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De herederos y albaceas

Atrapados en la vorágine de las ganancias, los publicistas únicamente se atienen al número de libros vendidos

Guillermo Rothschuh Villanueva

6 de septiembre 2015

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¿Cómo deben comportarse los albaceas literarios? No pregunto por los editores, sabemos que estos quieren sacar el mayor provecho económico a obras y autores. Máxime cuando estas o estos han alcanzado el cénit. En un mundo donde el mercado dicta casi todas las normas de conducta, cada éxito en ventas se traduce en estímulo para continuar extrayendo dividendos. Hasta los escritores ayer convencidos que la vida o muerte de una novela, una película, una obra de teatro o una pintura, debía someterse a los índices de consumo, hoy reniegan de esta posición y se desdicen. Críticos acérrimos de la cláusula de excepción cultural objetan que sea el mercado y no la calidad de cada una de las obras la que determine su publicación, filmación, presentación o exhibición. ¿Será demasiado tarde? Nada escapa a los altos porcentajes de circulación y a la voracidad del mercado. Todo pasa por su criba. Nunca como antes el mercado está en alza. Vive su mejor momento.

En este contexto ¿es legítimo dar a conocer obras cuyos autores habían renunciado a publicar? ¿A qué obedece ese afán de sus herederos o albaceas por autorizar a las casas editoriales hacer del conocimiento público materiales que tenían guardados bajo llaves en sus cajones? ¿Con qué derecho lanzan obras inacabadas? Los creadores —celosos en extremo— jamás se atreven a compartir sus criaturas si estas no han pasado por el delicado proceso de pulimiento y acabado. Muchas veces pasan años dándoles el toque final —nunca definitivo— a decir de Gabriel García Márquez. Sin precipitaciones ni chapucerías, vuelven una y otra vez a revisarlas, hasta juzgar que sus obras merecen ser leídas o vistas. Nunca antes. Una sensibilidad especial los hace retraerse. Muchos evitan incluso que hasta sus seres más queridos, tengan contacto con sus obras, hasta no verlas totalmente concluidas. A veces mienten para despistarnos y no sepamos el tema que están trabajando. Son los mejores jueces. Los más sensibles y severos.

No se trata de un hecho reciente sino de una constante histórica. Lo actual viene a ser el descaro y la alevosía con que proceden algunos herederos o albaceas. En la historia existen ejemplos de aciertos y logros. Sin la decisión de Max Brod nunca hubiésemos conocido la obra imperecedera de Frank Kafka. Tenía órdenes terminantes del autor de La metamorfosis y El proceso de quemarlas. Se negó rotundamente hacerlo. Aun con este hermoso resultado, la pregunta continúa girando acerca de la legitimidad de su acción. Igual suerte corrió buena parte de la obra de Carlos Marx. Como apunta Antonio Olivé “Marx generó abundante material, y no siempre ordenadamente o listo para entregar a imprenta. Al contrario, cuadernos, apuntes sobre diversos temas, reelaboraciones del mismo tema…” El Moro tenía especial inclinación sobre el arte de la escritura. En un campo como la economía, la filosofía y la sociología, donde pocas veces se habla del estilo literario de sus autores, Marx se jactaba que sus escritos eran “un todo artístico”. El venezolano Ludovico Silva se encargó de ratificarlo en El estilo literario de Marx (1975), una obra fecunda por esclarecedora. Única en su género.

Un ejemplo más cercano en el tiempo encendió las alarmas, la publicación de dos poemas de Mario Benedetti por la Universidad de Alicante causó perplejidad en el mundo literario. Ambos poemas fueron enviados a El País de España por la encargada de la clasificación de sus libros en esa casa de estudios. Guillermo Schalvelzon, cuya labor precisamente consiste en ser Agente Literario, escribió con justa razón el ensayo Muerto el escritor ¿hay derecho a publicar lo que él no quiso? Una pregunta pertinente en los tiempos actuales. Un cuestionamiento inobjetable. Conocedor el oficio, explica que un escritor siempre escribe más de lo que publica. Una verdad sabida desde antaño. Los escritores tienen sus propios criterios de selección; qué debe ir o qué no debe ir a la imprenta. Con justicia muchos deciden no darlos a conocer sin antes haberlos pasado por el fuego de la purificación, otros incluso prefieren romperlos. Carlos Martínez Rivas corregía, pulía, volvía a corregir y pulir, hasta lograr el poema perfecto. Incluso pedía publicar sus poemas tal como los enviaba a los suplementos literarios.


