25 de abril 2017
Hoy es 25 de abril. Para muchos nicaragüenses es una efeméride que pasó sin pena ni gloria. O más bien, con muchas penas y muy pocas glorias. Y es una lástima. Es una lástima porque esa fecha debería ser un referente palpitante para todos los nicaragüenses. Es la fecha en que tomó posesión doña Violeta Barrios de Chamorro, después de las elecciones realizadas el 25 de febrero de 1990. Unas elecciones que posibilitaron la pacificación de Nicaragua, después de más de 12 años de cruentas guerras, primero la insurrección armada para derrocar la dinastía somocista y después los diez años de la guerra de los años ochenta.
Esas elecciones posibilitaron también el inicio de un proceso de transición a la democracia que permitió a los nicaragüenses disfrutar, tal vez por primera vez en nuestra historia, de derechos y libertades plenas.
Por supuesto, se trató de un proceso espinoso, plagado de dificultades económicas, sociales, políticas, y de violencia, violencia en las calles y también violencia armada, porque persistieron grupos alzados en armas. A la par, la consigna de Ortega “gobernar desde abajo” se transformó en un permanente acoso al gobierno. Pero lo fundamental se logró. Ordenar la economía, regularizar las relaciones comerciales y financieras internacionales, abrir espacio a una democracia representativa, y establecer bases para un estado de derecho. Y esto igualmente hay que decirlo, también representó la instauración de un modelo económico que si bien restableció el crecimiento económico y el dinamismo del sector privado, no pudo resolver los rezagos estructurales de la economía, ni la exclusión social, ni la desigualdad.
Con todo, el proceso de transición favoreció la realización de tres procesos electorales consecutivos, la implantación y funcionamiento de una institucionalidad precaria, pero en ruta de afianzamiento, la despartidización del ejército y de la policía, así como la desconcentración del poder.
El primer golpe a este tránsito hacia una democracia cada vez más fortalecida, fue el pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán. Un pacto que tuvo como propósito imponer y congelar el bipartidismo, repartirse los poderes del Estado y trocar la impunidad a las raterías de Alemán y sus compinches, a cambio de reducir el porcentaje necesario para ser electo como presidente. Ese porcentaje, recordémoslo bien, se redujo del 45% al 35%. Ese pacto dinamitó el camino, institucionalizó la corrupción, la exclusión política como modalidad de ejercicio de poder, restauró el concepto del Estado como patrimonio de los grupos de poder y, fundamentalmente, allanó el camino para el retorno de Ortega al gobierno.
El gobierno de Enrique Bolaños representó un intento de retomar el camino hacia la democracia pero los caudillos, Ortega y Alemán, mostraron que su pacto era de fondo y para largo y no permitieron que Bolaños gobernara con normalidad pues lo sometieron a un acoso permanente.
Y vinieron las elecciones del 2006 con la participación de 4 fuerzas políticas, el PLC, con la candidatura de José Rizo; el Frente Sandinista con su candidato de siempre; ALN, con la candidatura de Eduardo Montealegre; y el MRS con la candidatura de Edmundo Jarquín, quien sustituyó a Herty Lewites, que falleció en circunstancias todavía pendientes de aclarar, a solo cuatro meses de las elecciones.
El Consejo Supremo Electoral proclamó la victoria de Ortega, quien obtuvo el menorr porcentaje de votos en comparación con todas las elecciones en que participó. Los pregoneros del pacto declararon y declaran que ese triunfo se debió a la división del voto liberal. Un argumento para que lo crean los lelos. Ortega fue proclamado ganador, primero porque a esas alturas ya controlaba el Consejo Supremo Electoral: todavía hoy desconocemos los resultados del 8% de los votos. Y las ganó por el famoso 35%, de lo contrario, jamás habría retornado al poder.
Así, a partir del 2007 se inició el proceso de desmantelamiento, andamio por andamio, pilar por pilar, pieza por pieza, del edificio de la democracia que se encontraba todavía a medio construir. Hasta llegar al día de hoy, diez años después de que Ortega tomara el gobierno y 27 años después que Violeta Chamorro asumiera el gobierno.
Sin Constitución. Sin leyes. Sin derecho a elegir. Sin respeto a los derechos humanos. Y sembradas las bases de una nueva dinastía.
En este contexto, y en esta fecha es justo dedicar unas palabras a doña Violeta. Una mujer nicaragüense que salió de su casa para promover la reconciliación, implantar la paz y allanar el camino hacia la democracia. Ganó. Gobernó. Y retornó a su hogar. Sin duda una mujer ejemplar que merece el reconocimiento de todos.
Y no voy a venir ahora de fariseo a golpearme el pecho. Yo para ese tiempo estaba en la otra acera. Pero eso de ninguna manera me impide apreciar los méritos y el coraje de doña Violeta. Tampoco me impide reivindicar el valor de la democracia. Y luchar por ella.
La nación nicaragüense pudo llegar al 25 de abril en 1990. Si se pudo antes, se puede ahora. Somos mayoría. Se trata de recobrar el espíritu de 1990 para recobrar la democracia.