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¿Con la paz no se juega?

Un régimen opresivo produce consignas amenazantes con la misma naturalidad con que una fiera gruñe

Fernando Bárcenas

9 de diciembre 2019

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En esta época oscura de nuestra historia, la más oscura en 200 años de vida independiente, lo que hay es paz orteguista, derechos orteguistas, policías orteguistas. Hay, en suma, una forma sesgada de sociedad, primitiva, estrecha, sin derechos humanos para la inmensa mayoría de los habitantes, que con el orteguismo han perdido, políticamente, la condición de ciudadanos.

Y no sólo la condición política de ciudadanos, sino, que han perdido la propia formación ciudadana en cuarenta años de un proceso de degradación cultural terrible, que hace al orteguismo perdurable, con un efecto cultural deprimente por al menos dos generaciones (50 años) posteriores a la caída de Ortega, incluso con un plan estratégico de reversión del desastre intelectual.

La ignorancia como forma primitiva de dominación

La ignorancia, la carencia de método de razonar y, por consiguiente, de debatir, de analizar, y de tomar decisiones sobre aspectos técnicos y sociales se ha difundido hasta los estratos profesionales y, lo más grave, la ignorancia asciende hasta los sectores llamados académicos (en teoría, formadores de pensamiento crítico). Incluso, se ha difundido la falta de cultura en los sectores culturales, especialmente entre los escritores literarios. Por ley natural de la termodinámica, la ignorancia, como forma degradada de energía útil, tiene un efecto mágico de derrame sobre la entera sociedad, como una copa de champán que rebosa de obscurantismo en los sectores que dirigen la sociedad. Es la herencia más nefasta del sandinismo, haber inoculado desde el poder el germen de la improvisación petulante del burócrata incompetente. Cualquier comandante era ministro, sus caprichos eran fuente de derecho, o se creía presidenciable. Se asemejaron a los dioses fatalistas y demandaron sacrificios humanos para sostener su poder.


El rol unificador de la opresión orteguista

Ortega superó al resto de comandantes sandinistas como jefe único del partido al momento que el sandinismo pierde el aparato estatal, luego del fracaso electoral de 1990, porque se puso a la cabeza del lumpenproletariado para darle jaque a la sociedad con métodos terroristas (bajo la mirada cómplice del ejército y la policía, de corte sandinista). Mientras sus compañeros sandinistas burócratas carecían de influencia en algún sector social. Se limitaron a luchar dentro del aparato burocrático (donde eran mayoría), sin un programa de masas (las cuales, además, luego de la experiencia desastrosa de los ochenta, desconfiaban visceralmente del sandinismo).

Ortega, en cambio, ofreció impunidad y una bandera política con ínfulas heroicas a la turba marginal. Que como punta de lanza orteguista campeaba a sus anchas como dueña de las calles, introduciendo una cuña en el orden jurídico, que rápidamente resquebrajó al Estado incipiente (que no lograba absorber a la policía y al ejército, que contaban aún con una jefatura favorable a Ortega). El poder formal era como una pastilla de jabón que resbalaba entre las manos de los políticos improvisados de la oligarquía, sin más programa que el conflicto miserable por sus mezquinas ambiciones personales de mando o de enriquecimiento ilícito. El Estado se hallaba fragmentado por las intrigas de parroquias sin ideología, ni programa nacional. Ortega ofreció fundir los fragmentos del Estado a martillazos, en una sola masa amorfa sin instituciones, para darle cierta estabilidad al poder político. Y la oligarquía, y el ejército, se dejaron llevar por este orden autoritario complaciente con el saqueo compartido de los recursos públicos.

La hegemonía, como forma de dominación inconsciente, funciona aun cuando la ideología y la cultura dominante (del poder político, económico, cultural) se han convertido en su opuesto, en chapucería ignorante (afín al modo de producción con productividad decreciente). Se ha implantado en los últimos cuarenta años un absolutismo salvaje, que ha difundido la oscuridad en el alma (aunque se presuma de llevar la electricidad, como un lujo financiado por los organismos multilaterales, al 100 % de los habitantes, sin que este recurso extraordinario se convierta en fuente de productividad y de desarrollo).

