1 de octubre 2016
NUEVA YORK – Estados Unidos debe dejar de gastar en guerras e invertir más en educación; pasar de los cambios de régimen patrocinados por la CIA a la creación de un nuevo Fondo Mundial para la Educación (FME). En todo el mundo hay cientos de millones de niños que no van a la escuela, o van a escuelas con maestros mal preparados, sin computadoras, con aulas abarrotadas y sin electricidad. En estas condiciones, a muchas regiones les espera un destino de inestabilidad, desempleo y pobreza. El siglo XXI será de los países que eduquen adecuadamente a sus jóvenes para participar productivamente en la economía global.
El desequilibrio actual entre lo que dedica Estados Unidos a la educación mundial y lo que gasta en programas de naturaleza militar es asombroso: 1000 millones de dólares al año en lo primero contra unos 900 000 millones en lo segundo. Los programas de naturaleza militar incluyen el Pentágono (unos 600 000 millones de dólares), la CIA y organismos relacionados (unos 60 000 millones), el Departamento de Seguridad Nacional (unos 50 000 millones), sistemas de armas nucleares fuera del Pentágono (unos 30 000 millones) y programas para los veteranos (alrededor de 160 000 millones).
¿Qué político o funcionario estadounidense en su sano juicio puede creer que una proporción de 900 a 1 entre gastos militares y en educación mundial es el mejor modo de ayudar a la seguridad nacional? Claro que en esto, Estados Unidos no está solo. Arabia Saudita, Irán e Israel están dilapidando sumas enormes en una acelerada carrera armamentista en Medio Oriente, en la que Estados Unidos es el principal financista y proveedor de armas. China y Rusia también están reforzando el gasto militar, pese a tener otras prioridades internas apremiantes. Parece que buscáramos una nueva carrera armamentista entre las grandes potencias, cuando lo que realmente necesitamos es una carrera pacífica en pos de la educación y el desarrollo sostenible.
Varios informes internacionales recientes, entre ellos dos publicados este mes por la UNESCO y la Comisión Internacional para el Financiamiento de Oportunidades Educativas Globales, dirigida por el ex primer ministro británico Gordon Brown, muestran que es necesario multiplicar por diez la cantidad de ayuda mundial al desarrollo que se destina cada año a la educación primaria y secundaria, desde los 4000 millones de dólares actuales a unos 40 000 millones. Sólo así los países pobres podrán alcanzar la escolarización universal primaria y secundaria (como demanda el cuarto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible). Para lograrlo, Estados Unidos y otros países ricos deben poner en marcha la creación del FME este mismo año, sacando los fondos necesarios del gasto militar.
Si Hillary Clinton (probable próxima presidenta de los Estados Unidos) realmente cree en la paz y el desarrollo sostenible, debe anunciar su intención de apoyar la creación del FME, así como en 2001 el presidente George W. Bush fue el primer jefe de Estado en avalar el recientemente propuesto Fondo Mundial de lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria. Clinton puede convocar a que China y otros países se sumen a este esfuerzo multilateral. La alternativa (seguir gastando cifras inmensas en defensa en vez de educación mundial) condenaría a Estados Unidos a la condición de potencia imperial en decadencia y trágicamente dependiente de cientos de bases militares en el extranjero, millonadas de dólares en ventas de armamento cada año y guerras perpetuas.
Sin un FME, los países pobres no tendrán recursos para educar a sus niños, así como no podían financiar la lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria hasta que se creó el Fondo Mundial.
El problema presupuestario básico es este: educar a un niño en un país pobre cuesta al menos 250 dólares al año, pero los países de bajos ingresos pueden dedicar a la educación, en promedio, unos 90 dólares por niño y por año. Faltan 160 dólares por niño, para unos 240 millones de niños en edad escolar necesitados, o sea casi 40 000 millones de dólares al año.
Las consecuencias de la falta de financiación para la educación son trágicas. Los niños dejan la escuela antes de tiempo, a menudo sin un nivel básico de lectura o escritura. Los desertores de la escuela suelen unirse a pandillas, narcotraficantes e incluso grupos yihadistas. Las niñas se casan y empiezan a tener hijos muy temprano. Las tasas de fertilidad se mantienen altas y los hijos de estas madres (y padres) pobres y subeducados tienen pocas posibilidades realistas de escapar de la pobreza.
El costo de la falta de empleos decentes debida a la mala escolarización es la inestabilidad política, las migraciones masivas a Estados Unidos (desde Centroamérica y el Caribe) y a Europa (desde Medio Oriente y África), y la violencia relacionada con la pobreza, las drogas, el tráfico de personas y el conflicto étnico. Poco después, llegan los drones de Estados Unidos y agravan la inestabilidad subyacente.
En síntesis, debemos pasar de la CIA al FME, de los costosos fracasos con los cambios de régimen patrocinados por Estados Unidos (contra, entre otros, los talibanes en Afganistán, Saddam Hussein en Irak, Muammar el-Qaddafi en Libia y Bashar al-Assad en Siria) a inversiones en salud, educación y empleos decentes.
Algunos críticos de la ayuda internacional aseguran que los fondos para la educación serán derrochados. Dijeron lo mismo en 2000 sobre los programas de control de enfermedades, cuando propuse aumentar la financiación para salud pública. Dieciséis años después, los resultados están a la vista: la carga de enfermedades se redujo marcadamente, y el Fondo Mundial fue todo un éxito (los donantes ya están convencidos y hace poco reaprovisionaron sus cuentas).
Para repetir el éxito con la educación, lo primero es que Estados Unidos y otros países combinen sus ayudas en un nuevo fondo único, que luego invitará a los países de bajos ingresos a enviar propuestas de apoyo. Un panel de evaluación técnico (no político) evaluará las propuestas y recomendará las merecedoras de financiación; estas recibirán el apoyo solicitado, y el FME supervisará y evaluará la implementación de los programas; así los gobiernos cumplidores podrán crearse un historial y una reputación de buena gestión.
Desde 2000, Estados Unidos y otros países dilapidaron billones de dólares en guerras y compras de armas. Llegó la hora de adoptar una nueva estrategia, sensata, humana y profesional, que aumente la inversión en educación y reduzca el gasto en guerras, golpes de Estado y armamentos. La educación de los niños y jóvenes del mundo es el camino más seguro (en realidad, el único camino) hacia el desarrollo global sostenible.
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Traducción: Esteban Flamini
Jeffrey D. Sachs es profesor de Desarrollo Sostenible, profesor de Gestión y Política Sanitaria y director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia. También es director de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
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