9 de diciembre 2024
Al comenzar el siglo XXI el panorama no podía ser más alentador para el proceso de desarrollo desigual y combinado que daba curso a una democratización que, teniendo como punto de partida el declive de las dictaduras militares sudamericanas y la caída de las dictaduras comunistas de Europa del Este y Central, parecía ser global.
La tesis de Claude Lefort afirmando que con las dos revoluciones madres de la modernidad, la norteamericana y la francesa, había comenzado una “revolución democrática mundial”, parecía estar convirtiéndose en realidad. Hoy, en cambio, el panorama es más bien desalentador: la revolución democrática global ha cedido espacios a una revolución antidemocrática no menos global.
Democracias descendentes
Basta mencionar recientes acontecimientos para darse cuenta de la profundidad y rapidez que ha alcanzado el proceso desdemocratizador. En EE. UU. ha ascendido al Gobierno Donald Trump con muchos más votos y poder institucional que durante su primer mandato. En Europa están a punto de caer los Gobiernos de Alemania y Francia. En los dos países –precisamente los que conforman el eje de la unidad europea- avanzan los extremos de ultraderecha y de izquierda a pasos agigantados, a la vez que en los dos países hay grandes dificultades para formar coaliciones de centro.
En el marco asiático, justamente en los momentos más sensibles por los que atraviesa la nación surcoreana, el minoritario presidente Yoon Suk Yeol no tuvo mejor idea que imponer la “ley marcial”; en otras palabras: un autogolpe que disolvería al parlamento y elevaría al poder a los militares, hecho que ha desatado enormes manifestaciones de la oposición. Los planes del desdichado presidente han sido frustrados. La tarea de los surcoreanos será reconstituir la institucionalidad democrática en un corto plazo. Precisamente, esa democracia, hoy fortalecida, es la mejor arma que posee Corea del Sur para debilitar políticamente a la militarizada Corea del Norte.
Autocracias S.A.
No hay que ser un genio para advertir que asistimos a un proceso de descenso global de las democracias: un descenso más cualitativo que cuantitativo. Me explico: el número de naciones gobernadas por dictaduras no ha aumentado considerablemente, pero sí hay dos puntos nuevos: primero, hay naciones que aún no siendo gobernadas por dictaduras, han visto degradadas sus formas liberales para dejarse llevar por caudillos de antidemocrático talante elegidos de modo democrático.
A esas naciones pertenecen los propios Estados Unidos, pero antes de que Trump conquistara el Gobierno, ya existían gobiernos autoritarios en países como India, Singapur, Filipinas, Hungría, Turquía, Serbia e incluso en Israel (no existe el término “netanyauismo” solo porque es muy complicado escribirlo). A estas podemos denominarlas democracias deformadas o degradadas o híbridas o personalistas o simplemente autoritarias; elija usted.
Hay también democracias cuyo rumbo fue torcido por maleantes que aprovechando crisis temporales se hicieron del poder, secuestrando todas las instituciones nacionales, en contra de la voluntad de la inmensa mayoría ciudadana. El espectáculo más horrendo lo ostentan hoy Venezuela junto a Nicaragua, clientes políticos del trío dictatorial hegemónico global formado por Rusia, China, Irán. Podemos denominarlas, sin exagerar, como exdemocracias violadas. Esas naciones han pasado a convivir con otras que nunca, o de modo muy fugaz, han conocido a la democracia, entre ellas Corea del Norte, Angola, Myanmar, Cuba, Zimbabue, Siria, Mali, Bielorrusia, Sudán, Azerbaiyán.
Por cierto, hay dictaduras o autocracias que no se identifican con el trío formado por China, Rusia e Irán, entre ellas algunas muy importantes desde el punto de vista económico como Arabia Saudí y los países del Golfo, Egipto, Jordania, solo por nombrar unas pocas. Lo decisivo, es que la mayoría de los regímenes dictatoriales del mundo se encuentran girando alrededor del eje económico (China); del eje nacionalista (Rusia), y del eje teocrático (Irán).
La alianza chino-rusa
Hay un segundo punto –a la vez es el más novedoso– en el avance de las dictaduras del siglo XXI y este es que todas, siendo muy diferentes los espacios políticos culturales desde donde emergen, están muy vinculadas entre sí. Una verdadera “sociedad anónima” de dictaduras, según los términos de Anne Applebaum, explicados en su más reciente libro, cuyo título es precisamente “Autocracias S. A”. Nos dice la destacada historiadora: “Hoy las autocracias no están gobernadas por un único hombre malo, sino por sofisticadas redes que cuentan con estructuras financieras, cleptocráticas, un entramado de servicios de seguridad: militares, paramilitares, policiales y expertos tecnológicos que proporcionan vigilancia, propaganda y desinformación”.
