8 de mayo 2019
Desde varios lados, bien y mal intencionados, desatan cada día ataques contra la Alianza Cívica y su desempeño en las negociaciones con el régimen de los Ortega-Murillo. Se les critica porque no hay ningún resultado dicen, por ser funcionales al régimen, porque son empresarios, porque no fueron electos, porque no hay mujeres en el equipo de los seis, porque no hay tantos jóvenes (…) en fin, por cualquier cosa. Parecen obedecer a la consigna de “¡Disparen a la Alianza!”.
La delegación de la Alianza podría estar compuesta totalmente por mujeres jóvenes proletarias y ya haberse postrado ante el régimen. Ni la condición social, ni de género ni la generacional, son nunca garantía de nada. No lo son tampoco en esta negociación. La representación es una categoría política, no sociológica.
Pero sigamos. Siempre que termino de leer las críticas a la Alianza Cívica, me pregunto: ¿pero qué proponen? Algunos invocan la receta histórica de una (nueva) insurrección. Variantes de estrategias, abundan (en las rede sociales): paro, paro fiscal, nuevos tranques, embargo internacional, huelga, boicots, calle (…) calle. Para gustos, variantes.
Pero resulta que la certeza de las formas de la lucha política no responde a deseos. Se olvidan de eso, viejos y nuevos comentaristas. Pero regresemos a lo de Alianza y los resultados.
Durante meses, entre junio de 2018 y enero de 2019, los nicaragüenses exigimos al régimen que dialogara. En tanto, el régimen desató en ese período, la oleada represiva que ya conocemos, y que sin duda golpeó al movimiento ciudadano.
En febrero (hace menos de tres meses) se instaló esta nueva fase de las negociaciones. Es decir: el régimen se vio obligado a sentarse, muy a pesar que se negó a hacerlo durante meses.
En esas negociaciones el régimen suscribió un acuerdo para la liberación incondicional de los presos políticos que vence en 42 días. A la fecha solo ha excarcelado a 230.
No lo ha cumplido, es cierto. Pero si cumplido el plazo no los libera, la comunidad internacional tendrá más razones para sanciones.
Antes de la firma de ese acuerdo, no había ningún compromiso del régimen en materia de libertad de los presos, como tampoco lo había en torno al tema del retorno de los exiliados ni del respeto a las libertades ciudadanas, libertad de prensa y demás. Ninguno.
Y esos compromisos el régimen los suscribió –e incluso la excarcelación de los presos la hizo- muy a pesar suyo. ¿O hay quienes piensan que lo hizo alegremente por magnanimidad? No, señores: se le impuso.
Es claro que los nicaragüenses queremos la libertad inmediata de todos los presos políticos, queremos libertades, queremos justicia. Y queremos más que eso: queremos el fin del orteguismo. Pero también sabemos que el régimen tiene el poder coercitivo y represivo, un poder cada vez más aislado, golpeado y debilitado, pero que se niega a morir y –hay que decirlo- procurará sobrevivir de cualquier forma. No ha decidido suicidarse, ni lo hará
En este mundo globalizado y de geopolítica, el factor internacional es de suma relevancia. Obvio. Y en ese plano ¿cómo está el régimen?
Recapitulemos. Está en la mira de la comunidad internacional: Estados Unidos ha sancionado a funcionarios y miembros de la familia Ortega Murillo por corruptos y asesinos, la Carta Democrática está en marcha y la ilegalidad de origen del Gobierno Ortega-Murillo ya está sobre la mesa, amplia y abundantemente demostrada y las sanciones de la Unión Europea ya penden sobre la dictadura. Sanciones y medidas que han golpeado estratégicamente al régimen.
Todo eso no hubiese sido posible si no existiese una mesa de negociaciones en la que ha quedado clara la falta de voluntad del régimen de contribuir a una salida pacífica y democrática, cosa que sí ha demostrado la Alianza Cívica.
El orteguismo ha ganado tiempo, dicen los agoreros del fracaso. ¿Cuál tiempo? Por el contrario: se estableció un plazo, el 18 de junio. O cumple o quedará expuesto a nuevas y definitivas sanciones.
¿Qué ha cedido la Alianza? Nada, porque no tiene nada que ceder.
Todo problema político es un problema de fuerzas. Ese es un axioma que no debe olvidarse nunca. Y en nuestro caso: la fuerza demostrada en las calles, en la resistencia cívica, en el escenario internacional y en la mesa de negociaciones, tiene al régimen en una crisis terminal, pero no se logra todavía el desenlace que todos deseamos y que está en el horizonte, pero al que no llegamos aún. Hay que acercarnos.
El violento comunicado del régimen hecho público el lunes y que se enfoca en ataques y amenazas contra los miembros de la Alianza Cívica, es el mejor indicativo de su situación.
Por eso, en mi opinión, el balance de la gestión de la Alianza, es favorable, más allá de altibajos explicables en esa delicadísima misión de negociar con una mafia que tiene poder y que no ha dudado en emplearlo de manera criminal y arrasadora, cuando lo ha considerado necesario.
No disparen a la Alianza, que no es el blanco.