24 de septiembre 2020
Una revolución es un acontecimiento estratégico. El método de lucha es secundario. Lo esencial es el método revolucionario, que consiste en que las masas, en condiciones de crisis del sistema, se movilicen independientemente y determinen, directamente, las transformaciones necesarias de la sociedad. El problema, como siempre, es de conducción, es decir, de estrategia política.
Confidencial hizo una entrevista a la profesora Erica Chenoweth, politóloga de la Universidad de Harvard Kennedy School, que tituló “Por qué la “resistencia civil” sí puede derrotar a una dictadura”, la cual fue transcrita en la edición del 21 de septiembre del 2020.
Influido en parte por la entrevista a Chenoweth, escribe Confidencial:
“El fracaso de la revolución sandinista, que derrocó a la dictadura de Somoza en 1979, enseñó en carne propia a varias generaciones de nicaragüenses cuál es el camino equivocado. Una mayoría política azul y blanco está empeñada en salir de una nueva dictadura a través de métodos pacíficos”.
La revolución que derrocó a Somoza en 1979 no fue un fracaso. Precisamente, porque se basó en las movilizaciones de masas luego del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro. Nada tiene que ver esta explosión de masas, de 1978, con la experiencia guerrillera del FSLN hasta ese momento. En dicha explosión social no hay vínculo alguno con el FSLN. Lo que fracasó, luego, fue el gobierno sandinista, que se convirtió en un proyecto contrarrevolucionario en el momento que margina al pueblo de la conducción del proceso de cambios en la sociedad, para situar en el poder absoluto a su cúpula burocrática, que se independiza de la sociedad en virtud de sus intereses mezquinos de nomenclatura.
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Luego de la derrota del sandinismo por las elecciones de 1990, se legalizó la piñata y la deuda pública interna que ello conllevaba; y en 1996, accede al poder por vía electoral Arnoldo Alemán, que le dio al Estado un carácter mafioso (lo que hizo posible, a la postre, el retorno de Ortega). Se podría decir –con igual falta de lógica- que el fracaso democrático, que derrotó electoralmente al sandinismo en 1990, enseñó en carne propia a varias generaciones de nicaragüenses que las elecciones es el camino equivocado.
Nada tiene que ver el método de lucha con el partido que alcance el poder, y con el programa burocrático o corrupto propio de tal partido. Las dictaduras se corresponden más con el atraso de nuestro sistema económico y social que con el método de lucha en contra de la dictadura. Lo decisivo no es el método, sino, el sujeto social que conduce la lucha. La cúpula sandinista no tenía arraigo en ningún sector de la sociedad. Era voluntariosa, subjetiva, profundamente burocratizada desde sus inicios. Como organización militar, no tenía vida partidaria, y desembocó en la aberrante consigna absolutista de: ¡Dirección Nacional, ordene! Y… en la práctica de la piñata.
A partir de abril de 2018, nadie está empeñado en salir de la dictadura por métodos pacíficos. La rebelión de abril exigió la renuncia de Ortega sin prepararse para derrotarlo de alguna manera. Ello no es una postura política, sino, una carencia grave. La sociedad no ha dicho ni la primera ni la última palabra sobre el tema de la lucha violenta. No podría decirlo. Lo que hay es un terrible proceso de reflujo combativo. Ortega conquistó a sangre y fuego los espacios físicos que había perdido en abril, mayo y junio. Su victoria fue precisamente en el terreno militar, en el cual, la rebelión careció de preparación y de eficacia. Las condiciones de la lucha las impone la estrategia enemiga, no el gusto personal.
Sin embargo, Ortega perdió en el terreno ideológico, perdió legitimidad y, con ello, se aisló de la sociedad, se enemistó a muerte con la nación, y se marginó de la comunidad internacional. Pasó a la defensiva estratégica, aunque conserva la iniciativa militar. La acción militar no es independiente, ni se impone a la política. El régimen orteguista, a partir de la represión militar, está en crisis creciente de gobernabilidad: eso es lo decisivo, no el método de lucha.
Continúa la entrevista a la señora Chenoweth:
“La experiencia histórica mundial pareciera indicar que la resistencia civil es el camino correcto. La resistencia no violenta tiene mayores probabilidades de éxito, en cuanto a “logros democráticos”, a su capacidad de generar movimientos masivos e inclusivos”.
No hay una experiencia histórica que indique que el camino correcto para derrotar a una dictadura deba ser por la resistencia civil. Es absurdo, porque no existe una experiencia histórica común, sino, múltiples crisis individuales, con sus rasgos particulares, ya que cada experiencia de lucha es sui generis, concreta para cada realidad. La primera observación científica es que es incorrecto generalizar en la medida que cada sociedad enfrenta un proceso histórico propio, con una combinación particular de estadios de desarrollo económico, social, político e ideológico, con contradicciones de distinta maduración y por distintas causas. Con aspectos culturales propios y con crisis singulares irrepetibles. En la misma Rusia, no es comparable la revolución de febrero con la revolución de octubre.
