Guillermo Rothschuh Villanueva
21 de agosto 2016
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Monsiváis está a leguas luz de quienes se refocilan banalizando la violencia
Carlos Monsiváis Aceves fue un escritor y periodista mexicano, cronista de la Ciudad de México.
Con entusiasmo sorprendente y prosa cortante, Carlos Monsiváis nos invita a recorrer Los mil y un velorios- Crónica de la nota roja en México (Debate, 2010), con el ánimo que conozcamos los entresijos de la delincuencia y sus más atroces tropelías, en un país donde crímenes y asesinatos siguen destruyendo su tejido social, económico, político y cultural. Con estilo punzante —la única forma de ofrecernos un relato fiel— se asoma a los infiernos. En la medida que penetra en sus rincones, la narración resulta aterradora. La hidra queda al desnudo. Decapita sus múltiples cabezas. Antes tiene que despojarla de los distintos disfraces con que trata de ocultar sus fechorías. ¿Debemos dispensarle su méxicocentrismo? ¡Claro que sí! Al inicio centra sus crónicas en los crímenes que han sacudido Ciudad México, se desplaza a sus anchas, sobre un mural conmovedor, para salirse y dibujar las diversas ramificaciones del crimen organizado, sin dejar de cuestionar los crímenes de odio: la homofobia y feminicidios. ¿México machista? ¡Ay no, pues!
Decide transitar por el más áspero de los caminos, opta por la reconstrucción histórica. Parte del Siglo XVIII, con el propósito de destacar los primeros cultores de la nota roja, los autores de corridos y grabadores. Coloca en el centro a José Guadalupe Posada, convierte los crímenes más notorios (1868-1913), en expresiones artísticas. Para que el mural sea completo, Monsiváis sale en búsqueda de autores de renombre fuera de las fronteras mexicanas, a quienes consideran los asesinatos, como expresión de las bellas artes, (Thomas de Quincey y Jonathan Swift). Después recorre el Siglo XX desde sus albores hasta el último decenio. Intercala el mural con escenas de siglos anteriores. Oficiante respetuoso, trata que nada escape o quede fuera del lienzo que pone ante nuestros ojos. Convoca y coloca a nuestra disposición una amplia y rigurosa bibliografía. Extrae de las páginas de diarios y periódicos, revistas y gacetas, relatos y crónicas, datos y cifras, elogia los trazos de sus narrativas. El cronista sabe de gustos.
Desde el principio deja sentado —no puede hacer concesiones— que la criminalidad en México ha gozado de la protección de las autoridades judiciales y del concurso de las autoridades policiales y militares. No hay manera de eludirlos. Sus involucramientos son tan evidentes que omitirlos para él hubiera sido incurrir en complicidad. La persistencia delictiva de las autoridades es tan grande y delicada, que Monsiváis detalla los pormenores que la prensa y buena parte de los escritores mexicanos —con perplejidad y asombro— denuncian por su participación gansteril. Una actuación condenable. Delinquen a los que se confió impartir justicia y nombrar a las autoridades policiales y militares. El denominador común de Los mil y un velorios, está determinado por la connivencia entre impartidores de justicia, carceleros, militares y policías. Sus arreglos han precipitado a la sociedad mexicana hacia lo que pareciera un callejón sin salida. ¿Cómo eludir el desastre? ¿A qué reservas morales recurrir? ¿Ya no queda nada por hacer?
