30 de junio 2017
La frase emitida por un comentarista radial- político- alemán en su sátira semanal podría ser traducida como: estos maricas tienen bolas. Pero dadas las connotaciones sexistas y biologistas que comporta es preferible traducirla como: estos gais son cojonudos. El comentarista se refería a las demostraciones de homos, lesbianas y transexuales del Domingo 25 de Junio ocurridas nada menos que en las calles de Estambul y Ankara.
Hay que ser en verdad muy cojonudo para desafiar públicamente al autócrata número 2, Erdogan, quien ha hecho de la homofobia una doctrina de Estado, tal como el autócrata número 1, el ruso, cuando manda apalear sin misericordia a los gais cada vez que salen a defender sus prohibidos deseos sexuales.
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Ese Domingo, Estambul y Ankara parecían ser Caracas. Los guardias, al igual que la soldadesca de Maduro, dispararon perdigones a los defensores del “orgullo Gay”. No llegaron a las balas. Pero hubo heridos. Lo de siempre.
Los gais turcos prometieron volver el próximo año, en la misma fecha, a la misma hora. Ellos saben que al luchar por su libertad sexual lo hacen por el derecho a ser lo que son. Las de homos y lesbianas no se diferencian en ese sentido de otras luchas por la libertad. Y como ellas, trascienden a sus objetivos inmediatos.
Todas las dictaduras son homofóbicas. La razón parece ser obvia: todas son militares y por eso intentan imponer “valores” que provienen de los cuarteles. Pero hay otra razón aún más decisiva: toda dictadura, al serlo, viola los derechos humanos. Y esos derechos –lo advirtió mucho antes que Michael Foucault, Thomas Hobbes en su libro De Corpore- son derechos del cuerpo. El ser humano es un ser corporal y por lo mismo sus derechos son corporales. Esa es la razón que explica por qué el control sobre los cuerpos –la expresión más radical es la tortura- ha sido y es un objetivo central de todo poder dictatorial.
Mariela Castro, sexóloga hija del dictador Raúl, ha intentado establecer una excepción a la regla, abogando por los derechos sexuales de los gais cubanos, precisamente en el país donde su tío quiso hacerlos desaparecer para siempre. Yoani Sánchez, mordaz disidente, conjuntamente con aplaudir la intención de Mariela, declaró que es difícil defender derechos sexuales y a la vez negar otros derechos humanos, como son la libertad de movimiento, de expresión, de reunión y asociación.
Los derechos humanos forman una cadena y sus eslabones están unidos unos a otros fue el argumento de Yoani. Por eso, cuando son negados, se convierten en derechos políticos. Mariela no respondió a Yoani. Bajo una dictadura no hay debate. Y donde no hay debate no hay política.
“Todo es político”, fue una de las consignas de los movimientos feministas del siglo pasado. No es cierto. Si todo fuera político, el mundo, sin sus intimidades, sería un infierno público. No obstante, bajo determinadas condiciones todo puede llegar a ser político, incluso lo más íntimo: la sexualidad, sobre todo cuando es negada por un determinado régimen. Por lo mismo el tema no es inherente a la cultura islámica en el caso de Erdogan, ni a la religión ortodoxa en el caso de Putin, ni al ateismo de Fidel Castro, Stalin o Hitler. Pero sí es inherente a toda dictadura.
Practicar el amor en formas mutuamente elegidas es un derecho inalienable. Por eso, cuando es negado desde el poder, el amor puede llegar a ser un contra-poder. Si ese contra-poder sale de los dormitorios e irrumpe en las calles, será público y político. Y para defenderlo hay que tener los cojones bien puestos. Justo ahí donde los tienen las y los manifestantes de Turquía: en el corazón.