La frase sobre que “la resistencia no violenta tiene las mayores probabilidades de éxito, en cuanto a logros democráticos”, es un galimatías. Es superchería pura de la peor especie.
Sin conocer el desarrollo de variables económicas y sociales objetivas, y sin conocer las capacidades de la conducción subjetiva de los contendientes, y la disponibilidad combativa de los combatientes de cada lado, y la reagrupación de las clases sociales a un dado momento, es imposible hacer un análisis de probabilidad respecto al éxito de cada proceso de lucha. Peor aún, sin conocer la magnitud y el carácter de la crisis.
Menos probable es que se pueda generalizar sobre las perspectivas de éxito de un método de lucha (“la resistencia no violenta”), al margen de las circunstancias de cada país. Eso es ignorancia pura.
La referencia al éxito en cuanto a “logros democráticos”, revela que se desconoce lo que está en juego en cada país y en cada circunstancia. En la lucha contra una dictadura no siempre se persiguen logros democráticos, o logros jurídicos formales en sí mismos, sino, el cambio de la hegemonía cultural que reproduce el sistema de dominación por medios políticos represivos. ¿Cuál es el carácter de los cambios? Esta pregunta no se puede pasar por alto, a menos que todos los sectores sociales luchen a ojos cerrados a favor de la clase hegemónica en todas las circunstancias. Los campesinos, en un país agrícola, por ejemplo, tienen su propia contradicción, más allá de reivindicar logros democráticos. Se habla, entonces, de revolución campesina por la distribución de la tierra.
Lo importante no es la capacidad de generar movimientos masivos, porque esa capacidad no es inherente a la resistencia civil, sino, que depende de las circunstancias. Es la crisis en la sociedad la que despierta a las masas, y las empuja a la acción, no el método de lucha. Si generalizamos a nuestra vez, podríamos decir –con igual error abusivo, fuera de la realidad- que la represión militar tiene la capacidad de disolver en sangre movimientos masivos.
Lo importante no radica en la supuesta capacidad (que como generalidad es una aseveración falsa, en un caso como en el otro), sino, en definir la función que la dictadura cumple en la sociedad concreta, en la coyuntura concreta, desde la perspectiva de las principales clases de la sociedad. Ningún cambio ocurre a voluntad, por decisión subjetiva o por abstracción jurídica: para obtener logros democráticos con determinado método de lucha. ¡Es ridículo!
Tampoco es cierto que en todo momento se puedan combinar diversas tácticas de protesta para debilitar al Estado represivo. El Estado represivo podría fortalecerse, más bien, si las clases dominantes lo perciben como un factor de estabilidad en determinada coyuntura. Chenoweth pasa por alto un análisis elemental de la coyuntura (propio de la política), y hace generalizaciones antojadizas al margen de la realidad.
Continúa Confidencial con sus conclusiones respecto a la entrevista a Chenoweth:
“Compararon (las autoras del libro: Why civil resistance works?) los resultados políticos de 200 intentos de revoluciones violentas y 100 campañas de resistencia no violenta en distintos países del mundo, durante el siglo veinte. Su conclusión, basada en la experiencia histórica empírica, es categórica a favor de la resistencia no violenta”.
Nadie puede extraer conclusiones válidas basándose en la experiencia histórica empírica. La ciencia procede, epistemológicamente, de manera completamente distinta. El científico elabora por medio de leyes naturales una hipótesis (con un conocimiento exhaustivo del problema a la luz de la ciencia) que permitiría explicar todos los efectos esperados de un dado fenómeno. Y luego, experimentalmente, comprueba la validez de la hipótesis científica explicativa. De la experiencia empírica no se sacan conclusiones científicas, sino, sobre la validez de una hipótesis científica. Toda conclusión puramente empírica sobre la realidad cambia de significado cada vez que el observador acumula una mayor experiencia precedente. No existe un significado absoluto, ni tal significado podría ser perceptible a la mente humana.
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Decir que la resistencia no violenta tiene más probabilidades de éxito que la lucha violenta no sólo no es una hipótesis científica (porque carece de las leyes que harían previsible sus resultados en condiciones dadas), sino, porque contradice la mayor capacidad de realizar trabajo mediante la teoría militar, la preparación de los combatientes, y mediante la tecnología destructiva.
Nadie sensato, por otra parte, ponderaría un método de lucha, fuera de la política, es decir, al margen de las crisis y contradicciones concretas en la sociedad bajo análisis, y de los cambios de conciencia de los sectores sociales involucrados.
*El autor es ingeniero eléctrico.