3 de junio 2019
Fue a finales del siglo XIX que se hicieron las primeras predicciones científicas sobre calentamiento global, y fue hace tres décadas que científicos de la Nasa y del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) advirtieron sobre los incrementos en la temperatura del planeta y sus consecuencias para nuestra civilización. Pero los gobiernos del mundo no escucharon. Poco o nada hicieron para modificar el rumbo de sus políticas energéticas que, paralelamente a los fenómenos astronómicos propios de la actividad solar; provocaban incrementos en la temperatura que trastornarían la biosfera irreversiblemente.
La sociedad civil tampoco escuchó: cegados por el espejismo del consumismo y la ignorancia, los pueblos del mundo hicieron caso omiso de las observaciones científicas. En los países ricos, la rutina de la frivolidad, el consumismo y el individualismo prevalecieron. En los países pobres, la rutina de la pobreza, la violencia, y la lucha por la sobrevivencia, postergarían cualquier posibilidad de comprender.
Pero las cosas han cambiado. En los últimos meses una nueva ola mundial de protesta asedia al ‘statu quo’. De Londres a Delhi, de Bonn a Quito, de Brisbane a Toronto, Bogotá, y Barcelona; cientos de ciudades del mundo han sido testigos de las más grandes movilizaciones civiles acaecidas simultáneamente en múltiples focos del mundo.
Extinction Rebellion (XR) o Rebelión Extinción -un movimiento que se gestaba silenciosamente en Londres años atrás, ha surgido con ímpetu. Desde que surgió han proliferado independientemente miles de células de activistas en todo el mundo. En su visión, la desobediencia civil y la no-violencia son imprescindibles para hacer frente a las crisis ecológica y climática que nos flagela. Su misión: exigir la verdad sobre el colapso climático, generar conciencia, y forzar a los gobiernos a modificar sus políticas energéticas y su amasiato con las grandes corporaciones cuyas industrias fósiles han devastado ecosistemas y comunidades.
De manera paralela una jovencita sueca de 16 años de edad, Greta Thunberg, sorprendería al mundo, luego de que, solitaria, se había plantado en las puertas del Parlamento de su país para protestar por el colapso climático. Posteriormente, se presentaría en diversas plataformas internacionales, incluyendo el Foro Económico Mundial adonde les dijo a las elites reunidas en su festín anual que la tragantona se acabó. Desde aquellos días nada ni nadie la pararía: había comenzado su jornada mundial de desafió a prominentes instituciones internacionales, desde las Naciones Unidas, hasta el Parlamento Europeo y el Parlamento Británico. En cosas de días, cientos de miles de estudiantes se le sumaron espontáneamente, generando un movimiento estudiantil global que demanda acción internacional contra la crisis climático-ambiental.
Greta Thunberg –atormentada desde su niñez por la erosión del planeta, se echó el mundo sobre sus hombros para advertirles a los líderes mundiales, que su generación no estaba dispuesta a morir: ¿perecer bajo las llamas y extinguirse en la hoguera climática? -no, gracias.
El mensaje de Greta ha sido contundente desde el inicio: el planeta está en llamas y hay actuar. Greta sabe que los fuegos no se apagan con buenas intenciones. Sus seguidores en las redes sociales se han multiplicado, pasando de un puñado hace unos meses, a ciento de miles. Pero a diferencia de otras iniciativas en las redes confinadas al activismo cibernético, Greta, y XR, han logrado movilizar a cientos de miles en las calles de las principales ciudades del mundo adonde el movimiento crece inusitadamente.
La movilización de Greta logró lo que nadie había logrado. En miles de escuelas de todo el mundo los chicos organizaron las ‘huelgas de los viernes’ –el día de la semana en que se ausentan de clases para protestar por las políticas ambientales y económicas mundiales. En marzo pasado una huelga climática estudiantil reunió, en cientos de países, a 1.6millones estudiantes. El 24 de mayo la cifra superó los dos millones. La movilización contagió a maestros y padres de familia; en brazos y carriolas llevan a sus pequeños a las profusas marchas por la vida porque no están dispuestos a verlos consumidos por el fuego.
En suma, si el planeta arde por calentamiento global provocando incendios forestales, huracanes, diluvios y sequías; la sociedad civil del mundo entero arde con más fuerza. Los ‘escépticos’ y ‘negacionistas’ del cambio climático, liderados por Donald Trump y secundados por personajes como Bolsonaro que subastan la Amazonia Brasileña al mejor postor; ya no podrán ignorar este otro fuego: la sociedad civil mundial se ha incendiado.
Sin temor a equivocarnos, a este nuevo movimiento le podemos llamar la ‘primavera ecológica’ o, mejor aún, primavera mundial. Si las grandes corporaciones y los políticos insisten en ignorar los incendios forestales o el deshielo de la Antártica y la desertificación de selvas y manglares; hoy no podrán ignorar el gran incendio ciudadano que abrasa nuestras ciudades.
La casa está en fuego, como nos recordó Greta desde los primeros días, y hoy el corazón de los jóvenes también ha prendido: ya lo decía proféticamente Fernando Cardenal (SJ), nada ni nadie podrá apagar la ignición de la juventud.
