6 de mayo 2023
Vivimos en un mundo en el que la estabilidad geopolítica depende en gran medida de la disuasión, ¿pero cómo demostrar que funciona?
Pensemos en la guerra en Europa. A partir de diciembre de 2021 el presidente estadounidense Joe Biden advirtió al presidente ruso Vladímir Putin que Rusia enfrentaría nuevas sanciones severas si invadía Ucrania, pero fue en vano. Luego, cuando Estados Unidos y sus aliados europeos desbarataron los planes rusos entregando armas a Ucrania, Putin blandió la opción nuclear, pero la asistencia occidental no se redujo en lo más mínimo.
¿Funcionó o fracasó la disuasión? Es difícil responder esa pregunta porque para hacerlo hay que evaluar qué hubiera ocurrido sin la amenaza. Es difícil demostrar una negación. Si pongo un cartel en la puerta de mi casa que dice «prohibidos los elefantes» y no hay ninguno en ella, ¿los disuadí? Depende, en primer lugar, de la probabilidad de que vayan a meterse elefantes alfabetizados mi hogar.
La guerra de Ucrania demuestra que la reducción del riesgo no siempre es una opción entre alternativas mutuamente excluyentes sino, a menudo, una cuestión de grado. Tal vez Putin contaba con que la alianza occidental sería endeble y creyó que las sanciones fracasarían, pero hasta ahora evitó atacar las líneas de aprovisionamiento en los países de la OTAN. Y aunque Occidente siguió armando a Ucrania a pesar de los tambores de guerra nuclear de Putin, se mostró reticente a entregar sistemas de misiles de más largo alcance y aviones de guerra modernos.
La credibilidad es fundamental para que la disuasión funcione: amenazar con una respuesta extrema para defender un interés menor pone la credulidad a prueba. Esto es especialmente cierto cuando una potencia mundial promete extender su paraguas para defender a un país distante.
Durante la Guerra Fría, EE. UU. y la URSS ampliaron de manera creíble su disuasión nuclear a Europa occidental y oriental, respectivamente. Aunque algunos analistas se mostraban escépticos frente a la posibilidad de que EE. UU. arriesgara Nueva York para defender el enclave aislado de Berlín oriental, la amenaza funcionó (en parte debido a los destacamentos militares estadounidenses emplazados en él). Aunque la llamada Brigada de Berlín era demasiado pequeña para la defensa contra una invasión soviética, garantizaba que un ataque nuclear a esa ciudad causaría víctimas estadounidenses. (Al mismo tiempo, las fuerzas estadounidenses en Europa, tanto nucleares como convencionales, no fueron un elemento disuasorio creíble para la intervención militar soviética en Hungría en 1956 o Checoslovaquia en 1968).
Esta historia es relevante para la situación actual de Corea: Corea del Norte cuenta con armas nucleares y Corea del Sur sigue limitada por el Tratado de no Proliferación. Según una encuesta reciente, más del 70 % de los surcoreanos estaba a favor de que el país implemente su propio arsenal nuclear. En lugar de eso, cuando el presidente surcoreano Yoon Suk-yeol se reunió con Biden en abril, acordaron que EE. UU. emplazaría un submarino con armas nucleares cerca de la península coreana y profundizaría las consultas con Corea del Sur sobre planificación nuclear y estratégica, de manera similar a la vinculación que mantuvo con sus aliados de la OTAN durante la Guerra Fría.
La credibilidad de la disuasión ofrecida por EE. UU. en esta instancia, de manera muy similar al ejemplo de Berlín, se ve reforzada por la presencia de 28 500 soldados estadounidenses en Corea del Sur. Ambos países están atrapados en una «comunidad de suerte compartida», porque Corea del Norte no puede atacar a Corea del Sur sin matar estadounidenses. Las bases de operaciones de avanzada en Japón ofrecen la misma garantía. Por eso las frecuentes cavilaciones del expresidente estadounidense Donald Trump sobre la retirada de tropas de lugares como Japón y Corea del Sur fueron tan perjudiciales.
La presidencia de Trump también puso de relieve la ineficacia de la intimidación y los sobornos nucleares. Cuando Corea del Sur probó con éxito un misil balístico intercontinental en 2017, Trump amenazó en vano con «fuego y furia nunca vistos antes en el mundo»... luego intentó con la diplomacia directa. Después de reunirse con el dictador norcoreano Kim Jong-un en 2018 —una meta de política exterior buscada durante mucho tiempo por el Norte— predijo con desparpajo la rápida desaparición del programa de armas nucleares de ese país. No sorprendió a nadie que Corea del Norte no se desarmara. Para Kim, su reputación y el futuro de la dinastía familiar dependen de las armas nucleares.
El caso de Taiwán, que China considera territorio propio, muestra cómo los cambios en las circunstancias pueden poner a prueba estrategias de disuasión de comprobada eficacia. Cuando los presidentes Richard Nixon y Mao Zedong se reunieron en 1972 para restablecer las relaciones entre EE. UU. y China, no se pusieron de acuerdo sobre el estatus de Taiwán. Finalmente, ambas partes diseñaron una fórmula para posponer la cuestión: EE. UU. reconocería a «una sola China», la República Popular China en el continente, pero solo admitiría que quienes estaban ambos lados del estrecho de Taiwán eran chinos. EE. UU. brindó armas a Taiwán de acuerdo con la Ley de Relaciones de Taiwán, pero no lo reconoció como país soberano.
Durante muchos años se negó a decir si defendería a Taiwán. Cuando visité Pekín como funcionario del Pentágono durante el gobierno de Clinton, mis anfitriones me preguntaron si nuestros países entrarían en guerra por Taiwán. Las respondí que no había forma de saberlo, señalando que aun cuando el secretario de estado Dean Acheson no había incluido a Corea del Sur en el perímetro de defensa estadounidense durante su discurso del 12 de enero de 1950, EE. UU. participó en la guerra de Corea solo seis meses después. De acuerdo con lo que el teórico de la disuasión Thomas Schelling llamó «la amenaza que deja algo librado al azar» advertí a los chinos que no nos pusieran a prueba.
Lo que algunos mencionan como «ambigüedad estratégica» se puede describir mejor como «disuasión doble», no solo diseñada para evitar que China use la fuerza contra la isla, sino también para disuadir a Taiwán de declarar su independencia de derecho. Ahora algunos analistas sienten preocupación porque esta estrategia esté perdiendo fuerza debido al crecimiento del poderío militar chino y cada vez más legisladores estadounidenses visitan Taiwán. En cuatro ocasiones separadas Biden afirmó que EE. UU. defendería a Taiwán... solo para que luego la Casa Blanca emitiera una declaración en la que reafirmaba su adhesión a la política de «una sola China». En este contexto, mantener un rumbo que evite tanto mostrar debilidad como provocar una escalada será decisivo para evitar una guerra sin cuartel.
La historia nos recuerda que puede ser difícil evaluar el éxito de la disuasión. Hay factores, como la credibilidad, fundamentales para lograr los resultados deseados, pero mientras los dilemas de disuasión siguen evolucionando y multiplicándose, estudiar los límites de la estrategia es igual de importante para encontrar un enfoque que funcione.
*Texto original publicado en Project Syndicate