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De gavilanes y palomas

Un aplauso a la derecha, es una bofetada contra la población trabajadora

Nicolás Maduro habla ante un grupo de seguidores en las inmediaciones del palacio presidencial en Caracas. EFE

Onofre Guevara López

22 de diciembre 2015

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A dos semanas de las elecciones venezolanas, el gobierno lleva adelante un proceso de rectificación, renacimiento y reactivación del poder popular, mientras la derecha continúa su arremetida, pretendiendo obtener más de lo que, en términos constitucionales, le es permitido administrar con su cuota de poder. Entre tanto, las campañas de desprestigio de las figuras principales del gobierno y de estímulos a las pretensiones de la derecha, no cesan. El mismo esquema, sigue explotándose, donde el gobierno es el único culpable de la crisis económica, dejando a salvo la responsabilidad de los poderes exteriores y a sus aliados internos.

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Las campañas internacionales de prensa, radio y televisión lograron que en ciertos sectores de la población se acumularan sentimientos de rechazo contra el culpable equivocado, lo que los llevó a tomar una decisión aún más equivocada: votar a favor de los causantes históricos del sabotaje a la economía y responsables de las deudas sociales aún pendientes. Sus comentarios siguen devorando a la revolución venezolana, y agorándole lo peor, aunque con menos posibilidades de convencimiento, por algo que no se toma en cuenta: la reacción de sus mismos votantes no oligárquicos, quienes comienzan a descubrir los verdaderos objetivos de la derecha.

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Primero se fueron a las calles los sectores organizados y solidarios con el proceso de cambios revolucionarios y en contra de las amenazas de privatizar empresas estatales y derogar leyes sociales, pero ya no están solos, se les están sumando los sectores populares que, desprevenidos, votaron por la derecha. Ante este nuevo panorama político, los medios transnacionales no solo guardan silencio, sino que sigue con el mismo tipo de comentarios, con una retórica típica del caduco anticomunismo de guerra fría. Y detrás de los articulistas profesionales, han surgido “comentaristas” nacionales, argumentando con ínfulas de gavilanes, pero más parecidos a revoloteos de palomas.

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Eso de “palomas” lo digo en sentido figurado, pensando en que individuos fanatizados por la propaganda se convirtieron, sin quererlo ni advertirlo tal vez, en inocentes dogmáticos repetidores de las opiniones de los dueños de las transnacionales, dueños también de medio mundo y con pretensiones de llegar a ser dueños del mundo entero. Contra eso, no hay remedio posible, ni molestias que sufrir por ello, pues se trata de algo consustancial a toda lucha ideológica, en la cual todos participamos, aun cuando, ingenuamente, nos creamos imparciales. Un aplauso a la derecha, es una bofetada contra la población trabajadora.

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En las condiciones de dependencia mental, a nadie importa saber, por ejemplo, que a las transnacionales no les preocupa el bigote de Maduro –ni el biotipo de ningún otro dirigente gubernamental—, sino recuperar el petróleo de Venezuela. Sus campañas no logran esconder que, para obtenerlo, necesitan deshacerse de ellos por cualquier medio –si por el asesinato o el golpe militar, mejor— por el estorbo que representan y no por sus defectos. En pos del petróleo, bien valen costosas inversiones en campañas de descréditos, sabotajes económicos, especulaciones, contrabandos, escasez provocada y conspiraciones financieras, todo lo cual no existe para esos “comentaristas”.

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Eso sí, saben enojarse, y en su enojo con todo criterio discordante del coro, muestran su odio por las verdades y por quien las dice, perdiéndose entre fantasías acerca del “fin de la historia”. Ven como una idiotez –cuando no una blasfemia— que hallan revoluciones después del fracaso de la experiencia socialista en Rusia y Europa del Este. Niegan la función de las ideologías, las clases sociales en lucha y las contradicciones sociales por las injusticias como motores de toda revolución, sea de cualquier lugar o siglo; están contra la liberación nacional y niegan la existencia del imperialismo, mientras este incendia medio mundo. Para remate, su vasta cultura política no les alcanza para notar las diferencias entre socialismo y comunismo y entre estalinismo y marxismo. Todo les parece igual, y a lo mejor no distinguen entre la amnesia y la magnesia.

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Como para esos “comentaristas” ninguna verdad existe aparte de la que ven en los medios, piensan que tampoco existió un Kissinger, secretario de Estado yanqui, ni su orden a la CIA para que hiciera “estallar” la economía de Chile con toda clase de sabotajes. Y si existieron, han de pensar, que eso ocurrió en la prehistoria de la humanidad, quizás “antes de Cristo”. Geográficamente, parecen orientarse a pensar que alguna vez existió un país llamado Chile, pero que estará muy lejos, no tanto como lo está Venezuela, adonde tampoco ellos conciben la idea de que los inocentes muchachos de Langley, USA, podrían llegar a hacer los mismos chanchadales.

