20 de marzo 2018
Una mujer fantástica, protagonizada por Daniela Vega, ganó el Óscar a la mejor película de habla no inglesa. Hay que celebrarlo. Sin embargo, este filme premiado palidece ante la película que podría filmarse con la vida real de la propia Daniela Vega.
No mucho tiempo atrás, Daniela Vega era una transexual que estudiaba canto lírico mientras trabajaba en una modesta peluquería santiaguina. Ahora Daniela se contonea sobre las alfombras rojas de un estrellato internacional. Pero este logro no ha sido un golpe de suerte, ha sido una ardiente paciencia. Daniela se trans-formó radicalmente a sí misma. Y con perseverancia y valentía consiguió más que ser admitida, logró ser admirada. Viendo su triunfo dan ganas de recitarle esos versos de Ernesto Cardenal, en su Oración para Marilyn Monroe: “…como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine./ Y su sueño fue realidad…”.
Comparada con la verdadera historia de Daniela Vega, la película Una mujer fantástica se queda corta. La protagonista del filme es Marina, una transexual que vive un amor con Orlando. Este es un hombre mayor que ella, totalmente masculino y completamente enamorado. En las escenas iniciales vemos a Orlando celebrándole su cumpleaños a Marina en un restaurante chino. Los camareros cantan mientras ella apaga las velitas de una torta y él le entrega su regalo: un vale por dos pasajes para unas vacaciones en un lugar paradisiaco.
Pero ese momento romántico se agrieta debido a un pequeño olvido que anuncia una gran tragedia. Orlando le entrega un vale a Marina porque ha olvidado dónde guardó los pasajes. Más tarde esa noche ambos regresan a su departamento, hacen el amor, y se duermen. Unas horas después Orlando sufre un aneurisma y muere.
El resto de la película narra las penurias de Marina para ser reconocida como pareja no legal, pero sí sentimental, de Orlando. Marina lucha contra la familia de él, contra su exmujer y sus hijos, contra el hospital y contra la policía. Todos desconfían de ella o la rechazan por su condición de transexual. Pero sobre todo Marina batalla para que le permitan ejercer un derecho básico: velar a su ser querido, asistir a su funeral, mirarlo una última vez antes de que lo cremen.
Ese argumento –bien filmado– contiene relatos potentes. Marina busca aquellos pasajes para una “luna de miel” que se extraviaron. Estos podrían constituir su única herencia de Orlando. Finalmente ella cree que podría hallar esos pasajes en el casillero de un baño turco que frecuentaba Orlando. Pero ese armario está vacío. Esta imagen sugiere varias metáforas. Una de ellas es muy literal: los sueños de felicidad de Marina se perdieron. Sin embargo, esa escena tiene lecturas más complejas. No hay nada ahí porque ella y Orlando “salieron del closet”. Pero salir de ese espacio estrecho, oscuro y sofocante, sólo podía ser un primer paso que dejó un vacío. Ahora Marina deberá llenar ese vacío que es su futuro como mujer transexual.
Esos méritos de Una mujer fantástica son aminorados por varios defectos. La película se alarga innecesariamente. La valentía y dignidad de su protagonista contrasta demasiado con la crueldad, casi unánime, de los otros personajes. Además, el guión incluye simbolazos como la escena onírica de Marina luchando contra el viento (sólo faltó la marea). O la escena cursi en la que Marina desnuda contempla su rostro en un espejito apoyado sobre su sexo (sólo faltó una etiqueta explicándonos que el sexo no define la identidad). Todos esos defectos podrían condensarse en este título pésimo: Una mujer fantástica (¿de fantasía?).
La Daniela Vega real es mejor que esa Marina de película. Tras ver el filme surfeo por Internet buscando información sobre ella. Encuentro numerosas entrevistas televisadas. Me quedo con la impresión de una mujer inteligente, culta y tranquila. Es franca, no posa. Cuando reivindica los derechos de los transexuales lo hace con serenidad, sin rencor. Y así su reclamo es más poderoso y efectivo.
Algunos dicen que la realidad siempre supera a la ficción. No es cierto. Son nuestras ficciones, nuestros sueños, los que a veces consiguen transformar la realidad.
La trans-formación de Daniela Vega, su triunfante cambio de forma, proponen un cambio de fondo para nuestra sociedad. Su ejemplo fomenta la libertad de los individuos para ser ellos mismos, en cualquier campo, sin dejarse sojuzgar por los prejuicios de minorías o mayorías. Ojalá que esta transformación no sea sólo de película. Que no sea como en la “Oración para Marylin Monroe” de Ernesto Cardenal: “Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados/ que cuando se abren los ojos/ se descubre que fue bajo reflectores/ ¡y apagan los reflectores!”.