24 de marzo 2017
WASHINGTON, DC – En respuesta a la ola de noticias falsas que inundaron la reciente campaña presidencial en Estados Unidos, se ha dedicado mucha atención a quienes producen o difunden esas historias. La suposición es que, si los medios de noticias fueran a informar solamente los “hechos”, los lectores y espectadores siempre llegarían a la conclusión correcta acerca de una historia determinada.
Sin embargo, este enfoque sólo aborda la mitad de la ecuación. Sí, verdaderamente necesitamos que las organizaciones de noticias proporcionen información confiable; pero, también necesitamos que aquellos que la reciben sean consumidores inteligentes.
Durante décadas, el gobierno de Estados Unidos ha apoyado programas para fomentar medios de comunicación independientes en países autoritarios, disfuncionales o privados de recursos. Pero estos programas asumen, tácitamente, que el propio Estados Unidos es inmune ante los problemas que las personas encuentran en otros países cuando elaboran o consumen información. Nosotros en EE.UU. también suponemos que los medios de comunicación estadounidenses, sustentados por publicidad, seguirán prosperando, que el periodismo independiente es la norma, y que la mayoría de las personas son capaces de pensar críticamente y elaborar opiniones sólidas sobre la información que reciben.
De hecho, algunas de las lecciones que hemos aprendido mientras apoyábamos la vibrante recolección y distribución de información en el extranjero son igualmente pertinentes para Estados Unidos. En las elecciones del año 2016, las creencias personales que impulsaron millones de decisiones de los votantes no sólo se basaron en las experiencias vividas por cada persona y en la información a la que dichas personas accedieron, sino que también en la forma cómo ellas procesaron esas experiencias y esa información. Las propias relaciones que los votantes tienen con los productores de contenido, la motivación de los votantes para creer o no creer en los hechos, y sus habilidades de pensamiento crítico determinaron la forma cómo ellos interpretaron y actuaron en base a dicha información.
En las elecciones, la mayoría de los expertos aparentemente no “captaron” los millones de creencias o puntos de vista de los estadounidenses, por lo que causa muy poca sorpresa que esos millones de estadounidenses sintieran desagrado por el incesante parloteo público de dichos expertos. Para estos votantes, los expertos fueron simplemente vendedores ambulantes de información sin ningún vínculo a los temas que realmente importan. Los hombres y las mujeres que hablan delante de las cámaras de televisión están demasiado alejados de las fábricas, oficinas, bares, iglesias, escuelas y hospitales donde los espectadores conforman las relaciones que determinan cómo ellos procesan la información. La llamada revolución digital no consideró superflua la importancia de la conexión humana en cuanto a dar forma a la interpretación y respuesta de las personas ante la información que reciben.
Las relaciones se construyen sobre la base de la confianza, la cual es esencial para garantizar que los consumidores acepten información que desafía sus creencias más celosamente guardadas. Sin embargo, de acuerdo con Gallup, sólo el 32% de los estadounidenses tiene una “gran cantidad” o una “cantidad considerable” de confianza en los medios de comunicación tradicionales – ese es un nivel mínimo histórico. Esta situación es profundamente problemática, y sugiere que muchos ciudadanos están desechando la buena información junto con la mala.
Como con cualquier otro bien, la forma cómo se consume la información refleja las oportunidades económicas y políticas, los incentivos personales y las normas institucionales o culturales. Los trabajadores en Ohio cuyos salarios se han estancado, o los votantes desempleados en Michigan, cuyos trabajos han emigrado al extranjero, consumirán información en una manera que refleje su situación económica. No es de extrañar que, a menudo, seleccionen fuentes – sean estas creíbles o no – que critican la globalización y las actuales políticas fiscales y económicas.
Un suministro amplio de información sólida no es suficiente para tomar buenas decisiones; los consumidores de noticias necesitan habilidades de pensamiento crítico. La información es muy parecida a la comida que comemos: necesitamos entender sus ingredientes, así como dónde y cómo se produce, y los efectos del consumo excesivo.
Probablemente tomará décadas reconstruir las relaciones de confianza entre los consumidores y los medios de comunicación tradicionales. Los consumidores de información siempre tendrán sesgos e incentivos para seleccionar una pieza de información en lugar de otra. Aun así, podemos mejorar las habilidades de pensamiento crítico para que los ciudadanos sepan cómo seleccionar fuentes fidedignas y cómo resistir a sus propios sesgos.
Cultivar las habilidades de pensamiento crítico requiere tiempo y práctica, por lo que es más importante que nunca invertir en educación. Algunos de los modelos que se han utilizado en el extranjero pueden, también, funcionar en EE.UU. Por ejemplo, en Ucrania, una iniciativa llevada a cabo recientemente por IREX movilizó a los bibliotecarios en un esfuerzo por neutralizar los efectos perjudiciales de la propaganda financiada por el Kremlin. Se enseñaron habilidades concretas a quince mil ucranianos con el propósito de que ellos eviten la manipulación emocional, verifiquen las fuentes y credenciales, detecten contenidos pagados y discursos de odio, y desacrediten videos y fotos falsas.
Los resultados fueron impresionantes: los participantes mejoraron su capacidad para distinguir las noticias confiables de las noticias falsas en un 24%. Aún mejor, ellos entrenaron a cientos de personas más para que dichas personas, a su vez, aprendan a detectar la desinformación, multiplicando así el impacto total de la iniciativa.
Con una inversión bastante modesta, podemos hacer que la enseñanza de estas habilidades sea una práctica estándar en los programas escolares. Los filántropos también pueden crear o apoyar a las organizaciones de base que trabajan con los ciudadanos para fortalecer su capacidad de consumir información de manera crítica.
La información precisa y las habilidades de pensamiento crítico son indispensables para la democracia. No podemos subestimarlas y darlas por sentado, ni siquiera en Estados Unidos. Esa es la forma cómo triunfan las noticias falsas.