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Darío visto por Vargas Llosa

Vargas Llosa se propuso desentrañar las circunstancias que condujeron a Darío a encontrar su propia voz

Guillermo Rothschuh Villanueva

6 de febrero 2022

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A Rubén Darío, el nicaragüense más universal, 

hoy 6 febrero del año 2022, en el 106 Aniversario de su fallecimiento.

Siendo apenas un joven de veintidós años, Mario Vargas Llosa presentó en 1958 su tesis para graduarse como Bachiller en Humanidades, en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Igual que algunos miembros del boom de la nueva narrativa hispanoamericana, el peruano decidió mostrarnos la excelencia poética del nicaragüense Rubén Darío. Una admiración que Vargas Llosa, con el tiempo, no ha hecho más que ratificar. Consciente de su audacia, la llamó Bases para una interpretación de Rubén Darío. Se plantó frente a nuestro bardo mayor, analizó su producción literaria y realizó un vasto recorrido por su arte poético. Cuarenta y tres años después (2001), la tesis fue publicada al otorgársele el Doctorado Honoris Causa, como reconocimiento “a esta obra y a su condición de exalumno sanmarquino destacado”

Vargas Llosa se propuso desentrañar las circunstancias que condujeron a Darío a encontrar su propia voz, nuestro bardo mayor alcanzó la madurez y valía con la publicación de Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905). Dichas creaciones no están desvinculadas de sus primeros escarceos. Asistido por diversidad de devotos darianos, el peruano emprende vuelo. Apoyado en una amplia bibliografía, establece los distintos momentos que vivió Rubén hasta llegar a la cima. Sus inicios se caracterizan por imitar una multiplicidad de poetas. Por razones didácticas, para exponer sus planteamientos, Vargas Llosa dividió su investigación en cinco partes. El primer Darío está lleno de titubeos, se desplaza a tientas, sin rumbo fijo, no logra tocar tierra firme, una fase en la que traslucen sus muchísimas lecturas. 


Uno de los grandes darianos, Enrique Anderson Imbert, está convencido que, para entonces, Rubén estaba “en medio de una rosa de los vientos, oyéndolo todo, imitándolo todo, sin orientarse decididamente”. Abierto a distintas corrientes literarias, Darío es consciente de su vocación literaria; se empecina por alcanzar la gloria. Vargas Llosa deja que sea él mismo Rubén quien hable. “¡Los comienzos! Es decir, los sueños. Esos principios son más bellos que las más triunfantes victorias. Siquiera porque toda esperanza es hermosa, y todo logro quita el placer de esperar y da el cansancio humano de lo conseguido. La posesión de la gloria es lo mismo que la posesión de la mujer”. Imita a Espronceda, Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce, Reina, etc. Darío aun no es Darío. Estaba en proceso de crearse su propia visión del mundo y de la literatura. Vive los traumas de todo despegue.

Durante esa época Rubén hace cabriolas, asume los aportes formales de estos escritores y hace suyos los temas. A través de su creación pueden verse una enorme variedad de estilos y sus cambios recurrentes de actitud y opiniones. Darío adopta posiciones contradictorias con toda sinceridad. En cada paso cree encontrar su verdadero yo. Todavía padece constantes cambios de piel. Anda en búsqueda del vellocino de oro. Como apunta Vargas Llosa, “Surge un nuevo autor que le descubre otro camino, igualmente atractivo”. Rubén no tiene prisa. No acaba de descubrir la necesidad de superar la inestabilidad, transita indeciso. No da el salto requerido para concretar su verdadera vocación literaria. Después Darío reconocerá que vivía “un verdadero terremoto mental”. Un autor principiante, poseedor de un enorme caudal poético.

Rubén busca una forma que no encuentra su estilo, idénticas conmociones han vivido la mayoría de los grandes creadores. Como reconoce Vargas Llosa, durante sus primeros años vive una situación por la que han atravesado diversos autores. Se muestra vacilante frente a distintos polos de atracción. “Nada hay permanente en él, salvo su vocación y su aptitud”. El verdadero Darío surgirá hasta después. Vargas Llosa establece el momento en que Rubén asume una aptitud personal, antes tuvo que pasar por la influencia del naturalismo. A inicios de 1887, radicado en Valparaíso como agente aduanero, se ve marcado por dos experiencias. Entra en contacto con los trabajadores portuarios y cae seducido ante la obra de Émile Zola. Dos acontecimientos decisivos para su consolidación como escritor. 

