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Discursos de odio: un desafío para la convivencia democrática

El protagonismo que han alcanzado estos discursos de odio es preocupante, entre otras cosas, porque amplifica la resonancia de prejuicios ya existentes

Imagen tomada de Internet.

Jorge Fábrega

1 de julio 2024

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¿Tiene usted una cuenta en una red social? Si es así, con toda probabilidad le ha tocado leer o ver mensajes llenos de animadversión, rechazo o definitivamente odio hacia un cierto grupo objetivo por el mero hecho de existir. ¿Cómo reaccionamos a estos mensajes?

Si bien no existe una única definición de discursos de odio, creemos que la que propone Naciones Unidas se acerca bastante a una noción compartida. Es la siguiente: “Cualquier tipo de comunicación, ya sea oral o escrita —o también comportamiento—, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son; en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad”.

El protagonismo que han alcanzado estos discursos de odio es preocupante, entre otras cosas, porque amplifica la visibilidad y resonancia de prejuicios ya existentes y contribuye a deteriorar la convivencia social. Este fenómeno se intensifica de manera preocupante en períodos electorales, una situación en la que Chile se encuentra este 2024 con elecciones municipales y que continuará el 2025 con elecciones presidenciales y parlamentarias. En este escenario, nuestras sociedades parecen cada vez más sensibles a las posturas que no comparten. Esta sensibilidad, aunque comprensible, puede llevar a la gente a etiquetar como “discurso de odio” cualquier opinión que disienta de la suya.

En un experimento realizado por Datavoz, se solicitó a una muestra de personas que dijeran si en su opinión unos mensajes a los que se les expuso eran o no discursos de odio. La frase a evaluar decía lo siguiente: “[X] son los que crean un ambiente de confrontación y falta de respeto. Deberían recibir una lección”. Lo relevante del experimento es que la frase era la misma, pero el “X” que se mencionaba era aleatoriamente designado a cada encuestado entre las siguientes dos opciones: “Los grupos religiosos” o “Los activistas de minorías sexuales”. Al ser la misma frase y tener asignados los grupos aleatoriamente, lo que debería suceder es que la distribución de las opiniones sobre si era o no un discurso de odio fuera similar entre los que vieron la frase con grupos religiosos y los que vieron la frase con minorías sexuales. Pero, ¿qué pasó?


Los hallazgos fueron muy interesantes en relación al lente con el que se evalúan, especialmente cuando se considera la posición ideológica del receptor, esto es, su autoposicionamiento en el eje izquierda-derecha. La percepción del mensaje como discurso de odio varía marcadamente en este eje. Mientras que los encuestados más a la derecha tendían a minimizar el daño cuando el mensaje se refería a minorías sexuales y a creer que el autor no tenía intención de causar daño, los que se ubicaban más a la izquierda lo consideraban más grave y percibían una mayor intención dañina. Esto sugiere que nuestra percepción del discurso de odio no solo depende del contenido, sino también de nuestra propia cosmovisión.

Por otra parte, es preocupante ver cómo la responsabilidad de ofender parece ser una carga selectiva. Cuando se trata de minorías sexuales, las personas de izquierda tienden a considerar al autor del mensaje más culpable de provocar ofensas. Sin embargo, cuando los comentarios están dirigidos a grupos religiosos, la evaluación es más neutral, excepto entre aquellos que se autoclasifican más a la derecha, quienes tienden a estar en desacuerdo con la idea de que el autor del posteo no tenga ninguna responsabilidad por ofender a otros.

Esto provee de argumentos para sostener que la percepción del discurso de odio y la asignación de responsabilidad están profundamente influenciadas por nuestros propios sesgos ideológicos. Como receptores de mensajes, no somos meros objetos de la comunicación, sino actores interpretativos que filtramos la información a través de nuestros propios prejuicios y sensibilidades, y en esa misma forma la compartimos.

La democracia se enriquece con el debate y la discrepancia, pero solo si somos capaces de manejar nuestras diferencias con respeto y empatía. En este periodo electoral, como ciudadanos responsables, es crucial que cultivemos estas cualidades y nos comprometamos a mantener un espacio público más sano y respetuoso. La convivencia democrática no es un regalo; es una tarea continua que requiere el esfuerzo y la colaboración de todos.

*Artículo publicado originalmente en Latinoamérica21.

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Jorge Fábrega

Jorge Fábrega

Economista y sociólogo chileno. Socio Director de Tendencias Sociales en Datavoz, consultora de opinión pública. Académico en el Centro de Investigación de la Complejidad Social de la Universidad del Desarrollo de Chile.

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