Son decisivas las consecuencias de estas movilizaciones. Por un lado, diversos gobiernos del mundo se han visto obligados a declarar Emergencia Climática. Por otro lado, son cada vez más los líderes que se pronuncian por un Nuevo Pacto Verde –una pacto inspirado en el llamado ‘New Deal’ de Franklin Delano Roosevelt creado para restaurar la economía de los Estados Unidos tras la recesión de los años 30s. A diferencia de aquel, hoy se trataría de movilizar inversiones y mano de obra en torno la innovación y producción de ‘energías limpias’. La idea de un ‘fondo verde’ no es nueva: el propio Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente habría surgido con el objetivo de lanzar una ‘economía verde’ –una idea ya formulada en la Cumbre de Rio+20 en 1992. Este nuevo contrato social, hoy promovido por la congresista norteamericana Alexandria Ocasio-Cortez, ha encontrado su mejor aliado en los estudiantes.
Pero quizá la más importante consecuencia de la nueva revolución es el despertar de toda una generación. Desde nuestra primavera ecológica ya nada será igual: los jóvenes pasaron de ser consumidores rendidos ante sus celulares y palacios comerciales; a ser dignos defensores del mundo natural y, por consiguiente, defensores de derechos humanos. El nuevo movimiento ha sido su mejor escuela: en cosa de meses han aprendido el significado del término Ecocidio y se han sumado a iniciativas de criminalizar, en el Derecho Penal Internacional, los actos de destrucción de la naturaleza a manos de corporaciones rapaces. En el mismo periodo han descubierto vínculos entre el sector financiero y la economía de combustibles fósiles -causante primordial de las emisiones. Han aprendido sobre el papel vital de los polinizadores para la seguridad alimentaria, y los ciclos de carbono, la toxicidad del plástico, y el concepto de justicia climática que hace apenas unos meses pocos conocían.
Entendieron también los alcances poderosos del voto ciudadano, evidencia del cual fue el giro en las recientes elecciones del Parlamento Europeo. Hoy queda claro que una de las consecuencias más importantes de la revuelta estudiantil fue, nada menos que el reacomodo político de las fuerzas y bloques parlamentarios de la UE. Mientras los bloques tradicionales tuvieron pérdidas significativas, cambiando la correlación de fuerzas entre los partidos hegemónicos y los marginales; los votos a favor de los partidos verdes se incrementaron drásticamente. Indudablemente las huelgas estudiantiles calaron en la conciencia de los electores. Todos temíamos un repunte en los partidos de corte nacional/populista –y ciertamente lo hubo, pero el auge de los partidos verde/ecologistas prevaleció. Los jóvenes desviaron las aguas; golpearon a las fuerzas neofascista favoreciendo a los bloque ecológicos de la UE.
Como en toda revolución, hay historia detrás, si bien predominan la espontaneidad y originalidad. Los primeros antecedentes se remontan a los años sesentas/ochentas con la creación de las primeras ONGs ambientalistas que, después de tres décadas cerraron –durante el COP21 de Paris (2015), un ciclo histórico de activismo. Sin detenernos ahora en el análisis histórico, es claro que aquellas fueron seminales y pavimentaron el camino.
Empero hay otro antecedente más reciente: la Encíclica Ecológica del Papa Francisco. Conocida como Laudato si’, la encíclica de Francisco sintetizó las causas y consecuencias del colapso climático y ecológico. Con un diagnostico interdisciplinario, el documento establece claramente la relación entre colapso climático-ambiental, políticas económicas extractivas, políticas financieras, consumismo y pobreza; al mismo tiempo que invita a la conversión ecológica y a un reencuentro con Dios para restaurar la casa común.
Hace unos días circularon fotografías del Papa con la mencionada Greta en Roma. Sin haber sido formada en el Catolicismo, Greta Thunberg le agradece al Sumo Pontífice por haber dicho la verdad en su Encíclica Ecológica. De su parte, el Papa exhorta a la carismática joven a no dejar de luchar, porque su causa, le dice, es indispensable para a sobrevivencia misma de las generaciones futuras. Cuánto se habrá congratulado el pontífice argentino por haber llamado, desde los inicios de su período, a los jóvenes del mundo a ‘hacer lio’ –haberlos llamado, como solía exhortar, Fernando Cardenal (SJ) a salir a las calles...
A pesar del sombrío y alarmante panorama expuesto en los dos últimos reportes de Naciones Unidas (IPCC y IPBES respectivamente) vivimos días de optimismo. Los ambientalistas asesinados en los últimos años en diversos países por resistir las acciones depredadoras de las economías extractivas no habrían muerto en vano. Los activistas de XR, los científicos que han investigado y denunciado los efectos y causas del calentamiento y la pérdida de biodiversidad; y los jóvenes inspirados en Greta, comienzan a ver los frutos de su trabajo y comprender que no están solos. En la lucha por preservar al planeta, y con ello nuestra civilización, el camino es largo, pero el horizonte está a la vista. La batalla por la vida, la revolución por la Madre Tierra, la revolución por el futuro ha comenzado.