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Perdón por la malacrianza, pero su “prehistoria” está llena de cosas como las que ocurren en Venezuela; el rodaje de nuevo, con nuevos actores y en un escenario político diferente, de la misma película que hizo la CIA en Chile, con el mismo guión, aunque corregido y aumentado. No imaginan siquiera que uno de los capítulos que han tenido que corregir, es el del pinochetazo, y no por una cuestión de estética, menos de ética, sino porque no han hallado dentro del ejército bolivariano a quien desempeñe el papel de Pinochet. Y no es por falta de un casting, que sí, ya lo han hecho.

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Sigo hablando de cosas como la peliculera de Langley, USA, que nunca ha desistido de hacer películas de terror al mismo tiempo que siguen haciendo rodajes, igualmente sangrientos, con actores civiles conseguidos entre políticos y empresarios dispuestos a todo por conseguir algo –coimas, sobornos—, porque, además, tras sus victorias les llegan oportunidades de robarle al Estado con privatizaciones a su favor. Precisamente, lo que pretender hacer en Venezuela, porque les quedan otros beneficios con la restricción de programas sociales, el pago de bajos salarios, el encarecimiento de precios, escondiendo productos y subiendo las tasas de interés en sus bancos, más sus negocios con las deudas hipotecarias.

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A los “comentaristas” no les gusta que se mencione a la fuerza social obrera y popular opuesta al “cambio” de quienes con una victoria parlamentaria persiguen tumbar la revolución en Venezuela. Es que se aferran en confiar a ciegas lo que dicen los gavilanes de la propaganda al servicio de la derecha y su padrino “americano”. Solo les queda hacerle eco al gran coro mundial de los gavilanes que odian el “populismo” (todo lo que favorece a los trabajadores) y adoran el neoliberalismo disfrazado de “libertades económicas” y de “libres mercados”.

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Por mucho que se busque una idea, una frase, una palabra de la derecha que ayuden a imagina que con su cuota de poder contribuirían a corregir lo que debe corregirse en Venezuela, no se encuentran. Solo se leen y escuchan expresiones de odio y de revancha. A una lideresa empresarial venezolana, la miré y oí por televisión, diciendo, con un odio de clase sin rebaja, que la ley laboral debe derogarse, porque… ¡”no tiene que favorecer al trabajador”! Es lógico, entonces, que articulistas y “comentaristas” de la derecha de todo el mundo, expresen iguales sentimientos de odio con una misma retórica.

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Lo único sensato que hasta hoy he leído en comentarios del coro transnacional –pero no lo dicen por sanos motivos, sino como inicio de su ofensiva contra Petrocaribe y otros tratados de solidaridad latinoamericana— es sobre la necesidad de revisar la concesión petrolera venezolana, que en Nicaragua es administrada discrecionalmente por Daniel Ortega. Esa revisión, siempre la hemos echado de menos en esta columna, desde luego, no para que se perjudique a nuestro país, sino para que esa colaboración beneficie a todos, y eso solo puede lograrse con su administración transparente, ajena a partidismos de aldea.

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Y hablando de Ortega, él acaba de dar una muestra de sus simpatías por el neoliberalismo, cuando se deshizo en elogios durante la apertura del súper negocio “Walmart”. Fue algo parecido a que lo dijo Enrique Bolaños, cuando se abrió en Managua el primer MacDonald: que con eso, Nicaragua iniciaba la marcha hacia la modernidad y el desarrollo económico. Nadie sabía, ahora ya lo sabemos todos, que los negocios de importación a gran escala contribuyen al desarrollo de un país. De ahora en adelante, los pequeños, medianos productores y comerciantes nacionales deben competir con ese monstruo transnacional, pero suavemente… ¡no vaya a ser que provoquen la quiebra del pobre “Walmart”!

Cronología imperial (*)

1917.- 1) El 6 de abril, Estados Unidos le declara la guerra a Alemania. Al día siguiente, hace lo propio el títere cubano Menocal, quien ofrece carne de cañón nativa a Wilson, oferta que este rechazó. En cambio, Wilson opta por despachar (por las dudas) una guarnición de 2.600 soldados a Cuba, la que permaneció allí hasta agosto de 1919.

2) En Costa Rica, el general Federico Tinoco, apoyado por la “Costa Rica Oil Corporation”, derrocó al presidente Cleto González Víquez. Hubo denuncias acerca de la intromisión diplomática de Washington.

3) En agosto, en Nogales, México, chocaron fuerzas militares mexicanas y estadounidenses, estas últimas, en una indisimulada invasión de un territorio ajeno.

4) En septiembre, el presidente Carranza informó al país, sobre diversos actos de agresión cometidos contra puertos mexicanos por marines gringos, incluyendo desembarcos, tiroteos, violación de aguas jurisdiccionales, vuelos militares y acciones punitivas en la frontera norte.
(Continuará)

(*) Resumida de Guía del Tercer Mundo-86.
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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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