Guillermo Rothschuh Villanueva
19 de enero 2020
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Mientras unos dirigen su mirada únicamente hacia los indicadores económicos, la mayoría del pueblo nicaragüense asume con estoicismo los costos humanos
"La cultura del secreto impide entregar toda clase de información oficial a los medios independientes"
“Las sociedades experimentan y siempre buscan
formas de convivir juntos, así que no hay que deprimirse”.
Ivan Krastev.
I
Lo que parecía una tendencia terminó convirtiéndose en una realidad incontrastable. La desinformación, los bulos, las mentiras y los hechos alternativos llegaron para quedarse. Una herencia de las redes sociales. Sus hijos más preciados. Según la atalaya donde nos instalemos, para algunos son sus engendros y para muchos, quienes abrieron las puertas para la democratización informativa. Ni unos ni otros yerran en sus apreciaciones. Las redes sirven tanto para lo uno como para lo otro. Con una salvedad. Internet nació bajo las faldas del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Era pensable entonces que derivaría hacia multiplicidad de usos. Los más preocupantes ha sido la forma que instaló la mentira (fake news) y ha venido exacerbado las emociones y polarizado los sentimientos. Un legado trágico.
Ante la imposibilidad de retroceso en la utilización de las redes, en su vocación por diseminar mentiras y dividir los afectos, han surgido anticuerpos. La necesidad de propiciar alianzas entre los medios de comunicación tradicionales, las escuelas de periodismo, las organizaciones defensoras de la libertad de expresión y buena parte de la clase política viene a ser uno de los antídotos. La sumatoria de esfuerzos que podrían desarrollar conjuntamente, constituyen un formidable valladar para desbancar las mentiras, la desinformación, las verdades a medias y las llamadas verdades alternativas. Ninguna de estas instituciones podría por separado librar batallas exitosas. Los usos y abusos en las redes sociales son contagiosas. Los fake news se propagan a la velocidad de la luz. En jerga de expertos son virales.
Las redes dejaron ser percibidas como simples plataformas. Se trata de uno de los acontecimientos más sobresalientes del siglo veintiuno. Considerar a las redes como simples plataformas pecaba de reduccionismo. Tuvo que esperarse un tiempo para que los especialistas tuviesen que refrendar que el comportamiento de las redes era idéntico al de cualquier medio de comunicación. Como explica la experta de la Universidad Federal Fluminense de Brasil, Paula Sibilia, “las computadoras interconectadas mediante redes digitales de alcance global se han convertido en inesperados medios de comunicación”. No sé cuánto tiene de inesperado. Es una tontería discutir si se trata nada más de plataformas digitales. Estamos frente a una de las mudanzas más espectaculares en el campo de la comunicación. Medios con alcances letales.
El problema sigue siendo el encandilamiento que las redes producen entre la masa de iniciados. Las primeras voces de los entendidos advirtiendo sobre los peligros que suponía el uso indiscriminado de las redes fueron desoídas. El semiólogo Umberto Eco —más que alarmado— dijo que las tecnologías digitales ponían a un mismo nivel las sandeces que las opiniones vertidas por los Nobel. No se quiso entender que no había un deje elitista en estas afirmaciones. La democratización de las comunicaciones abrió el grifo a una torrencial catarata de emociones. La manera como desautorizaban afirmaciones versadas sobre diversidad de temas constituía una premonición que nadie quiso escuchar. Son expresiones aderezadas por el sentir de las gentes. Polarizan los ánimos y dividen los afectos. Condensan odio.
