailarina Marta Miranda dejó prendado a todos. Una parte de los invitados —cuestiones de la literatura— fueron alojados en el “Hotel Amarenten”, con un nombre similar al de la Amaranta de Cien años de soledad. Una fiesta digna del hijo de Aracataca.
8. Enrique Santos Calderón destaca por su lado sombrío, la muerte repentina de Feliza Bursztyn. La escultora jamás pudo recuperarse del atropello sufrido en la época del Estatuto de Seguridad del Gobierno de Turbay Ayala. Allanaron su casa a media noche. Militares vestidos de civil la condujeron a los calabozos del BIM y la interrogaron durante once horas consecutivas. Salió de Colombia despavorida con el alma rota. Un viernes helado de 1982 en un restaurante ruso cercano al departamento de los Gabos en París, ocurrió lo inconcebible. Mientras departían y escogían los platos, Feliza sentada a la izquierda de Gabo, comenzó a desgonzarse. Cuando la asistieron ya estaba muerta. ¿Cuál sería la reacción de Gabo con el miedo atávico que tenía a la muerte? ¿Cómo recordaría esta escena?
9. Iván Granados nos introduce en la biblioteca de Gabo. La única vez que habló con su jefe de su contrato de trabajo Gabo dejó que fuera él quien estableciera el horario y se pusiera el sueldo. Jamás volvieron hablar del tema. Rememora sus tres grandes pasiones: la literatura, el periodismo y el cine, lo hace para confesarnos que ese entusiasmo estaba volcado en los libros disponibles en su biblioteca. Evocó una de sus expresiones más conocidas. Gabo sostenía que uno de los grandes placeres era la lectura, luego remató que el único placer que la superaba era la relectura. Iván llegó a la conclusión que Gabo tenía claros sus intereses desde muy joven, sus autores y libros fundamentales. Por eso podía dedicarse a la relectura. Su más grande goce.
10. Dejé para el final la revelación de Rodrigo Moya, nombre que para los seguidores del Nobel resultara familiar. Nos cuenta La terrorífica historia de un ojo morado. Moya tomó a Gabo las fotografías dos días después de la trompada recibida en su ojo derecho de parte de su compadre Mario Vargas Llosa. ¡Impensable! La violencia del Nobel peruano Moya la atribuye a su derechización galopante y a celos exacerbados. La Gaba lo acompañó a la sesión fotográfica luciendo enormes anteojos oscuros, como si hubiese sido ella quien recibió el golpe. Contrario al silencio de Gabo exclamó: “Es que Mario es un celoso estúpido”. Hay quienes dicen que eso mismo afirmó Patricia Llosa cuando lo supo. Esta consideración oscurece en las neblinas de la leyenda.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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