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¿Dónde quedó la astucia de Ortega?

El otrora astuto Daniel Ortega pasará a los libros de historia como “Ortega el Cruel”. Igual que Tacho Somoza y que Leónidas Trujillo

El otrora astuto Daniel Ortega pasará a los libros de historia como “Ortega el Cruel”. Igual que Tacho Somoza y que Leónidas Trujillo

Manuel Iglesia-Caruncho

23 de julio 2018

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En la obra de Homero, Odiseo (Ulises) es el personaje astuto que maquinó construir y regalar a los troyanos el famoso caballo de madera que daría la victoria a las tropas griegas comandadas por Agamenón. También a Odiseo se le ocurrió la estratagema de disfrazar a sus hombres de ovejas, para que escaparan de la furia del cíclope Polifemo. Y fue Odiseo quien, en su travesía de regreso a Ítaca, ordenó a la tripulación taponarse los oídos para no sucumbir a los cantos de las sirenas, mientras él, amarrado al mástil y habiendo dado instrucciones de que no lo soltasen bajo ningún concepto hasta que dejaran atrás la zona de peligro, las escuchaba con deleite. Odiseo, entre los héroes griegos, simbolizaba la astucia, aunque no le faltó crueldad: al llegar a su reino, mató con sus propias manos a todos los pretendientes de Penélope.

En Nicaragua, en pleno siglo XXI, gobierna el astuto Ortega, un individuo taimado que domina desde hace tiempo el arte de jugar a varias bandas. Un personaje que, mientras llevaba a cabo algunos programas sociales, como “Hambre Cero”, ofrecía a los inversores mano de obra barata y les garantizaba la ausencia de conflictos gracias a unos sindicatos domesticados; un presidente que, mientras mantenía una retórica progresista, acrecentaba su fortuna y la de su familia gracias al desvío de los fondos de la cooperación venezolana, los cuales manejaba fuera de todo escrutinio público; un “socialista” que prohibía la interrupción voluntaria del embarazo en todos los supuestos, incluso en caso de violación. En el único terreno donde el astuto Ortega no mostraba dobleces era en la represión: siempre que había protestas, como las derivadas del proyecto de construcción de un Canal Interoceánico que conllevaría expropiaciones de tierras a los campesinos, eran brutalmente reprimidas.

El astuto Ortega también ha jugado a varias bandas desde que comenzó la crisis en Nicaragua hace tres meses, cuando se registraron las primeras protestas motivadas por un decreto que rebajaba las pensiones y subía las cuotas de la seguridad social. Por un lado, manifestó su disposición a un Diálogo Nacional con la participación de estudiantes, campesinado, empresariado y sociedad civil, moderado por la Iglesia Católica, y admitió el ingreso en el país de misiones internacionales de observación, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) -órgano consultivo de la OEA-; pero, por otro, se ha negado a aceptar las conclusiones de sus informes, tachándolos de “parciales” y, por tanto, a tomar en cuenta sus principales recomendaciones. Y es que el CIDH no deja lugar a dudas sobre lo que está ocurriendo en el país: “La Comisión concluye que el Estado de Nicaragua violó los derechos a la vida, integridad personal, salud, libertad personal, reunión, libertad de expresión y acceso a la justicia”.

En estos últimos meses, en el único terreno donde el astuto Ortega no ha mostrado dobleces ha sido, de nuevo, en la represión contra una población desarmada. Aún sin cifras exactas, de acuerdo a los informes de la propia CIDH y otros organismos de derechos humanos, no es exagerado aventurar que se han alcanzado las 300 víctimas mortales y sobrepasado los 2.000 heridos, docenas de los cuales quedarán con secuelas toda su vida.


Con estas masacres, con estos actos inequívocos de terrorismo de Estado, a la comunidad internacional se le ha caído finalmente la venda de los ojos y ha comenzado un clamor que condena la represión, insta al desmantelamiento de los grupos paramilitares y llama a respetar los derechos humanos y a mantener el Diálogo Nacional. Un clamor que exige también el respeto a la Iglesia Católica, que siempre ha tratado de mediar para encontrar una salida pacífica al conflicto. Países de la región, como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay; Estados Unidos; la Unión Europea; parlamentos, como el español y el europeo; el Senado uruguayo; fuerzas políticas de todo signo, como el PSOE y Podemos en España, el Partido socialista chileno y el uruguayo; organismos internacionales, como la OEA y la CIDH, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos humanos o el Sistema de Integración Centroamericano (SICA), se han pronunciado, con mayor o menor dureza, en contra de la barbarie desatada por el Gobierno nicaragüense y en favor del respeto a los derechos humanos y de una salida negociada. Hasta el “Pepe” Mujica cuestionó la permanencia de Ortega en el poder.