El primer convencido si una obra debe ser publicada es el propio autor. Si Pablo Neruda y Julio Cortázar se guardaron de publicar el material de los libros Para nacer he nacido y Papeles inesperados, ¿Cuáles fueron los criterios que tomaron en consideración sus herederas para hacerlos del conocimiento público? Néstor García Canclini, plantea los riesgos —ajustes y omisiones— a las que están siendo sometidas las obras literarias en la era de Internet. Con cierta sorna expone que la obra de su coterráneo —después de la aparición de Papeles Inesperados— ha visto multiplicada el número de páginas. Ahora son muchísimo más que cuando cerró su ciclo creativo. Canclini considera que cartas escritas con cierto deje de intimidad, pierden esa magia al ser leídas por seres extraños. ¿Lo habría querido el autor? ¿Qué motivos tuvieron Matilde Urrutia y Aurora Bernárdez para actuar como lo hicieron? ¿Creían beneficiar a Neruda y Cortázar publicando ripios? Sin duda actuaron a contrapelo de lo dispuesto por sus maridos.

El caso de Vladimir Nabokov es más trágico, su hijo Dmitriv —su heredero y albacea literario— desoyó las instrucciones de su padre. El autor de Lolita, había indicado a su mujer deshacerse de los manuscritos de una novela muerta. … un libro cadáver, como puntualiza Daniel Utrilla. A lo sumo contaba con 138 fichas que traducidas en páginas apenas llegaban a 30. Como en los casos precedentes Vera desoyó al marido. Guardó los originales y a su fallecimiento —Dmitri— juzgó equivocado romper un legado que no consideraba propio, sino más bien de la humanidad. Bajo este pretexto fue publicado El original de Laura (Anagrama, 2010). Los nabokianos siguen divididos. Mientras unos celebran esta decisión otros condenan la publicación. ¿Por qué eludieron la decisión de Nabokov? Los editores —conocido el nombre del autor— se lanzaron como aves de presa. El único patrón que los anima: hacer dinero. Con Nabokov estaba garantizado. Sabían que los lectores morderían el anzuelo.

¿Qué legitimidad adquieren estos cuestionamientos en la época que el mercado anda a la cacería de autores renombrados? Las razones por la cuales una editorial publica, muchas veces difieren de las causas por las cuales un escritor escribe una obra. Cuando un escritor alcanza su consagración los editores no dudan en publicar cualquier texto inédito. El principio que los guía consiste en continuar maximizando las ganancias. Jamás toman en consideración los riesgos que supone publicar un libro, una película, una obra de teatro o una pintura, todavía inconclusas. Ya vieron como procedieron los productores de Hollywood con el más reciente film de la saga Rápidos y furiosos 7. La muerte de Paul Walker (2013) interrumpió momentáneamente la filmación, luego el prodigio de Internet permitió resucitarlo hasta concluir y presentar la película al año siguiente (2014). Con las posibilidades que brinda Internet nada volverá a ser igual en el mundo de la creación. Programas sofisticados permiten crear mundos paralelos.

¿Qué frenos utilizar en el presente? ¿Vale más una obra publicada —aun cuando el autor no haya decidido hacerla pública— que su propio prestigio? Las editoriales, las grandes firmas productoras de Hollywood y los curadores, no pondrán reparos. Las mudanzas en los criterios de escogencia han variado de tal forma que es difícil esperar cambios. Mientras rija la lógica mercantil no los habrá. Atrapados en la vorágine de las ganancias, los publicistas únicamente se atienen al número de libros vendidos, el dinero recaudado durante la primera semana de presentación de una película y las ganancias que generan los pintores. La bondad de una obra de arte o literaria la determina el mercado. Pobrecitos o pobrecitas quienes creyeron dejar en buenas manos su legado artístico y literario, al nombrarless como sus herederos o albaceas. La única regla a la que muchos se atienen es la de pesos y centavos. Nada más. La calidad —como las buenas obras— está de baja.


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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