29 de marzo 2016
“Temo a los dánaos incluso cuando traen regalos”.
Laocoonte (sacerdote troyano)
Los ideales de toda revolución están en la democracia
Esta frase inusual constituye el eje de la alocución de Obama en Cuba, al concluir su visita a la isla el pasado 22 de marzo. Al pronunciarla, Obama pensaría, probablemente divertido, que resulta irónico que el presidente de Estados Unidos dé clases de ideales revolucionarios a América Latina. Y que sea Cuba, con su resistencia ejemplar, el teatro conscientemente escogido para esta cátedra ilusoria, fuera de la realidad.
Sin embargo, la expresión de Obama carece de sentido político y, por ende, de sentido histórico, no sólo porque no se corresponde con la política de dominación que adelanta su país, cuanto porque Obama combina falsamente, en una interrelación causal inexistente, tres conceptos distintos: ideales, revolución, y democracia.
Si en lugar de ideales nos referimos –más apropiadamente- a los objetivos de una revolución, vemos claramente que éstos apuntan, fundamentalmente, a cambios cualitativos en el sistema económico de producción. O sea, que el contenido, incluso de una revolución democrática, es básicamente económico, no exclusivamente formal. La democracia formal, como la conocemos en la modernidad, del resto, tampoco es un ideal, como cree Obama. Es, más bien, una conquista histórica, reflejo ideológico y jurídico de una transformación estructural del sistema económico feudal.
Por su parte, la democracia representativa, como forma de gobierno, más que a un ideal, corresponde a un ciclo económico expansivo. Apenas inicia cualquier crisis recesiva, la democracia formal viene inmediatamente restringida, y los derechos humanos se resienten.
Las sociedades, del resto, no se construyen sobre bases ideales, sino, sobre bases productivas objetivas. Ninguna revolución social se hace por ideales, o por deseos subjetivos o voluntariosos, sino, por condiciones de vida críticas, que requieren una ruptura con el orden establecido para destrabar los obstáculos al desarrollo de las fuerzas productivas.
En la época moderna, más que a conquistas jurídicas formales, los objetivos revolucionarios y los objetivos democráticos se corresponden con aspiraciones de igualdad de oportunidades, sobre bases económicas de distribución de la riqueza, que están lejos de verse favorecidas por el régimen parlamentario representativo de Estados Unidos, dominado por la injerencia y el cabildeo del sistema financiero, por la intervención en el sistema político de la industria farmacéutica y del petróleo, de la industria armamentista, de la industria agroindustrial.
El contenido de la democracia real es distinto a la simple elección de gobernantes, o a la concentración de capital, que es a lo que alude Obama.
He venido aquí para enterrar el último resquicio de la Guerra Fría en el continente americano
Esta propuesta inacabada de Obama encierra verdades a medias, lo que es también una forma de mentir. El partido cubano en el poder ha reaccionado a destiempo, condenando burocráticamente, dos días después, el discurso de Obama: “No hay borrón y cuenta nueva, Estados Unidos debe pedir disculpas por el bloqueo...”.
Como si la retórica de exigir disculpas fuese una línea política de masas ante la nueva estrategia norteamericana, cargada de promesas comerciales para un pueblo extenuado por cincuenta y cinco años de bloqueo.
La agresión y el bloqueo económico contra Cuba no es parte de la guerra fría. Es parte de una unilateral política agresiva más amplia, que parte desde 1845, y que abarca toda la región. Que se ha visto cruzada, en Cuba, en Chile, en Nicaragua, por la guerra fría. Corresponde a una política estadounidense de dominación sobre el continente, plagada de intervenciones militares, de conspiraciones de todo tipo, de atentados, de ejecuciones, de dictaduras criminales, de saqueos, de golpes de estado, de sustracción de territorios, de enclaves económicos, de control armado sobre vías de comunicación estratégicas, de genocidio, con la cual, Estados Unidos ha fortalecido su dominio mundial, a costa de impedir el desarrollo independiente de la región.
Quiero dejar una cosa clara: Las diferencias entre nuestros gobiernos en todos estos años son reales y son importantes
¿Qué vínculo coherente hay entre el discurso amistoso de Obama, y la actuación real de Estados Unidos todos estos años, frente a las diferencias propuestas por América Latina para su desarrollo económico independiente? ¿A qué han conducido esas diferencias? Obama calla. Sin embargo, ningún país de América Latina ha agredido jamás a Estados Unidos. ¡Esa es la diferencia real más importante que conviene recordar!