El terror como sistema político

Con la paz no se juega, es una consigna amenazante del actual status quo en crisis. Un régimen opresivo produce consignas amenazantes con la misma naturalidad con que una fiera gruñe y muestra las garras y colmillos, porque considera normal aterrorizar a los ciudadanos para conservar el poder. Con la paz orteguista no se juega es una consigna represiva suficientemente clara en el metalenguaje orteguista, que significa: la rebelión contra el orteguismo trae graves consecuencias, la protesta, la manifestación de descontento, la censura al régimen, el hartazgo ante el abuso y la incompetencia del sistema orteguista trae graves consecuencias.

Hay marchas displicentes, incluso, de empleados públicos coaccionados a batir las calles con desánimo bajo la consiga absurda de “con la paz no se juega”. La coacción, para obligar a alguien a que manifieste apoyo a su secuestrador, aunque parezca estúpido, produce satisfacción enfermiza en el ánimo del burócrata que, sin otra cualidad edificante, interpreta como forma de poder la humillación que provoca impunemente en el mayor número de seres humanos. Este complejo miserable, en el sujeto opuesto al del complejo de Estocolmo, podría ser denominado por la psicología conductual como complejo de El Carmen.

Otra forma de decir lo mismo, por este régimen acomplejado, es PLOMO. Que Ortega considera una forma descarada de afirmar que se impone triunfante la dominación paramilitar del lumpenproletariado sobre la sociedad.

La crisis, de apariencia circunstancial, es estructural

Después de la masacre de abril, el aspecto a remarcar es que la permanencia de Ortega en el poder –a sangre y fuego- es causa de crisis. A partir de abril, Ortega está asociado para siempre en el inconsciente colectivo nicaragüense al crimen contra la humanidad, y cada día, ese rechazo instintivo al sistema opresivo se consolida en la conciencia colectiva, espontáneamente. Sólo el sentido de inseguridad y de vértigo al borde del abismo es lo que impide que el gran capital renueve públicamente su acuerdo con el dictador. En estas circunstancias, la coacción, la tortura y la cárcel, producen el síndrome de la rebelión en el resto de ciudadanos.

Esta es la crisis cualitativa que vivimos, no únicamente formal como deja ver la UNAB en su propuesta de reformas electorales, sino, una crisis de contenido estructural, de atraso económico, político, social, cultural. Cuya salida no es la unidad en la diversidad (como se pretende con la idea simplona de la Nicaragua posible o tontería semejante), o con un proceso electoral para compartir cuotas de poder dentro de un sistema incivil, sino, que es con el fin del orteguismo como forma de dominación. Esta salida cualitativa requiere la maduración de una alternativa nacional válida, que no es viable sin la energía política de una explosión social (que la Alianza Cívica y la UNAB desean evitar para conservar su rol de comparsas en el estatus quo dictatorial).

La primera tarea de un filósofo materialista es comprender la realidad, en sus contradicciones internas como fuente de autodesarrollo, y luego, tomar partido a favor del cambio progresista, para superar estratégicamente, de manera concreta, por medio de las movilizaciones de masas, el atraso y la barbarie. El hombre se propone tareas imposibles cuando ello es inminentemente necesario.

Como en un juego de ajedrez, lo importante es redefinir la ruta correcta probabilísticamente a medida que cambian las circunstancias, para contribuir a que maduren las circunstancias objetivas y subjetivas que conspiren a su vez por el cambio necesario. Entonces, las fuerzas sociales decisivas vibran en frecuencia con la tendencia objetiva, y la correlación de fuerzas se decanta repentinamente a favor de la transformación necesaria de la sociedad. El antiguo régimen, de aspecto feroz, suele desmoronarse entonces como un castillo de naipes. Lo complejo, al fin, es construir.

Una rebelión social madura naturalmente en sordina

El conflicto social explosivo crece como tendencia a medida que el hartazgo respecto al orteguismo asciende, al exacerbar el control policíaco sobre la población a la par de descargar medidas de austeridad en las espaldas de la población. A un dado momento, este descontento empieza a expresarse exponencialmente, como ocurre cuando está por producirse un cambio de estado de la materia. Se comienza a gestar un cambio brusco, repentino en la conciencia política, similar al del agua cuando la temperatura se acerca al punto de ebullición, y en el fondo del líquido revientan abundantes burbujas de gas entre múltiples crepitaciones turbulentas.

Nada hay más interesante que vivir este fenómeno de salto histórico hacia adelante conscientemente, como un naturalista que ve la transformación de la sociedad bajo leyes evolutivas ineludibles, que el ciudadano debe aplicar al momento político justo para que la metamorfosis de la nueva sociedad deseche lo desechable, como una crisálida que eclosiona a la libertad.

Ingeniero eléctrico


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