Se trata de una presión necesaria porque la posibilidad de buscar una solución a través del Diálogo Nacional se aleja más cada día. Las numerosas víctimas de los ataques policiales y paramilitares contra el pueblo pueden tornar inviable este escenario. ¿Cómo dialogar con quien te está matando? ¿Cómo negociar con quien no ha mostrado voluntad alguna de parar las agresiones? ¿Cómo conversar con quien ya ha afirmado que quien quiera sacarlo del poder tendrá que ir a las elecciones en 2021, dejando claro que no está dispuesto a adelantarlas?

Así que, con escasísimas excepciones, Ortega, con esa demostración de fuerza brutal en contra de una población pacífica y desarmada, ha conseguido el desprecio de los y las nicaragüenses y la censura de la comunidad internacional. Entonces, ¿dónde quedó su tradicional astucia? ¿Por qué se ha negado a negociar, como proponían el empresariado y la Iglesia de Nicaragua, o el Secretario General de la OEA y Estados Unidos, unas elecciones anticipadas, cuando todavía le era posible incluir en la negociación algún tipo de inmunidad? Al cabo, otro astuto, el taimado Pinochet, cuando perdió el referéndum que él mismo había convocado, renunció a la presidencia de Chile, pero se quedó como jefe de las FFAA y después como senador vitalicio, sin que nadie osara reclamarle responsabilidades o cuestionar su fortuna

Llegados a este punto, no queda más remedio que conjeturar. Descartada la posibilidad de una guerra civil, por la clara voluntad mostrada por la población de mantener su revuelta en forma pacífica, aparecen dos escenarios. En el primero, el astuto Ortega, ahora desde una posición de fuerza al haber suprimido los “tranques” y encierros en distintos puntos del país, accede a negociar unas elecciones anticipadas a cambio de garantías para él y su familia -tal vez con una Ley de Amnistía General y algún puesto parlamentario que le ofrezca inmunidad-. Esa opción gozaría del apoyo de la comunidad internacional y de sectores opositores nicaragüenses, aunque la población masacrada se rebelaría muy probablemente contra ella si se renuncia a juzgar los crímenes cometidos por Ortega.

En el segundo, Ortega trataría de perpetuarse en el poder como Mugabe en Zimbawe, quien dejó un país empobrecido después de aferrarse a la presidencia durante 37 años, hasta que su propio ejército le exigió su renuncia. En este escenario, el taimado Ortega, con su “Operación limpieza”, habría conseguido castigar a ese pueblo que él considera traidor y mantendría en el futuro una represión selectiva para satisfacer sus ansias de venganza y asegurarse su monopolio en el poder. Las elecciones se celebrarían en 2021 y Ortega conseguiría dejar en la presidencia a alguien afín a su persona.

La concreción de estos escenarios dependerá de la presión que sea capaz de ejercer la población, a través de tranques, paros, manifestaciones, para obligar a Ortega a negociar y, por otra parte, de la que, en consecuencia, provenga de la comunidad internacional -como advertencia, los Países Bajos han decidido suspender su cooperación y EEUU ha comenzado a aplicar sanciones al círculo de Ortega aplicando la “Ley Magnitsky”-. En todo caso, cuesta trabajo creer que los nicaragüenses renunciarán a que se haga justicia. Trecientos muertos no se olvidan fácilmente.

Así que, las alternativas para Ortega son dos: irse y renunciar, o quedarse como un tirano. Entonces, ¿dónde quedó su tradicional astucia, la que le haría pasar a la historia como un gran gobernante? La respuesta es sencilla: quedó sepultada por sus ansias de poder y por su crueldad. El astuto Ortega pasará a los libros de historia como “Ortega el Cruel”. Igual que Somoza. Igual que Trujillo. Una crueldad, por cierto, que ha dejado como insignificante a la mostrada por el astuto Odiseo.

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Manuel Iglesia-Caruncho

Manuel Iglesia-Caruncho

Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en distintos puestos en la Agencia Española de Cooperación Internacional y en la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional en Madrid y durante casi quince años en Nicaragua, Honduras, Cuba y Uruguay.

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