En el ámbito político el cambio más evidente fue el traslado del debate público al ámbito de las redes, con sus vicios y virtudes. Con la prerrogativa que las redes permiten que las mentiras se transmitan sin atenuantes. El mundo de las emociones —consustancial a la política— ha desbordado toda racionalidad. La máxima reinante consiste —no importa si trata de mentiras— en estar situado en medio de la tormenta. Esta es la pretensión de muchos usuarios. El avance impetuoso de la desinformación crispó los ánimos. La independencia y autonomía con que difunden sus planteamientos los políticos —especialmente quienes han convertido los fake news en su versión predilecta— era inevitable que condujera a la creación de anticuerpos. Ese momento llegó. Ahora solo queda apropiarse de estos correctivos.
II
Uno de los primeros remedios para contener la avalancha de mentiras fue puesto en marcha por The Washington Post y la cadena noticiosa internacional CNN. El diario estadounidense se ha dedicado —desde que Donald Trump asumió la presidencia— a rectificar sus fake news. Se cuentan por miles. Lo mismo ha hecho CNN. Cuando asumió la Casa Blanca el magnate inmobiliario, sus acólitos instalados en la oficina de prensa, afirmaron sin rubor que la cantidad de personas asistentes al acto de toma de posesión de Trump el 20 de enero de 2017, era el más concurrido de la historia. CNN mostró de inmediato dos tomas panorámicas: una registraba la asistencia al acto de Trump y otra la toma de posesión de Barack Obama. La mentira quedó al desnudo. El de Obama había sido muchísimo más concurrido.
Debido que la desinformación cabalga desenfrenada, la creación y fundación de instancias para salirle al paso y restituir la confianza en los medios resulta halagadora. Los fundadores de organizaciones dedicadas a la verificación de datos en África, Europa y América Latina (son más de doscientas en el mundo), están conscientes que se puede contrarrestar la desinformación y de esta manera recuperar la fe en fuentes confiables. Diversos estudios permiten comprobar que “la verificación de los datos ayuda a la población a revisar la manera en que entiende las declaraciones, inclusive cuando el resultado contradiga una creencia muy sólida”. En vista que la desinformación es exponencial “los verificadores de datos deben involucrarse con los políticos, los medios tradicionales, las plataformas de redes sociales y otras instituciones relevantes para reducir la oferta”.
Paralelo a la verificación deben impulsarse otras iniciativas, unas para poner en la picota a los diseminadores de mentiras ante las instancias legales correspondientes y otras para ofrecer capacitación a las organizaciones periodísticas, como aconsejan Peter Cunliffe-Jones fundador de África Check. Laura Zommer, directora ejecutiva de Chequeado, Noko Makgato, director ejecutivo de África Check y Will Moy, máximo ejecutivo de Full Fact. La experiencia acumulada por estas organizaciones y los diseños metodológicos que han elaborado son piezas clave para emprender acciones exitosas como las obtenidas hasta ahora. Los ejemplos que ofrecen deberían ser replicados de manera provechosa en nuestro país. La necesidad de realizar trabajos conjuntos requiere de la asistencia ofrecida. Un paso necesario.
Las investigaciones desplegadas por las instituciones comprometidas con la verificación de datos durante la crisis y defenestración política de Evo Morales como presidente de Bolivia, resultan aleccionadoras. Chequea Bolivia y Bolivia Verifica desmontaron diversas piezas informativas para frenar la desinformación. Chequea Bolivia, coordinada por Juan Carlos Uribe, fue la encargada de demostrar que la fotografía donde Evo Morales aparece flanqueado por los capos Pablo Escobar y Chapo Guzmán era un montaje. La periodista Enid López de Chequea Bolivia, se asistió de Jhon Jairo Velázquez, Popeye, ex-sicario de Escobar y de su hijo Juan Pablo Escobar, para reconocer las imágenes. Las únicas fotografías donde sale implicado Escobar fueron tomadas por Barry Seal, agente de la CIA y en ninguna aparece Evo.
