17 de noviembre 2021
Esta nota es, desafortunadamente, pesimista. Lo de Glasgow fue apenas un pequeño balde de agua para apagar un incendio. Fue totalmente insuficiente. La destrucción ambiental del planeta va en jet, a la velocidad del sonido, y los acuerdos diplomáticos van lentamente, en mula pasitrotera. A pesar de que los políticos y las diplomacias internacionales digan que fue un paso adelante, con esa “fraseología” bastante vaga de los políticos que tanto enojaba a Albert Cohen, el gran escritor suizo-francés, de origen griego, quien brillantemente denunció en sus espléndidas novelas las frases huecas de las burocracias, allá por la mitad del siglo XX.
No me refiero al trabajo de los miles de luchadores y defensores ambientalistas que allí participaron, quienes han realizado casi una cumbre paralela que se ofició en las calles de Glasgow, la mayoría jóvenes que reclaman a la generación previa la herencia de un planeta en destrucción. Me refiero a los compromisos políticos de los grandes países, generalmente cooptados por consorcios económicos e industriales que no están dispuestos a parar el carro de un modelo de desarrollo que nos lleva a la destrucción. Y quienes siempre posponen para después las decisiones que hay que tomar ahora. La codicia le gana, una vez más, la batalla a la racionalidad.
¿Cuál es el balance realista? Pongámoslo en blanco y negro:
1.- En primer lugar, las decisiones en relación al carbón y los combustibles fósiles fueron, una vez más, un listado de buenas intenciones. Hay una ruta crítica para bajar emisiones en 2030 y 2040, la cual será revisada en la próxima COP, en el 2022. Pero las decisiones concretas para lograr eso fueron rechazadas o pospuestas. La influencia de la industria petrolera todavía está allí, doblando brazos, en todos los países de Occidente y también en Asia. Un ejemplo: Se anunció con bombos y platillos que habría un avance de la industria automotriz para eliminar totalmente los combustibles fósiles para el año 2035. El Reino Unido, Canadá, India y Polonia, además de otros 19 países, firmaron el compromiso.
Sin embargo, en el momento final las principales marcas automovilísticas se negaron. Toyota y Volkswagen —los principales fabricantes del mundo en cantidad de ventas—, así como BMW, Nissan, Stellantis y otras firmas se negaron a firmar la declaración.
Alemania, hogar de la mayor industria automotriz de Europa, tampoco estaba listo para respaldarlo. Tampoco lo firmaron Japón ni China. Apoyaron el compromiso General Motors, Ford, Mercedes Benz, Volvo y Jaguar Land Rover, pero ellas representan apenas una cuarta parte de la producción mundial.
2.- Estas posposiciones son sumamente graves por una razón: si seguimos quemando combustibles fósiles en la próxima década y media no lograremos llegar al objetivo científico vital que nos hemos fijado, el cual es no sobrepasar el 1,5 grados Celsius del calentamiento del planeta en relación a la temperatura de la era pre-industrial. En este momento ya el planeta es 1,1 grado más caliente.
Si sobrepasamos el 1,5 grado Celsius los resultados serán devastadores. Si llegamos a 1,8 o 2 grados de calentamiento por encima de la era pre-industrial los trastornos ambientales serán catastróficos. Se acelerará el deshielo polar; la subida de los mares anegará e inundará una gran cantidad de zonas y ciudades costeras del planeta; el deshielo del permafrost polar será el inicio de amenazas virales y bacterianas, ante las cuales la Covid 19 fue apenas una amenaza pequeña, un juego de niños. Las crisis de los eco-sistemas nos llevarán a un planeta de grandes sequías, incendios, e inundaciones salvajes, por otro lado. De hambrunas. De muerte sistemática de flora y fauna. Y también la muerte de muchos seres humanos en condición de vulnerabilidad.
Esa es la cifra clave: 1,5 grados Celsius. El problema es que, al sobrepasar esa cifra, el nivel de calor mundial supondrá un viaje sin retorno. El efecto sistémico del caos ambiental nos calentará aún más y entraremos a un infierno, literalmente. La peor de las distopías se volverá realidad.
2.- En tercer lugar, hay un problema geopolítico. Rusia y China (este último país, el primer “polucionador” del planeta) no participaron activamente ni se comprometieron decididamente. En forma indirecta, interactuaron con Glasgow pero, en la práctica, no asumieron ninguno de los compromisos multilaterales, en particular con la emisión de gases de efecto invernadero, los cuales están destrozando la capa de ozono y calentando el planeta, con todas sus consecuencias. China es muy poderoso y sin ese país las cosas no funcionarán. Expresamente, el primer ministro Xin Ji Ping habló en los últimos meses de la agenda ambiental china, como si el gigante asiático estuviese en un planeta distinto y propio. Fijó como meta el año 2060 para el “cero carbono”. El problema es que el 2060 está muy lejos, y el planeta se nos está destruyendo ahora mismo. No aguanta, siquiera, al 2030 o 2040.
Occidente tiene que replantearse totalmente su diplomacia con Asia (con China muy especialmente) y con mucho del mundo económico emergente. Deberá sentarlos en la mesa. Sin China y sin Asia no hay planeta posible. En fin, la sensación general es de frustración. De alguna manera, la narrativa ha fallado y los expertos ambientales y todos nosotros, los ciudadanos, no hemos podido explicarle claramente a los empresarios y a los políticos, y a los poderes fácticos que dominan el mundo (the powers that be, como se dice en el mundo anglosajón) que no tiene mayor sentido ni para ellos mismos la codicia, el producir muchos bienes y dinero, si no va a existir planeta alguno donde puedan disfrutarlos.
La fotografía de una niña en las calles, fuera del recinto de reuniones, con caperuza celeste y con un rótulo que clama las siguientes palabras “COP-26 If not you, ¿who?, If not now, when?” lo dice todo. Mientras en Glasgow la gente de la calle le dijo a los Gobiernos y a las grandes corporaciones económicas que no había tiempo, los grandes poderes económicos del mundo no se dieron cuenta, todavía muy preocupados por sus computadoras y por sus cuentas bancarias.
*Publicado en The Wall Street Journal International