1 de septiembre 2017
Las reacciones de rechazo en el FSLN a la designación de sus candidatos a las próximas elecciones municipales no son extrañas; son reacciones lógicas de un cuerpo político que una vez más da muestras de hartazgo de la forma cómo se toman las decisiones en su interior. El “dedazo” es un recurso autoritario de prepotencia y a la vez de impotencia que utilizan los autócratas cuando no les salen las cuentas. Es el fracaso del intento de barnizar con legitimidad democrática la elaboración de las listas electorales y de conjurar la incertidumbre que los aqueja.
No es la primera vez que al FSLN se le rebela el patio. De ordinario la selección de las candidaturas a las municipales siempre le ha dado más de un dolor de cabeza. Cuando realizó primarias los resultados fueron pleitos intestinos que llevaron a manifestaciones ante la Ciudad Prohibida de El Carmen. Cuando aplicó “encuestas” como las que dicen que aplicaron esta vez, los resultados no fueron diferentes: protestas en los municipios y apelaciones al Altísimo. Entre medias, hubo reclamos de los secretarios políticos para que ellos también pudieran aspirar a cargos públicos, como alcaldes, vice o concejales.
¿Por qué ocurren estas anomalías en el FSLN en el nivel municipal? Quizás porque tanto las primarias como las encuestas son herramientas para fortalecer la democracia interna dentro de las organizaciones con niveles mínimos de transparencia y de responsabilidad. Pero estos principios son antitéticos dentro del FSLN, donde el secretismo, la irreflexión y la sumisión se enarbolan con orgullo malentendido. En otras palabras, las primarias y las encuestas, filtradas por la manipulación, chocan contra el espíritu democrático que en teoría deberían salvaguardar.
Además, todo proceso de fortalecimiento de la democracia interna en los partidos políticos es consustancial con el proceso mayor de su institucionalización. Como algunos autores han señalado (Santiuste, Martí y Close, entre otros), el proceso de institucionalización del FSLN que implicó pasar de movimiento político-militar a partido para la competencia electoral (estatutos, programa, congresos, selección de candidatos, etc), se revirtió a medida que Daniel Ortega se fue apropiando de toda la organización. Esta deriva acarreó la desinstitucionalización del Frente. Todas las decisiones, incluso las más nimias, pasaron a ser tomadas por un círculo cada vez más excluyente de personas a condición de una fidelidad canina hacia sus amos. Al mismo tiempo, los órganos que en teoría deberían ser de control y rendición de cuentas para garantizar la democracia y la transparencia, cayeron en desuso.
En tales circunstancias de quiebra institucional, las hermanitas menores de la institucionalización, como son las elecciones primarias y las encuestas internas, no podían correr mejor suerte. En 2017 como en ocasiones anteriores ambos mecanismos fueron sacrificados en nombre de unos intereses superiores que sólo al alto mando interesa.
Sin embargo semejante imposición que obliga a la homogeneidad de las opciones locales, incluso en un partido disciplinado ha tropezado con la diversidad de unas expectativas forjadas en la supuesta democracia interna. Esta diversidad y la distancia física de la fuente del poder a su vez generan la incertidumbre: el mayor dolor de cabeza del autoritarismo. Como destaca Schedler, la incertidumbre de los autócratas se alimenta de la paradoja de que a mayor poder se vuelven más temibles y mientras más temibles menos pueden saber de aquellos sobre quiénes y con quiénes gobierna.
Prisionera de esta paradoja, la oligarquía orteguista, a medida que ha ido concentrando poder, ha incrementado su desconfianza hacia los demás, incluso hacia sus más incondicionales, cuyas cabezas tarde o temprano han rodado, como lo atestiguan las sucesivas purgas en la jerarquía así como los 34 alcaldes y vice alcaldes destituidos desde 2007.
Conscientes de que el factor de incertidumbre se multiplicaba con la selección de más de 6 mil candidatos para cargos de alcaldes y concejales, los oligarcas del FSLN tenían que cerrar las posibles brechas que abrían las “encuestas”. Por ello terminaron designando a dedo a quienes les interesaban aunque les ocasionaran las mismas protestas de años anteriores. De esta manera se aseguraron de que entre los candidatos no hubiese personas que no garantizaran una fidelidad químicamente pura que el modelo partido-Estado necesita.
Esta lógica guiada por la incertidumbre también explica que en este modelo no quepan los liderazgos locales. En una organización carente de estatutos efectivos o de reglas similares, en la que todos se someten al “ordeno y mando”, lo que menos se necesita son líderes locales, personas con capacidad política propia para interpretar los retos que representa cada municipio, y construir iniciativas de respuestas con el concurso de la población y los recursos locales, sin esperar el permiso de quienes gobiernan en Managua.
Si el FSLN apostara por los liderazgos locales lo haría también por la descentralización interna del poder. Pero hay demasiados casos en el FSLN de alcaldes y líderes locales que quisieron volar con alas propias (Herty, Nicho y Guadamuz, por mencionar los más conocidos), o que intentaron anteponer los intereses locales a las orientaciones nacionales (Enrique Ramón López, ex alcalde de La Conquista; y Leonel Rojas, ex vice alcalde de Jinotepe, entre otros). Ya lo dijo la tristemente célebre alcaldesa de Managua: el Frente pone en los cargos a «soldados» y no a líderes políticos. De allí que el “dedazo” haya sido la mejor manera de zanjar (una vez más) el dilema entre democracia interna y poder centralizado.
La apuesta de los jerarcas del FSLN es que una vez calmadas las aguas el descontento se olvide, que llegada la fecha de las elecciones quienes hoy protestan vayan disciplinadamente a votar y que todo vuelva a ser como en años anteriores.
Sin embargo, quedará latente la asociación entre legitimidad e incertidumbre; a mayor arraigo político de los electos entre los electores, mayor será del recelo de los autócratas de El Carmen ante la posibilidad de que los soldados se estén «quedando con el mandado» en los municipios.