2 de febrero 2021
Diáspora, según la Academia de la Lengua, es el término que transmite la idea de “dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen”. Voz griega que significa dispersión; se incorporó al habla, en semántica, para referirse al pueblo de la nación judía que, como resultado de persecuciones, esclavización, huidas y búsqueda permanente, a lo largo de siglos, desde Abraham hasta Jesús; y desde Jesús hasta Ben Gurión, se dispersaron por el mundo. El Judío Errante es la imagen de la diáspora.
La diáspora del pueblo nicaragüense tiene sus raíces incordiadas en el momento mismo en que pretende fundarse como nación. Pronto conmemoraremos -no sé si celebrar es término adecuado o es mejor simplemente decir que recordaremos- doscientos años de vida independiente y es hora, quizás, de preguntarnos si hemos logrado ya fundar una nación, o si seguimos siendo un pueblo disperso, aun teniendo un territorio.
La Tierra Prometida, por razones de semiótica y de la plurivocidad del idioma, transmite, de primera impresión, la idea de territorialidad; sin embargo, y recordemos, un poco, para tenerlo en cuenta, la teoría clásica de los elementos del Estado -escrito con mayúsculas-: territorio, nación y organización de gobierno; y la nación, como el sistema que se integra por población y cultura, esta última, continente de lengua, religión, tradición y valores. Siguiendo esa línea argumentativa, el concepto de Tierra Prometida excede los límites territoriales, para ser el estado -ahora en minúsculas-, o situación ideal en que convergen: territorio, nación y gobierno.
La diáspora nicaragüense de los últimos 50 años tiene tres flujos que la definen: el exilio provocado por la dictadura de Somoza, el que se produjo por los eventos revolucionarios de la década de los ochenta y el que ha provocado la dictadura ORMU, en los últimos tres años; ahora bien, cuando la población se dispersa, una parte de la nación se desintegra, se singulariza el exiliado, algunos en búsqueda legítima de sobrevivencia y seguridad económica, buscan nuevos horizontes y terminan asimilándose a otra nación, la que les acoge; otros, constituyen verdaderos ghettos, tratando de preservar su identidad nacional, en nuestro caso, creo que protonacional, manteniendo fija, en el horizonte, la idea del regreso.
Mi padre, perdonen el excurso, llegó exiliado al continente americano en 1939, luego de combatir, durante los últimos tres años anteriores, al franquismo. Nunca se asimiló y siempre dijo que regresaría a España, cuando Franco cayera o para continuar combatiendo al dictador autoproclamado “Caudillo de España por la Gracia de Dios”; nosotros, sus hijos, fuimos parte del ghetto español. Yo aún pienso en regresar algún día a esa que considero mi patria robada. Mi padre no vio morir a su madre, yo no conocí a mi abuela, no conozco a mi familia paterna y sufro cada vez que recuerdo a mi padre, en la mesa del hogar, entonces sin las maravillas de la comunicación instantánea, revisando la correspondencia llegada de ultramar, abriendo un sobre que ya anunciaba luto y guardar un silencio profundo, con la cabeza baja, para luego anunciarnos: -Mi madre ha muerto.
Los ghettos nicaragüenses de la diáspora se agitan permanentemente creando estructuras y movilizándose, diseñan planes de apoyo al pueblo en el territorio nicaragüense y presionan a los Estados en que se encuentran, para que, como parte de la Comunidad Internacional, ejerzan presión contra la dictadura ORMU; muchas veces, los sentimientos de frustración e impotencia se ensañan en ellos, tanto por no entender los intríngulis de la diplomacia, como por las dificultades de dar un apoyo material directo a sus hermanos, amenazados ahora, incluso, de ser declarados en Nicaragua, “agentes extranjeros”.
La historia es maestra y nos da innumerables ejemplos, en distintos lugares y momentos, en que los retornos del exilio son precursores, detonantes o propagadores de movimientos sociales que terminan con regímenes políticos oprobiosos. En nuestra historia reciente tenemos al menos dos ejemplos que merecen atención y estudio: el llamado “Grupo de los 12” y la repatriación en el marco de Esquipulas, en el contexto del proceso electoral de 1990. Ninguno de los dos casos fue sine qua non de lo que sucedió luego, pero ambos, en combinación con varios otros factores, fueron, el uno precursor, el “Grupo de Los 12” y, el otro, la repatriación propiciada por Esquipulas, propagador del voto masivo de 1990.
Ortega se ha caracterizado por aguantar hasta el último momento en las crisis que ha enfrentado, le gusta llevar el juego al límite extremo, para ceder lo menos posible y maniobrar con las situaciones intermedias. En este momento, aunque su CSE no ha hecho la convocatoria para las elecciones generales de noviembre, no pierde oportunidad para referirse a ellas, personalmente o mediante su vocera, codictadora y pilar de la alianza ORMU.
Juega también, al extremo, con la comunidad internacional, la OEA le ha puesto una fecha límite y él está esperando que ésta se aproxime, para presentar alguna reforma electoral que será tan poco profunda como se lo permita la situación y “cumplirle” a la OEA. Juega, además, con cartas marcadas, puso en la mesa, el acuerdo CSE, para “flexibilizar” la obtención de personerías de partidos políticos, así, cuando finalmente presente su “reforma”, ese “avance” resultará que no fue aprovechado por nadie, no será culpa suya.
Apuesta, igualmente al extremo, a que sectores de oposición antepongan, condicionen y se nieguen a participar en las elecciones, por la falta de restitución de garantías ciudadanas y la existencia de presos políticos; si estos sectores deciden no ir a las elecciones y promover la abstención, tampoco será culpa de Ortega,
Muchos exiliados que han vuelto al país, sufren el asedio y la represión generalizada que sufrimos todos; pero yo no tengo conocimiento, sinceramente, de que estos repatriados, sufran particularmente más que cualquier otro activista social en Nicaragua. A veces no, por no decir nunca, podemos ver con la óptica del funcionario que, en la comunidad internacional, debe informar a su gobierno u organismo para tomar decisiones -la diplomacia es el arte de la hipocresía-, pero difícilmente podrá informar que existe una represión generalizada contra los repatriados.
Los activistas sociales de la diáspora nicaragüense, deberían organizar una gran repatriación en bloque, al amparo de un pronunciamiento conjunto y decididos a venir a dar la batalla electoral que, aunque no sea la batalla definitiva -y podría ser-, va a ser una gran batalla; retornar en bloque, no en torno a un candidato, sino del plan de nación que se incuba en nuestros corazones; retornar en bloque cantando el himno nacional y llamando a la comunidad internacional a no perderlos de vista y a acompañarlos en la búsqueda de la Tierra Prometida que es esta: Nicaragua libre y que es ahora. Un exilio que retorna para liberar la patria, para recuperar la patria robada.
Obviamente un retorno de este tipo generaría, por parte de la dictadura una reacción distinta al hecho aislado de que uno que otro, por aquí y por allá vuelvan; pero, de eso se trata, de que todas las fuerzas reaccionen. Que reaccione el movimiento social para reconquistar las calles; que reaccionen los sectores que pretenden hoy organizarse en torno a candidatos para provocar la reflexión de la necesidad de fundar finalmente la nación, tal vez de entre los repatriados surja el mejor plan y esté el mejor candidato; que reaccione el pueblo que busca la Tierra Prometida, para que encuentre que vive en ella y que esa tierra en que vive, para asimilarse a la prometida, requiere ser limpiada de escorias; que reaccione la comunidad internacional observando y acompañando activamente al exiliado que vuelve para dar las batallas definitivas por la justicia y la democracia.