25 de abril 2018
No lo esperábamos tan contundente pero el Día de la Ira llegó para nuestros gobernantes el 19 de abril.
De un golpe cayeron con sonido de vidrios rotos las encuestas, las afirmaciones, las creencias de que gobernaban con el apoyo y aprobación de la mayoría. De una vez se vinieron al suelo las pretensiones de que podían salirse con la suya violando las leyes, destruyendo la Constitución, inventando un sistema de país a su imagen y semejanza.
La arrogancia con que han venido ignorando las críticas de tantos, la impunidad con que actuaron para aterrorizar a pacíficos manifestantes y evitar que el pueblo se manifestara en las calles, la violencia que creían poder desatar sin pagar ningún precio, les pasó la cuenta.
Podrán seguir repitiendo el discurso del amor, alegando que quieren el diálogo, atribuyéndose la defensa de la familia, atreviéndose a llamarse revolucionarios, acusando a quienes los adversan de “derechistas” o de ser instrumentos de la CIA, pero después del 19 de abril, su discurso ha quedado vacío. Las mentiras de ese discurso que por once años han intentado hacernos creer, han quedado en evidencia ante todo el pueblo. No se puede tapar el sol, ni el 23 de abril, con un dedo.
Esa ficción de “pueblo presidente” que nos decían éramos mientras nos ignoraban, ha salido de su estado de callada condena para convertirse en una realidad y demandarlos a voces por su mal gobierno, sus arbitrariedades, su falta de ética, los fraudes electorales, el apañamiento de delincuentes, la malversación de las leyes, la entrega de nuestras tierras, la venta de nuestra soberanía, el descuido de nuestros recursos, la arrogancia de su opacidad informativa, de su negativa a ser transparentes en los asuntos del estado, la desconfianza hacia sus propios ministros que han tratado como peleles, el abuso de los empleados estatales para obligarlos a rotondear bajo amenaza de despedir a quienes no sean sumisos y aduladores, el crimen de haber hecho retroceder un avance tan esencial como la apoliticidad del Ejército y la Policía, insistiendo en doblegar a sus jefes, en malearlos, en obligarlos a deponer sus propios códigos militares y en someterse, no al pueblo presidente, sino a una pareja autoritaria y ciega a la realidad.
La sangre de los que lucharon por un país libre: los que cayeron en la lucha contra Somoza y los que han caído en estos once años y sobre todo en esta semana valiente, ha vuelto a revivir en esta nueva generación de nicaragüenses dispuestos a recuperar el sueño de una Patria Libre. No en vano existieron hombres y mujeres generosos y ejemplares que quisieron iluminar la oscuridad. Sus fantasmas están con nosotros, su legado está con nosotros. Sandino vive.
El Dies Irae es el día del juicio, es la hora del juicio. Daniel Ortega y Rosario Murillo han sido juzgados como gobernantes: no son lo que queremos para nuestro país. Se les dio la oportunidad, pero no fueron dignos: los acabó la ambición, los cegó el mesianismo, la arrogancia de sus propias interpretaciones.
Los nicaragüenses ahora estamos ante un problema: se habla de diálogo. Se dice que es lo más civilizado; pero ¿cómo dialogar a estas alturas? La desconfianza hacia Daniel y Rosario es insuperable. Ya mostraron ampliamente su vocación totalitaria. ¿Cómo creer que tendrán la tolerancia y el espíritu democrático, la ética y la transparencia que debe tener un buen gobierno? ¿Qué diálogo puede haber con ellos cuando no creemos en su disposición de acatar verdaderamente la voluntad del pueblo? ¿Quién será el garante de que se cumplirá lo que se acuerde cuando hemos visto a Daniel Ortega ignorar los acuerdos y compromisos que firmó para llegar al poder?
La solución de este problema es una: el Presidente y su esposa deben tener a valentía para darse cuenta de que se les terminó su tiempo.
El pueblo presidente les pide que renuncien. Deben renunciar. Sin que muera nadie más, sin obligar a los nicaragüenses a volver a las calles, deben renunciar. Fracasaron, se sobrepasaron. Humildemente, acéptenlo y renuncien.
Es la única salida decente y digna que les queda.