Estados Unidos está fundado sobre los derechos individuales
Aquí, Obama ha exagerado a manos llenas, sin pudor. Los derechos individuales no han existido para los pueblos aborígenes de Estados Unidos, ni para los mexicanos avasallados por la política de expansión territorial, ni para los negros (segregados hasta las postrimerías del siglo XX), ni para los inmigrantes del siglo XXI, marginados de la vida social.
Apenas hay una crisis recesiva, los derechos que prevalecen son los de los bancos (aunque sean responsables de desencadenar especulativamente la crisis), y los derechos individuales de los ciudadanos vienen aplastados por las medidas de austeridad, o por el renaciente fanatismo racial.
Mi vida abarca un periodo de aislamiento entre nosotros
Pero, aislamiento no es el término apropiado para definir la relación entre Estados Unidos y Cuba, por los últimos cincuenta y cinco años. El asedio, en todas las épocas históricas, es una estrategia militar para rendir por hambre a quien padece el aislamiento. Lo que corresponde, es reconocer que esta estrategia militar de Estados Unidos ha fracasado desde hace décadas, y que se revierte políticamente en su contra.
No es cosa extraña que una estrategia normalmente ofensiva, a medida que persiste inútilmente, hace que el agresor pase a la defensiva, como le ocurre a Estados Unidos, que se aísla a sí mismo internacionalmente con el bloqueo a Cuba. El viaje de Obama, en tal sentido, es casi un lúcido reconocimiento del fracaso estratégico, expresado en términos políticos muy diplomáticos: como una disposición de buena vecindad. Lo que no significa, ni mucho menos, una derrota, sino, un cambio de estrategia de quien conserva la iniciativa política y militar.
Los aqueos, luego de diez años de asedio infructuoso sobre Troya, fingen abandonar el sitio, cambian de estrategia y orquestan el engaño de donar, como ofrenda a Atenea, un gigantesco caballo hueco de madera, con guerreros escondidos adentro.
Laocoonte advierte a los troyanos el engaño que encierra la nueva estrategia generosa de los griegos. En la actualidad, advertiría a los cubanos: “Temo a los norteamericanos, incluso cuando su presidente sonríe amistosamente”.
Aunque levantáramos el embargo mañana, los cubanos no podrían alcanzar su potencial sin hacer los cambios necesarios aquí, en Cuba
La política para suscitar cambios en Cuba hace que la guerra adquiera connotaciones distintas, más sutiles, que vuelven incongruentes y obsoletos los métodos extremos de la guerra fría. Al fin de cuentas, no es el pluripartidismo o las elecciones libres lo que preocupa a Estados Unidos, sino, la libertad de los negocios redituables a su economía.
Obama propone a las autoridades y, más aún, al pueblo cubano, lo inverso del bloqueo, una estrategia de cooperación comercial, que implica cambios económicos en la isla (y hemos visto que la política es economía concentrada).
Castro, por desgracia, se desconcierta, como pez fuera del agua, cuando se aborda el tema de la democracia o del comercio. Sin línea política ante la realidad cambiante, no reacciona a esta iniciativa diplomática audaz de Obama. No sabe otra cosa que resistir al bloqueo. Por ello, conserva sus piezas en el mismo sitio, impertérrito, como si mantenerse inmóvil, cuando el bloqueo está por desaparecer, fuese, aún, un acto heroico.
¡Cómo cuesta, al aparato burocrático anquilosado, improvisar una respuesta política ante algo que se ve venir!
La experiencia de los últimos años con Vietnam (con las reformas económicas del Doi Moi, de 1986) enseña que el mercado es un arma poderosa para incitar cambios dirigidos en una economía socialista. Vietnam ha experimentado un desarrollo impresionante, del 8 % anual, al abrir su economía hacia la Organización Mundial del Comercio, respondiendo a esas señales comerciales que fomentan la inversión privada extranjera en empresas mixtas, con garantías jurídicas de competitividad abierta (sin competencia desleal del Estado).
Con una economía de mercado, capitalista orientada al socialismo, con transferencia tecnológica y de know how, Vietnam ha obtenido grandes éxitos en reducir realmente la pobreza. Pero…, advertiría Laocoonte, también con grandes niveles de corrupción: sobornos, coimas, negligencia, malversación, fraude, compra de conciencias… (guerreros del capitalismo escondidos dentro de las reformas).
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El autor es ingeniero eléctrico.