La empresa global “Autocracias S. A”, a diferencia de otras asociaciones continentales y mundiales de la modernidad, pasando por “La Santa Alianza”, el “mundo comunista”, el “tercermundismo” pacífico de Nehru y violento de Mao, es una comunidad de intereses no ideológicos sino pragmáticos y puntuales cuyo único objetivo es la oposición al Occidente económico, político, y cultural. El guía económico de esta asociación es la China de Xi Yinping y el guía político militar es, por el momento, la Rusia de Putin. La misión de Irán es agregar los supuestos intereses regionales del “mundo islámico” en sus más diversas ramificaciones.
El pacto sellado entre Putin y Xi en la por ellos mismos definida como alianza estratégica entre Rusia y China, implica una división del trabajo. Mientras Xi se ocupa de la expansión económica del bloque, Putin se ocupa de la expansión territorial. Por eso, para una mente dominada por el paradigma del nacionalismo económico como es la de Donald Trump, el enemigo principal no es Rusia sino China, nación a la que ya ha declarado la guerra económica.
Circos y payasos
No se trata, como opina desde su punto de vista europeísta el columnista Guy Sorman (ABC), de que Trump se haya equivocado de guerra, sino que, para Trump, la verdadera, y tal vez la única guerra, es la económica. Puede que después de todo no esté demasiado equivocado. Todas las dictaduras que hoy apoyan a Putin en su genocidio a Ucrania son clientes económicos de China. Para Xi, Putin, así como el norcoreano Kim Jong Un, no pasan de ser perros de presa.
“Es mejor enfrentar al dueño del circo y no a los payasos”, puede que así piense Trump. Pero Putin no quiere ser el payaso del circo, sino por lo menos, el socio imperial de Xi. Su propósito, y nunca lo ha ocultado, es reconstituir a la Rusia imperial, en sus dos versiones sumadas: la zarista y la estalinista.
¿Hasta cuándo durará la alianza estratégica entre Rusia y China? Hasta el día en que China no considere útil a Rusia. ¿Cuándo sucederá eso? Nadie puede fecharlo, pero sucederá. China necesita expandirse económicamente hacia Occidente para seguir siendo lo que es, y las guerras no siempre son productivas. En ese sentido, el pensamiento de Xi es parecido al de Trump. Cuando llegue el momento de repartirse el mundo, a Rusia le tocará muy poco, a EE. UU. y China, mucho más. Probablemente a Irán no le tocará nada.
El tigre de papel
Precisamente, en estos momentos en los que los caballos de Troya de Rusia, los movimientos y partidos europeos antieuropeos, avanzan electoralmente en diversos países haciendo sonreír a Putin por un ojo, la casi segura pérdida de su colonia islámica, Siria, sumada a las derrotas que está experimentando Irán en diversos flancos, lo hacen llorar por el otro ojo.
Dejando de mirar por un momento las bárbaras escenas de la guerra entre Israel y los tentáculos del pulpo Irán, lo cierto es que Irán la está perdiendo y con ello, está privando a Putin de su ala islámica. Para colmo les ha aparecido a tres dictaduras -la rusa, la iraní y la siria- un cisne negro. Nos referimos al movimiento islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), el que, apoyado logísticamente desde Turquía (miembro de la OTAN), desbancó al mejor aliado de Rusia, el dictador Al Assad.
Irán enfrenta en estos momentos a un poderoso movimiento democrático interno que abarca desde reivindicaciones salariales hasta demandas de género, y a dos guerras ya perdidas, una en contra de Israel, otra en contra de los ejércitos del HTS. A los ojos de algunos gobiernos islámicos, Irán no es más que -para emplear la expresión de Mao– un “tigre de papel”. Ahora bien, impotente frente a la pérdida de dos aliados estratégicos, los iraníes y los sirios, la Rusia de Putin podría comenzar a ser vista en la región islámica como un “gigante con pies de barro”. Si los consejeros de Trump no son idiotas, le aconsejarían al presidente redoblar sus lazos diplomáticos con el espacio islámico suní no comprometido en la guerra en contra de Israel, entre otras cosas porque esos lazos, desde un punto de vista económico, son muy productivos. Seguramente Trump lo hará.
