9 de junio 2020
¿Será que la democracia “americana” está sufriendo de la pandemia del siglo con el ataque de la covid-19, y eso tiene enferma de cuidado a su sociedad?
¿O acaso será que la violencia y el anarquismo sociales en todo el país, es el final del período asintomático de la sociedad estadounidense para entrar a la fase del “estado crítico pero estable”, aunque mal atendido?
No. En los Estados Unidos no está ocurriendo ninguna de esas dos cosas. Primero, porque el mal del racismo no es de este siglo, sino de muchos siglos, desde antes de los 244 años transcurridos de su independencia (1776).
Y segundo, porque la violencia y el anarquismo por los conflictos raciales tienen su raíz en la esclavitud de los “afroamericanos”, eufemismo utilizado para no decir negros estadounidenses, pues negros y americanos somos también muchos millones en América Latina.
Y esa raíz a que me refiero, tuvo expresión concreta en la falacia de su Constitución Política fundacional de ese país, que ha hecho pensar a los estadounidenses –y de muchos de otros países—, que tienen una democracia perfecta, genuina, la mejor del mundo. Thomas Jefferson, quien redactó el borrador de esa Constitución era esclavista –y ni dudar de que los otros cuatro que integraron el “comité de los cinco” de su redacción, también explotaban hombres negros en sus haciendas.
Y, ¿en qué consiste esa falacia? En el primer párrafo de esa Constitución, inspirada el principio cristiano de que todos somos iguales porque somos todos hijos de Dios, se lee también:
“Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una unión más perfecta, establecer la justicia, garantizar la tranquilidad social, tender a la defensa común, fomentar el bienestar general y garantizar la ejecución de las libertades para nosotros…”
¿Alguien puede dudar de tanta la falacia? Al menos, los interesados en negarlo podrían recordar que este engaño con la democracia no nació en los Estados Unidos, sino miles de años antes en la Grecia clásica.
Pero basta comprobar que el concepto de la democracia nada tiene en común con la realidad de ningún lugar del mundo: “poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Y, precisamente, en la parte del preámbulo de la Constitución Política estadounidense que hemos visto, el engaño sigue con la auto definición de los fundadores esclavistas: “Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos…”
En esa parte final se confirma la falacia de que sus redactores esclavistas de apropiaron del concepto de pueblo, pues dicen que ellos son el pueblo, y al mismo tiempo confiesan (“sin querer queriendo”) que buscan “garantizar la ejecución de las libertades para nosotros…” (¿Los blancos?)
De modo que en los Estados Unidos, George Floyd no ha sido la primera ni será la última víctima del racismo institucional, mientras dure su sistema económico, social y político su extra imperial de pensar y actuar como dueño del mundo. Y eso, no está a la vuelta de la esquina histórica, para desgracia de la mayoría humana de este planeta, sino en la actualidad.
A propósito, en estos días de muertes por el Coronavirus, y con motivo del lanzamiento de su última nave espacial, los de la NASA anunciaron que se apropiarán de las riquezas que puedan haber en la Luna, porque no hay nadie que ejerza propiedad sobre el satélite provocador de sueño a los románticos de antaño y las ambiciones imperiales de hoy.
Retornando al tema de la violencia y la anarquía sociales en los Estados Unidos, que ya causaron otros muertos por la represión de la policía racista, y la destrucción de vehículos, grandes tiendas y medianos negocios –incluso de pequeños negocios de ciudadanos negros— amerita alguna reflexión sobre el justo motivo que las provoca las protestas y la irracionalidad anarquista, reflejadas a la vez.
De la existencia de las minorías de saqueadores y anarquistas, más una mayoría de la población políticamente mediatizada, es responsabilidad de la educación, la cultura y los sistemas de información oficiales –y a veces oficialistas de los partidos gobernantes— de las clases dominantes estadounidenses.
En fin de todo el sistema y sus medios de dominación, es mediatizar y neutralizar la actividad de las clases trabajadoras y medias. Y por eso, afirmamos que las actuales y masivas manifestaciones populares contra los crímenes del racismo, no ponen en peligro la vigencia del sistema social. Además, no todas estas protestas son organizadas, ni responden a una orientación consciente en busca de un objetivo político definido contra el sistema social injusto, ni siquiera para reformarlo, por mucho daño material que causen los anarquistas.
En cuanto a la democracia como sistema social perfecto, afirmamos que no existe como muchos lo suponen, pero no negamos la posibilidad real de que con las luchas organizadas de la población se conquistan los derechos democráticos, que son muchos, y de ellos los estadounidenses han logrado conquistar algunos, no todos los disfrutan plenamente ni sin sacrificios.
Esos derechos democráticos los han conquistado los pueblos en muchos países desarrollados y no muy desarrollados, aunque con diferentes niveles y profundidad, pero ningún derecho ha sido ganado de manera fácil ni gratuita. De eso, podemos dar ejemplos las generaciones de nicaragüenses encarcelados y asesinados por dos dictaduras. Y esperemos que las luchas actuales sean para la conquista de esos derechos después que derrotemos a la dictadura actual.
De tal manera que la pregunta del titular de nuestro comentario, que si Democracia y derechos democráticos: ¿son lo mismo?, de hecho ya queda respondida que no son la misma cosa, pues no existe la democracia verdadera, pero los derechos democráticos sí pueden ser conquistados.
En la democracia de los esclavistas y la democracia de los multimillonarios de hoy, es la misma falacia, porque ambas se sustentan en la explotación humana. La sangre de George Floyd y de los miles de negros asesinados durante centenares de años en los Estados Unidos, no solo es producto del odio racista, sino un fenómeno consustancial al sistema capitalista.
La violencia de las protestas es parte de esa lucha universal por los derechos democráticos --principalmente, los derechos humanos y sociales— están siendo un poco distorsionadas por lo irracional del anarquismo destructor de la riqueza producida socialmente por el mismo pueblo, aunque disfrutadas más por las clases minoritarias que la acumulan para sí, egoístamente.
Para darle continuidad histórica y permanencia a esta injusticia social, las clases dominantes no vacilan en aplicar su propia violencia. Donald Trump, quien ha calificado como terroristas de la “Izquierda radical” a todos manifestantes, no vaciló al sugerir una condena de diez años de cárcel para cada uno. Al parecer, para este fascista, habla de diez de cárcel con la misma facilidad con que pone seis ceros en cada una de las cifras de sus ingresos económicos.
Con su rabia imperial por la posible frustrada reelección, igual amenaza a todo el mundo cuando no le obedecen su geopolítica, culpa a otros de sus errores y torpezas. Pero ha mostrado su incapacidad frente a la pandemia que ha convertido en un gran cementerio el país para estadounidenses y extranjeros residentes.
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Un tema extra
Decida usted cuál de estos dos eufemismos es el más ridículo:
- “El líquido perlado de la consorte del toro” (de un maestro de español medio loco, para no mencionar a la leche)
- “Hicieron el tránsito a otro plano de vida” (de Rosario Murillo, para no mencionar a la muerte)