23 de julio 2020
Desde el mes de enero no se publicaban encuestas en Nicaragua. Se conocía de algunas, pero se daban a conocer en círculos reducidos. En días recientes se divulgaron tres, de distinto origen: Borge y Asociados; CID GALLUP y Diálogo Interamericano, con resultados relevantes.
De entrada, es importante hacer algunas salvedades: cuando las encuestas políticas son realizadas de manera imparcial y con una metodología adecuada, son instrumentos muy útiles para medir estados de opinión, aproximarnos a las realidades y posibilitar la adopción de decisiones. Por supuesto, esto no ocurre siempre, pues a veces ocurre que las encuestas fallan, aún en países donde esta práctica está arraigada.
Esta prevención es todavía mayor en el caso de Nicaragua, donde el ambiente de represión es un disuasivo para que la gente exprese libremente a los encuestadores sus opiniones políticas.
Otra prevención sobre las encuestas es que reflejan un momento, a manera de retrato; es decir, sus conclusiones no se sostienen a lo largo del tiempo, dado que las opiniones pueden modificarse de manera pronunciada ante cambios en el contexto o como producto de la dinámica social.
Con todo y estas prevenciones, es notorio que las tres empresas encuestadoras citadas muestran grandes semejanzas en sus hallazgos y configuran un cuadro que en buena medida coincide con el sentido común: lo que uno escucha, lee, ve o conversa, en la vida cotidiana. En definitiva, leídas en conjunto, ofrecen bases para diseñar una estrategia de acción política, cimentada en datos.
A nuestro entender, las aproximaciones más notorias son:
- La inmensa mayoría, esto es, más del 70% de los nicaragüenses, rechaza al régimen encabezado por Ortega. Una de las encuestas lo acerca al 80%. Esos porcentajes se confirman claramente en las respuestas a distintos set de preguntas. Es un dato relevante que este altísimo porcentaje expresó esa posición de rechazo, a pesar del ambiente represivo.
En contrapartida, las encuestas muestran un desplome en el nivel de apoyo al régimen. Si consideramos las tres encuestas, el nivel de hundimiento llega al 15%, en una, 17% en otra y 23%, en otra.
Conclusión: Ortega se encuentra en uno de sus peores momentos en materia de respaldo.
- Si bien la inmensa mayoría se opone a Ortega, esa oposición no se traslada en apoyo a las fuerzas opositoras existentes. El 70% declaró no tener preferencias políticas por ninguna organización. Sin embargo, frente a preguntas de carácter propiamente electoral, un porcentaje apreciable mostró que en unas hipotéticas elecciones votaría por la Coalición Nacional. Sin embargo, en este caso, el hallazgo más notorio es que los partidos políticos son más bien un lastre para la Alianza Cívica y la Unidad Azul y Blanco. El porcentaje de respaldo cae casi 20 puntos porcentuales cuando se asocia a la Coalición Nacional con los partidos políticos.
- Los datos revelan que la población todavía no reconoce un liderazgo personal definido en la oposición. En la encuesta del Diálogo Interamericano, por ejemplo, cuando se preguntaron nombres, ninguno de los liderazgos opositores más conocidos sobrepasó el 3%. Algo parecido en la encuesta de la CID GALLUP. Esto es, ningún nombre aparece en la cabeza de la gente de manera digna de notar. Solamente cuando se colocó una lista de nombres, frente a un eventual escenario electoral, se mostraron las preferencias.
- La pandemia pasó a situarse como la principal preocupación de los nicaragüenses. El desempleo y los problemas económicos siguen como problemas apremiantes, pero ahora en segundo y tercer lugar. Con todo, vale mencionar que los consultados incluyen entre los impactos de la pandemia, además de los propiamente de salud, los efectos económicos y sociales.
- Aproximadamente un setenta por ciento de los consultados atribuye gran importancia a las elecciones libres porque podrían cambiar el rumbo del país, o muestra predisposición a votar; sin embargo, hay un porcentaje apreciable que tiene desconfianza en que produzcan elecciones libres. Hasta un 50% manifiesta temor a un fraude.
- Las principales causas del desplome de Ortega son el manejo de la pandemia y la crisis económica y social, que comprende además la cancelación o disminución de los programas clientelares del régimen. De hecho, entre el 70 y el 80% de la población, según se lea una u otra encuesta, expresa que el país va por mal camino y más del 60% que su condición ha empeorado en el último año. Y casi el 70% que Ortega no está en capacidad de resolver los problemas del país.
¿Qué conclusiones y líneas de acción podemos extraer de la información anterior? Varias. Por razones de espacio nos limitaremos a tres.
La primera pregunta a responder es ¿Por qué ese alto porcentaje de rechazo al régimen no se traslada en apoyo a las organizaciones opositoras?
En nuestra opinión los datos conducen a dos posibles explicaciones complementarias:
Primero. Las organizaciones opositoras concentraron su agenda, su discurso, sus mensajes y sus debates en temas ajenos a las realidades y problemas de la gente. Y de aquí se desprende un primer curso de acción: es imperativo que la agenda, la comunicación y la acción política se acerquen a los problemas, aspiraciones y angustias de la población.
Segundo. Las organizaciones emergentes de la rebelión de abril, en particular las dos más relevantes, esto es, la Unidad Azul y Blanco, y la Alianza Cívica, al colocarse al mismo nivel que las organizaciones políticas tradicionales, que la gente rechazó, contaminaron su agenda y están dilapidando la legitimidad que lograron alcanzar. En un error político colosal, se colocaron al mismo nivel de los rechazados. La Coalición Nacional, con los partidos tradicionales adentro, incluyendo aliados públicos de Ortega, nació con plomo en el ala. Con ese lastre difícilmente podrán alzar vuelo. Cerrar la brecha entre población opositora que rechaza al régimen y el respaldo a las organizaciones opositoras, impone como desafío crucial ganar la confianza de la gente. Es preferible tomar decisiones duras hoy. Postergarlas para mañana puede resultar mortal. Literalmente.
Una última conclusión refiere al arraigado el mito de que en Nicaragua no hay procesión sin santo; en consecuencia, se reclama UN líder político que aglutine. Sin embargo, después de más de dos años la gente no termina de reconocer a ninguno. En cualquier caso, el caudillo es un mito que deberíamos desterrar como mito y como aspiración. La historia nos dice que los episodios más estrujantes de nuestra historia reciente se libraron sin caudillos: La derrota de Somoza fue sin caudillo. Los liderazgos en esa lucha, ni rostro conocido tenían. La guerra desplegada por la Resistencia, en la década de los ochenta, fue sin caudillo. La victoria electoral en los 90, fue encabezada por Violeta Barrios, una persona que encarnaba exactamente la negación del caudillismo.
Y los dos caudillos sobrevivientes, uno llevó a su partido a la nada y el otro tiene al país en el despeñadero. La línea de acción que se desprendería es apostar por liderazgos colectivos. Que los liderazgos aparezcan cada vez más juntos, con discursos armónicos y prácticas políticas coherentes.