Deudas, penurias y el encuentro con los libros del escritor francés, resultan estimulantes para que Darío encuentre su voz. El contacto con los humildes y desarrapados —padeciendo él su propia angustia— lo conducen a identificarse con los hambrientos. El segundo capítulo resulta clave para comprender la influencia que tiene la lectura del francés en su vocación de escritor.  Su relación con la escuela naturalista le produjo un efecto instantáneo. Darío deja constancia de este impacto. El fardo lo debe al testimonio de un viejo lanchero del muelle de Valparaíso. El nicaragüense utiliza todos los ingredientes naturalistas: veracidad de la historia, la vida que padecen los personajes y como telón de fondo, voces de chiquillas enclenques, mujeres esqueléticas y de contexto, las inmundas callejuelas del puerto.

La lectura de El fardo no conmovió a nadie, los resultados de su escritura y otras experiencias análogas —expone Vargas Llosa— hacen que Darío se percate que no es posible “que de ahora en adelante continúe con esa posición de eclecticismo universal, en la que imita todos los estilos, todos los temas, todos los sentimientos, todas las emociones”. Nuestro paisano inevitable, da el paso que lo lleva a la gloria: un toque personal a su creación. De aquí en adelante todo lo que escriba será suyo. De él y nadie más. El fardo permitió a Darío comprender lo que no debía escribir. Vargas Llosa remata: había elegido al revés. El naturalismo se empeña en analizar la sociedad, mostrar sus purulencias, el origen de las taras y vicios que la envuelven. Al escribir El fardo, el nicaragüense lo hizo para impresionar. Nada más. El resultado no le gustó para nada.

Al pasar la mirada sobre su relato comprueba que ese no era el cuento que deseaba escribir. “A pesar de sí mismo, ese relato no es, ni mucho menos, un texto naturalista: a pesar de su decisión y buena voluntad, de su franco deseo de escribir una narración naturalista… ese relato se ha mantenido un poco al margen, ha surgido en él, sorprendentemente, un elemento que no es de la obra de Zola”. Raymundo Lida patentiza la independencia de Darío frente al naturalismo. Al ser arrastrado inconsciente y constantemente por esa tentación verbal, “Darío sin saberlo se estaba descubriendo a sí mismo… la seducción por el lenguaje, la combinación brillante de las palabras, la elaboración inteligente y sorpresiva imágenes, resultaron a la postre el factor primordial de su relato… el tema, el drama que se propuso pintar quedó atenuado, disimulado, opacado, relegado a un segundo plano”

Darío hasta entonces se planteó el problema de la creación. Rubén tenía una concepción de la literatura muy distinta a la de Zola. Vive marcado por su nacimiento y orfandad, (sus padres murieron prematuramente), criado por la tía Bernarda y el coronel Félix Ramírez Madregil, de repente descubre que su madre está viva y que su padre también, estos hechos definen su futuro. Busca como resolver su conflicto existencial, su “individualismo cerrado e intransigente”. Su soledad encuentra refugio en la lectura. Es un niño prodigio. Aprendió a leer a los tres años. La facilidad para versificar le otorga un aura especial. Se distingue de los demás por poseer cualidades excepcionales. Durante sus años juveniles practica la técnica poética, el sentido y el ritmo. Tiene un extraordinario dominio del lenguaje.

La urgencia de Darío por escribir obedece a que descubrió desde niño tener esa habilidad. Su actividad artística tiene profundo contenido estético. Rubén piensa que el valor de un poema o de una narración se deben a su excelencia formal. “La calidad de un poeta o de un escritor se miden por la intensidad que ha perseguido, respetado y realizado su belleza”. Un escritor logra su grandeza mediante la realización de la belleza. Debe consagrar a ella todos esfuerzos y facultades. Para escribir como lo hace Darío, se requiere de una vasta y auténtica cultura y sensibilidad. Para Rubén la belleza no reside ni en los sujetos ni en las cosas, más bien el artista o el poeta las descubren y luego plasman en poemas o en obras de arte. El poeta es un demiurgo. Es uno de ellos. Con su tesis de grado, Vargas Llosa muestra sus futuros dotes de ensayista.

El punto de quiebre donde Darío cristaliza su vocación de escritor, ocurre a partir de la escritura del poema Anagké. Publicado el 11 de febrero de 1887, en La Época de Valparaíso, canta en silvas la tragedia de las palomas y blasfema, / “cuando Dios creó palomas” / “no debía de haber creado gavilanes” /. Entre mayo de 1887 y febrero de 1892, su fecundidad poética se enlaza con la unidad formal y conceptual de su poesía. Escribe profusamente. No imita. Para Vargas Llosa, como para decenas de estudiosos, Darío nace con Azul… Al escribir la historia de sus libros, empieza por Azul… En la segunda edición suprime el prólogo de De la Barra, por una simple razón: impugnó la esencia de sus versos: la pureza estética. Darío escribirá para deleitar, aunque no rehúye asumir posiciones políticas. Ya es él, muy Siglo XIX y muy Siglo XXI.


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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