Suelda el mural con sus críticas y enrostra a la sociedad mexicana los crímenes cometidos contra homosexuales y mujeres. La mayor responsabilidad recae sobre la prensa mexicana. Sus titulares revictimizan a quienes sufren los desmanes. La homofobia para Monsiváis, no es más que “la movilización activa del prejuicio, la beligerancia que cancela derechos y procede a partir de la negación radical de la humanidad de los disidentes sexuales”. Los crímenes de odio los sustenta en cuatro premisas: a) los hechores no conocían a sus víctimas; b) los asesinatos les provocan placer homicida; c) el odio explica la cuantía y la profundidad de la saña; d) los delincuentes carecen de remordimientos. Algo similar aparece en la Ley 779. ¿Cuánta responsabilidad asiste en nuestro entorno a los noticieros televisivos, al fomentar el sensacionalismo mediático? Al naturalizar la violencia la reproducen como algo intrascendente. Son los abanderados de la violencia. ¿Debió castrarse la Ley 779? Yo no lo creo
Recrea la leyenda de Jesús Malverde, santo patrono de los narcos, su biografía sigue siendo incompleta, algunos creen que Malverde fue albañil, otros ferrocarrilero. El culto sincrético continúa creciendo. Millares de personas visitan su sepulcro. Sus milagros alcanzan por igual a pescadores, campesinos, orfebres, etc. Dato impactante. Badiraguato —puesto en el centro del mapa de la delincuencia internacional por el Chapo Guzmán— está revestida por una historia singular. Mucho antes que el jefe del Cartel de Sinaloa cobrara fama y fortuna, Monsiváis cuenta que desde los años veinte del siglo pasado, se inició en esas tierras el procesamiento de Papaver somniferum (planta de amapola). Más cercano en el tiempo, durante la Segunda Guerra Mundial, bajo requerimiento del gobierno estadounidense, técnicos chinos, bajo las órdenes del ejército de Estados Unidos, cultivaron intensa y extensamente la amapola en Sinaloa, Durango y Sonora. Eran sus proveedores. Turquía había dejado de hacerlo.
La expansión del narcotráfico la atribuye algunas veces a la pérdida de valores, en otras, la visualiza como un capítulo del capitalismo salvaje. La narcoatividad tiene una deuda enorme con el cine mexicano y estadounidense. Para corroborarlo basta atenernos a la programación del Canal 73 (Estesa), cargada de películas sobre la vida y andanzas de los narcos. El cronista mexicano suma las series televisivas colombianas. Mejor logradas, menos acartonadas y con dosis suficiente de humor. Su acogida en las televisoras locales —Canales 2 y 9— muestra el sitial alcanzado entre los televidentes nicaragüenses. Capítulo especial: las prácticas narcosatánicas. Los ritos de iniciación expresan el culto por la santería, (ofrendas, fetiches, vasijas con restos humanos, ajos, cabezas de cabra, patas de gallo, corazones de cerdos, etc.). Sustenta la alusión. Está convencido que “México es el orbe del esoterismo y del narco, del horizonte televisivo como la medida del poder social”. Sus deidades son Ochosi y Eleguá.
El deseo del Chapo de narrar su vida frente a las cámaras no es original, ni es el primer narco en querer patentizar sus satrapías a través del celuloide. Antes que el jefe del Cartel de Sinaloa, ya Juan García Abrego había deseado lo mismo: “Si la hacen en Hollywood me gustaría que mi papel se lo dieran a Harvey Keitel… No, mejor Brad Pitt. Mi novia dice que de muy lejos me parezco un poco”. Sarcasmo aparte, el capo tenía conciencia de las demandas cinematográficas y su obsesión por los mafiosos. En lo que disiento de Monsiváis es pensar que los capos mexicanos son rostros desconocidos y carecen de anécdotas memorables. No cree que posean la fama de Pablo Escobar Gaviria. Las series televisivas y los registros cinematográficos dan cuenta de sus hazañas. Hollywood se sintió atraído por el jefe del Cartel de Medellín. Un rostro familiar en las redes sociales, los memes narran su maldad y eternizan su figura. Sigue convocando al cine y a la televisión. Hollywood se siente atraído por el crimen y la violencia.