El sueño de Putin
Es cierto que el muro político europeo, debido a sus vacilaciones en la guerra en Ucrania y a su infinita confianza en la alianza transatlántica, parece por momentos, sobre todo después del advenimiento de Trump, estar al borde de un colapso histórico, hecho que económicamente no conviene ni a EE. UU. ni a China. Un político inteligente aconsejaría a Trump de que, en este otro caso, no se trata de liquidar a la economía europea sino de ganarla antes de que termine de ganarla China. Algo que, de acuerdo con los indicadores actuales, y mirando los déficits presupuestarios de Alemania y Francia, está por suceder.
La guerra de Rusia en Europa -esa guerra solo comienza en Ucrania- está muy lejos de ser ganada por la alianza democrática pero también por la Rusia de Putin. Para ganar una guerra –y eso no lo supo Hitler ni lo sabe Putin, pero sí lo sabía Clausewitz- debe ser ganada por lo menos en tres espacios. El militar, el político y el político - cultural. Pues bien, la superioridad militar de Rusia ha probado no ser muy impresionante durante tres años de guerra ininterrumpida.
Para ejercer dominio no solamente se requieren drones sino también cierto poder de atracción. Por el momento, Putin cuenta con el apoyo de los movimientos fascistoides de Europa, pero muchos de sus miembros están lejos de desear vivir en un país como Rusia. Así lo han demostrado los países europeos colindantes con Rusia. Mientras más cerca se encuentran geográficamente estos países de Rusia, más lejos se encuentran políticamente. En los países del Báltico, en Polonia, y en la zona escandinava, hasta el más ultraderechista se define como enemigo nacional de Rusia.
Stalin, gracias a sus aparatos ideológicos y a la apropiación de una ideología europea llamada marxismo, ejerció mucho poder sobre Europa, sobre todo sobre la clase intelectual. Putin está muy lejos de eso. Cuenta con aparatos de inteligencia artificial, pero sus enemigos también. Aún sin el apoyo de Trump, Europa seguirá siendo europea, con todos los males y bienes que eso implica. Por el contrario, las naciones europeas en cuyas elecciones se han inmiscuido los brazos sucios de Putin -hablo de Bulgaria, Rumania, y más recientemente, Georgia- se alzan frente a la posibilidad de ser integradas en un imperio como el que sueña Putin.
El dilema georgiano
Georgia parece estar recorriendo el mismo sendero que llevó a Ucrania a defenderse de la invasión armada de Rusia. Tal como ocurrió en Ucrania en 2013 y 2014 durante el gobierno del hombre de Putin, Víctor Yanukovich, el partido gobernante de Georgia, “Sueño Georgiano”, ha suspendido el proceso que llevaría a Georgia a la Unión Europea. El multimillonario Bidzina Ivanishvili, otro hombre de Putin y fundador de “Sueño Georgiano”, ordenó al Gobierno suspender los trámites de europeización. Pero se ha encontrado con una dura resistencia, tanto al interior del partido de gobierno como en la sociedad civil. Miles y miles de ciudadanos han copado las calles centrales de Tiflis. Los funcionarios de los ministerios de Defensa, Asuntos Exteriores, Educación y Justicia, y otros organismos, han emitido declaraciones conjuntas para distanciarse del anuncio del primer ministro.
El primer ministro georgiano, Irakli Kobakhidze, se encuentra en un dilema: O anula las solicitudes de Georgia para ingresar a la UE y aplasta sangrientamente a las multitudes, siguiendo el ejemplo de Lukaschenko en la Bielorrusia de 2020, o asume el ejemplo ucraniano y pasa a la resistencia en contra del futuro invasor. ¿Puede Putin permitirse dos Ucranias a la vez? Militarmente sí; pero económica y políticamente no. A la inversa, los países democráticos de Europa se la pueden permitir políticamente, pero no económica ni militarmente.
El problema es todavía más agudo si tenemos en cuenta que el gobierno georgiano actual triunfó electoralmente gracias a la intervención tecnológica de Putin en los mecanismos de contabilidad de los votos, como ha dado a conocer con pruebas en mano la Unión Europea. Las elecciones, debido a la presión política que proviene desde distintas esquinas, serán probablemente repetidas, como sucederá en Rumania. Si es así, el tema ya no será el candidato sino la entrada o exclusión de Georgia en la UE: un verdadero plebiscito nacional. Naturalmente, Putin hará todo lo posible por impedirlo.
La triste paradoja de los sucesos recientes en Georgia demuestra justamente que la adhesión a Europa es mucho más fuerte en los países amenazados por Putin con respecto a otros países que desde hace mucho tiempo son partes de la Comunidad Europea. Demuestra además lo que Putin repite sin cansarse, que la guerra no es contra Ucrania sino contra Occidente, es decir mundial.
Siempre será mejor nombrar a las cosas por su nombre.
*Este artículo se publicó originalmente en POLIS: Política y Cultura