28 de agosto 2018
I
No le sería difícil a un tribunal de justicia de un país donde se respeta la dignidad humana, declarar igualmente culpables a los policías que torturaron a un niño, grabándole en su brazo las siglas FSLN, y a los gobernantes que lo permiten. Completaron su animalizada crueldad, amenazándole con matarlo junto a su familia si los denunciaba, muy seguros los torturadores de que sus delitos siempre han gozado de impunidad.
Los casi cuatrocientos asesinatos que ya tienen en su haber no deja dudas de que aquí las amenazas se cumplen, y eso explica la fuga hacia el exterior de miles de nicaragüenses. Y tampoco nadie duda de que los abusos de policías y paramilitares cuentan con el aval y hasta premiados por sus jefes, a la cabeza Daniel Ortega –El Cruel— como lo bautizó un comentarista extranjero.
La violación de mujeres y las amenazas de muerte para intentar silenciarlas, son partes de las “normas” de la represión política de este gobierno semejante a las peores dictaduras de derechas, de las cuales se ha tenido como ejemplo la de Pinochet en Chile. Pero, con el tatuaje al niño de catorce años, Ortega a quien se tiene como de izquierda… ¡es igual que muchos dictadores de derechas!
II
La semejanza con el pinochetismo no se la borra ninguna frase ni consignas, con la que se ha ganado la tolerancia de algunos partidos y movimientos de izquierda en el exterior. Pero marcar a un ser humano con las siglas detrás de las cuales se esconde el amo-dictador, como en los tiempos más obscuros de las sociedades primitivas, debería hacer meditar al más torpe de los políticos de cualquier tendencia.
Marcar a los seres humanos como propiedad privada de los señores esclavistas, tenía como fin la apropiación gratuita de los frutos de su fuerza de trabajo. El “moderno” antecedente nazi de marcar a mujeres, hombres y niños judíos tenía como fine demostrar una falsa superioridad racial sobre las consideradas razas “inferiores”. Y en su plan para después de la II Guerra Mundial –que se le frustró al nazismo por su derrota en 1945— estaba expoliar a todos los pueblos “inferiores” del mundo para beneficiar a las cúpulas económicas del imperio alemán.
En la Nicaragua de final del segundo decenio del siglo XXI, marcar a un niño con siglas de la secta política dominante, tiene como fin demostrar la insana voluntad de dominio de quienes se consideran dueños del país, de sus bienes e instituciones, y ahora también de la vida y la conciencia de sus habitantes. De hecho, los esbirros que tatuaron al niño, lo hicieron porque tienen su conciencia enajenada a favor de los Ortega-Murillo.
Y quienes se sienten dueños de las conciencias de los torruradores, les toleran todo con la pretensión de acostumbrar a la gente a ver normalidad en sus crímenes, para garantizarse el poder y seguir acumulando riqueza ilícita e impunemente.
III
Tres modelos de explotación hemos tenido en nuestra historia, y que tienen en común su antihumanismo explotador para beneficio de minorías parásitas, son el esclavismo colonial, el criollismo heredero (semi feudal), el capitalismo dependiente y el orteguismo neoliberal izquierdoso. No tienen afinidades con sus definiciones políticas formales, pero las tienen en lo ideológico por cuanto se fundan en imaginarse tener el derecho a la dominación de clase para siempre.
En nuestro país, podemos definirlos como: esclavismo colonial anteayer, capitalismo pro-yanqui ayer, capitalismo pseudo-izquierdista hoy. Pero hay un pueblo en lucha, a costa de su sangre, para que no dure por siempre la deshumanización en nuestro país.
Y eso estamos. En esta lucha es más que necesaria, porque vivimos bajo el peligro real de que la falsa normalidad propagada por los Ortega-Murillo, con muertes y secuestros políticos diario –con todo tipo de torturas, incluso marcando a las personas en su piel— la relación humana civilizada está desapareciendo bajo el terrorismo de Estado.
Pese al dolor y la rabia predominantes que provocan el terror oficialista, que tanto afectan el ánimo individual y colectivo de los nicaragüenses, la lucha contra esta dictadura también implica la defensa de la dignidad y del humanismo.
Todas las formas crueles de represión y de muerte de la dictadura orteguista por motivos políticos, como hemos visto en los últimos cuatro meses, ha insensibilizado a sus autores hasta degenerarles su conducta a un estado de animalización, pero no debe ni podrá deshumanizarse la conducta de nuestro pueblo.
IV
El castigo de la mala conducta humana y social, lo regulan las leyes de un país, pero eso aquí nunca ha sido totalmente posible, menos ahora, cuando se rige con métodos dictatoriales deshumanizados. En Nicaragua, desde hace once años, los castigos los aplica la dictadura contra quienes piensan diferente, por reclamar el derecho a ser respetado, por oponerse a que un individuo se arrogue el derecho a gobernar de por vida, conforme a sus ambiciones y las de su clan político-familiar.
O sea, que aquí, todo sucede al revés: castigan quienes actúan como delincuentes desde el poder. Por eso, oficialmente, no hay opositores secuestrados, torturados, asesinados ni presos políticos. Solo hay terroristas, golpistas, vandálicos, malvados, agentes de la derecha y de la CIA (todos esos calificativos sin comillas, porque si se les pusieran, no se reflejaría bien el manual del decir mentiroso del orteguismo).
Más bien, ese mal decir del orteguismo, ya necesita de su propio diccionario para interpretar al revés todo lo que digan sus personeros, y entonces entendería mejor al régimen Ortega-Murillo. Porque si en sus bocas el amor en la realidad es terror, la paz es tranquilidad de panteones y el pueblo es símil de siervo, los derechos humanos tienen que ser los derechos del hombre y su mujer… ¡residentes detrás de los tranques armados de El Carmen!
No hay que extrañarse entonces, de que en el “idioma” orteguista –que tan bien entienden sus aliados de aquí y del exterior—, sus paramilitares, policías y otros sicarios, las víctimas sean los malvados que quisieron dar golpe de Estado, aunque no tengan armas, menos de guerra.
¿Qué les va a importar el hecho de que sus matones sean los autores de cuatrocientos asesinatos? ¿Alguien puede creer, que todo comenzó solo porque la juventud salió a evitar el golpe a la vida que pensaban darles a sus abuelitos jubilados? ¿En cuál página de la historia podrían esconderse los robos al erario, la corrupción política y administrativa, y la destrucción de la constitucionalidad para convertir un Estado en donde la mejor ley es la voluntad del dictador?
Después de más de cuarenta años, he logrado ver en acción la mentira somocista reproducida en la práctica y el lenguaje orteguista. Cuando en la Calle El Triunfo de la Managua pre-terremoto una mujer se resistió a ser capturada, el guardia somocista le rompió la cabeza a culatazos. Al día siguiente, la versión del diario de Somoza, Novedades, fue que la mujer en su forcejeo con la autoridad… ¡tuvo la mala suerte de meter su cabeza debajo de la culata!
Cuando ustedes oigan o lean versiones sobre las golpizas y masacres en los medios orteguistas y recuerden a Novedades… ¡estén seguros de que no es una simple coincidencia!