A los capos se adelanta Alfredo Ríos Galeana, su soberbio curriculum espolea la imaginación de José Manuel Cravioto. La película, Mexican gangster, (FilminLatino, 2016), registra su camino tortuoso. Se alista en el ejército, deserta y se integra al Batallón de Radio Patrullas del Estado de México, sobresale como instructor de educación física, maneja las armas con ambas manos. Insatisfecho por su bajo salario, se convierte en el asalta bancos más famoso de México. Empieza a forjar su leyenda. Monsiváis dedica un capítulo siguiendo la estela de sangre de Ríos Galeana. Dos veces escapó de las cárceles, en ambas ocasiones se dijo que había contado con la venia de las autoridades policiales. Antes que Cravioto fijase en el cine sus acciones criminales, Monsiváis decanta su personalidad: “A él le interesa destacar el sentido del honor y del mérito criminales que ha extraído del cine policíaco”. Nada atrae más al cine que la pasión y vida de los malhechores. Ríos Galeana estaba consciente que el cine registraría sus fechorías.
La prensa internacional registró la puesta en libertad de Rafael Caro Quintero. Preso durante 28 años por el asesinato de Enrique Camarena, ¿será cierto o son puras especulaciones que los ataques a la casa de la madre del Chapo, fueron alentados por Caro Quintero? Él lo desmintió en una larga declaración a la revista Proceso. Monsiváis destaca las tribulaciones y efectos adversos que enfrentó por el asesinato del agente de la DEA. El costo se tradujo en intervenciones punitivas contra México por los gobiernos de Reagan y Bush padre: filtraciones en los medios mexicanos, presiones económicas, políticas y señalamientos contra funcionarios del gobierno de Miguel De la Madrid, vinculándolos con el narcotráfico. Caro Quintero y Don Neto (Ernesto Fonseca), —ahora en casa purgando la pena— fueron detenidos, eso no bastó, inconformes, las autoridades de Estados Unidos logran en 1985 incorporar “la nota roja… la política o a la inversa”. Caro Quintero, como el Chapo, cursó segundo de primaria y escaló las cimas. Hoy han vuelto a ser noticia.
Monsiváis no establece distinciones entre delincuencia común y narcotráfico, puesto que el narcotráfico masifica la nota roja. La industria del espectáculo ha sido el enorme escaparate para divulgar la narcocultura. La otra gran fuente difusora son los narcocorridos. Monsiváis ejecuta la obra perfecta, forma y contenido quedan atrapados en Los mil y un velorios… Como corolario, las hazañas de los narcos revitalizan los narcocorridos. “El norte mexicano patrocina las canciones que transmiten proezas (lo que su público considera proezas, aclara)”. Persuadido cree en la existencia de “un gobierno paralelo… cuyo vigor ya no se discute en el año 2000, toma a diario decisiones de gran repercusión”. Evoca nombres de capos de personalidad, hombres famosos: los Arellano Félix, Amado Carrillo, Ismael Zambada García, Juan José Esparragoza, Héctor Palma y Joaquín Guzmán. ¡Monsiváis devela al narcotráfico como uno de los mayores desafíos contemporáneos!
Crítico entusiasta de la nota roja, reconoce sus virtudes y el morbo que provoca. Los medios la acogen y propulsan sin medir consecuencias. Monsiváis está a leguas luz de quienes se refocilan banalizando la violencia. Es tan grave el asunto que plantea cómo las autoridades hacen causa común con los delincuentes. Son impunes en sus lances homofóbicos. Con esa ironía que destila en sus mejores textos, se goza al afirmar: “La policía informa: Los tipos que se llevaron el dinero eran unos asaltantes”. La violencia impune, tema recurrente en los ensayos de su coterráneo Carlos Fuentes, queda al desnudo en sus arremetidas contra los servidores públicos. En vez de actuar con severidad son cooptados o comprados por delincuentes comunes y narcotraficantes. Su discurso adquiere mayor intensidad al preguntarse, ¿Cuándo dejó de ser el narcotráfico una instancia remota y temible para convertirse en gran espectáculo policíaco y social? Los mil y un velorios Crónica de la nota roja en México, es un alegato en busca de justicia.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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