Gabriel Díez, director de Bolivia Verifica, desmontó dos bulos importantes, uno del vice-presidente Álvaro García Linera, quien utilizó imágenes de un documental de 2008, para mostrar violencia en las calles de parte de la oposición y otro de César Cocarico, exministro de Desarrollo Rural y Tierras, quien durante una conferencia de prensa recurrió a imágenes de una protesta contra el presidente de Venezuela, Nicolas Maduro. De 229 piezas analizadas por Bolivia Verifica 117 resultaron falsas. Chequea Bolivia pudo analizar 259 noticias, y determinó como falsas un 60%, la mayoría provenientes de Facebook. Igualmente recibieron 170 solicitudes de rectificación a través de Facebook y WhatsApp. Durante esos días aciagos, “Facebook fue la plataforma por donde se compartió más desinformación, seguido de Whatsapp y Twitter”.
III
El camino para enfrentar los bulos, la desinformación y fake news empezó a ser transitado, ratifica la necesidad de impulsar alianzas estratégicas entre una diversidad de actores, incluyendo a las mismas redes sociales, las mayores generadoras de mentiras. El más grande obstáculo reside en que los hechos han sido dados de baja. Desde que Roger Ailes, de Fox News, convirtió los fake news en su principal recurso, dejó claro que en la liza política importan muy poco las ideas, puesto que “pesan más la crispación y el espectáculo”. Buena parte de la crisis que viven los medios ha sido originada por ellos mismos. Académicos, investigadores y especialistas han sido unánimes en reconocer su carácter elitista. ¿Están dispuestos a cambiar sus políticas informativas y editoriales? ¿Podrán mudar de piel? Urge hacerlo.
En Nicaragua las organizaciones de prensa y defensoras de la libertad de expresión, los medios de comunicación, las escuelas de periodismo y/o comunicación, los observatorios de medios y la ciudadanía deben enrumbarse en esta dirección. La verificación de fake news ha sido asumida por la ciudadanía en su carácter de activistas y usuarios de las redes sociales. Ninguna de estas instituciones puede ir por su lado si se quieren resultados inmediatos. La suma de iniciativas es vital. Los bulos continúan propalándose en las redes. En Nicaragua deberían ser repelidos los mensajes de odio. Debe pasarse de la utilización de las redes a la verificación de datos. Los centros de pensamiento jugarían un papel de primerísima importancia. Vale la pena intentar a la brevedad acciones de esta naturaleza. Todos saldríamos ganando.
No basta preguntarse sobre el destino de los medios a mediano plazo, cambiar de actitud en relación a los bulos para salir al paso a las campañas de intoxicación diseminadas a través de las redes. Los fake news siguen profundizan la crisis y generando profundos rencores entre los nicaragüenses. En materia de convivencia cívica los nicaragüenses estamos reprobados. Entramos en 2020 con saldos rojos en materia de tolerancia. El déficit continúa creciendo. El costo afectivo sigue su curso. La violencia simbólica ha resultado incontenible. ¿Habrá manera de contenerla? Si viésemos hacia atrás nos daríamos cuenta que las heridas en el tejido social chorrean sangre. El uso de un lenguaje escatológico y discriminatorio debe ser desterrado. Los gobernantes deberían dar el ejemplo. Algo que lamentablemente no ocurre.
Urge diseñar estrategias que bajen el voltaje a la carga de nitroglicerina que se respira en el ambiente. Es apremiante desterrar el odio con la misma celeridad que debe cerrarse el paso a las mentiras. Culpar al otro o responsabilizarle de lo que está ocurriendo sin el más mínimo gesto autocrítico, desdice de los gobernantes. Insistir en cerrarle las puertas al diálogo y a la negociación, equivale a transitar por un campo minado. Las posiciones de fuerza alejan la solución pacífica del conflicto. Mientras unos dirigen su mirada únicamente hacia los indicadores económicos, la mayoría del pueblo nicaragüense asume con estoicismo los costos humanos, mientras las madres continúan llorando por sus hijas e hijos muertos y encarcelados. La paz en Nicaragua demanda cambios en el uso de las redes y en la utilización de los medios.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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