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Catorce tesis en defensa de la democracia

La democracia constitucional está amenazada estos momentos, sobre todo en Europa, por una coalición militar dirigida por la Rusia imperial

El presidente ruso, Vladímir Putin.

El presidente ruso, Vladímir Putin, en una visita de Estado a Kazajistán, en 27 de noviembre de 2024. Foto: EFE

Fernando Mires

30 de noviembre 2024

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1. La mayoría de los expertos políticos coinciden en que a nivel global la democracia liberal se encuentra sumida en una profunda crisis. Algunos nos hablan de un no muy lento fin; otros menos radicales, de un declive que se expresa tanto cuantitativa como cualitativamente. El resonante triunfo de Trump y el trumpismo —y las consecuencias internacionales que de ahí derivan— ha dividido al mundo de las opiniones en dos sectores: los pesimistas que se preguntan si el triunfo de las dictaduras y de las autocracias es irreversible, y los optimistas que se preguntan si algunas naciones lograrán sobrevivir como democráticas después del embate antiliberal que hoy están sufriendo. En efecto, la época de ascenso de las democracias que caracterizó los tramos finales del siglo XX, después del derribamiento de las dictaduras comunistas europeas, ha cedido el paso a otra época: la de la primera mitad del siglo XXI, caracterizada por un rápido ascenso de las autocracias.

2. El llamado descenso de las democracias precede a la guerra de invasión de la Rusia de Putin a Ucrania. Esa invasión comenzó con la apropiación de Crimea y el asentamiento de enclaves militares rusos en el Dombás, en 2014. Pero antes, Rusia y su sucursal, la Bielorrusia de Lukashenko, ya estaban constituidas como autocracias de hecho. En Europa Central, en el Cáucaso, y en los Balcanes, la ola democrática del siglo XX apenas llegó a las orillas. Putin imaginó así que Ucrania era territorio cultural ruso, como afirmó en un fascistoide ensayo publicado poco antes de la invasión. Lo que no imaginó es que desde la revolución de Maidán de 2013 había crecido en Ucrania un sentimiento democrático, nacional y europeísta, uno que se hizo patente durante los Gobiernos de Poroschenko y Zelenski. Pero a la vez —eso no escaparía a los ojos de Putin— había democracias europeas, entre ellas las de Polonia, Hungría y Turquía, que se apartaban del esquema liberal occidental, dando preferencias a formas autocráticas de poder. Tampoco escaparía a su vista que en todos los países europeos, siguiendo el ejemplo del Frente Nacional de Marine Le Pen, aparecían movimientos antidemocráticos, racistas, ultranacionalistas, hoy todos aliados de la Rusia imperial.

3. Es una incógnita si Putin concibió desde un comienzo la invasión a Ucrania como un primer escalón en una larga escala orientada a combatir a las democracias occidentales, o si fue la guerra a Ucrania la que le hizo ver esa posibilidad. Probablemente lo uno determina a lo otro, y al revés también. El hecho decisivo es que, durante la guerra a Ucrania, ha sido formada alrededor de Putin una gran coalición: una especie de no santa, pero sí diabólica alianza, comandada desde Moscú, y protegida económica y militarmente desde Peking. Una alianza no concebida en torno a ideales o intereses comunes sino por un solo punto negativo: la negación de la democracia liberal. Pongamos un ejemplo: ¿Cómo se explica la intensa “amistad” entre dos países muy alejados uno del otro como son Irán y Venezuela? Desde un punto de vista cultural, son dos naciones antagónicas. Lo mismo desde uno ideológico. ¿Qué los une? Solo una cosa: un profundo miedo, transformado en odio, a la democracia liberal. Lo mismo sucede entre diversas naciones del “bloque pro-Putin”. La que gira en torno a la Rusia de Putin es una alianza negativa: una coalición internacional de las dictaduras del orbe. O si se prefiere: una enorme contrarrevolución antidemocrática a escala mundial.

4. Tampoco debe haber pasado por alto a Putin que las democracias liberales, justamente por ser liberales, carecen de medios para oponerse a los movimientos antidemócratas. Hay que tener en cuenta que antes de la llegada de Trump al poder en los Estados Unidos, diversos partidos proPutin ya eran gobierno en Europa. Probablemente ese proceso continuará. De más está decir que los movimientos proTrump y proPutin son casi siempre los mismos. En cierto modo los antiliberales hacen uso del liberalismo para imponer a sus Gobiernos antiliberales. La verdad es que Putin no siempre necesitará de las armas para anexar Gobiernos ayer democráticos. Le basta apoyar y financiar a sus caballos de Troya. En Alemania, por ejemplo, apoya a tres extremos: a la ultraderecha de AFD, a la izquierda de la putinista Sarah Wagenknecht y a la fracción putinista interna de la socialdemocracia. En Francia hace lo mismo, apoya a Le Pen y a Melenchon a la vez.


5. A primera vista las democracias liberales parecen haber sido encerradas en un círculo vicioso: si generan medidas en contra de sus enemigos externos, están condenadas a negarse a sí mismas como liberales. Si en cambio aceptan a sus enemigos están condenadas a ser destruidas interiormente por ellos. ¿Cómo puede una democracia liberal defenderse a sí misma? En ese punto parece primar un mal entendido, y es el siguiente: la democracia liberal no es la democracia “en sí”; es solo una forma ideológica de la democracia, pero no la democracia. Eso significa que la verdadera democracia no es la liberal sino la constitucional y por ende, la institucional. La diferencia es esta: El liberalismo político consagra las libertades y los derechos del ser ciudadano. La democracia constitucional, en cambio, los acepta pero a la vez los limita. Una Constitución puede estar impregnada por la liberalidad, pero no puede ser libertaria ni libertarista.

6. Ahora bien, si la ideología liberal no puede defenderse a sí misma, toda democracia constitucional integra en sí los mecanismos necesarios para su autodefensa. Visto de esta manera, lo que está en juego no es la pervivencia de una ideología, en este caso la del liberalismo político, sino la estructura institucional de toda democracia. Eso quiere decir: los enemigos internos y externos de la democracia no atentan en contra de una ideología sino en contra de las constituciones, las leyes, y las instituciones, es decir, no en contra de la liberalidad sino en contra de la soberanía interna y externa de cada nación. De lo que se trata, dicho en breve, frente a la avanzada autocrática, es defender la soberanía del Estado nacional o, lo que es parecido, que internamente ese estado no sea sobrepasado por movimientos antidemocráticos y que exteriormente sea capaz de detener las amenazas que provienen de las dictaduras dirigidas por el eje ruso, chino, coreano e iraquí.

7. La democracia, bajo las condiciones determinadas por una guerra o por una preguerra ha pasado a su modo defensivo de ser. Pues bien, toda democracia constitucional —a diferencia de una puramente liberal— dispone de mecanismos constitucionales para defenderse. Estos mecanismos están inscritos en las llamadas leyes de excepción, las que pueden ser dictadas en condiciones límites como catástrofes naturales, pero también —y sobre todo— frente a las amenazas que provienen de Estados enemigos. O dicho de modo escueto: así como en una guerra hay una economía de guerra, en toda democracia acosada por enemigos internos y externos, debe haber una política de guerra.

8. La democracia constitucional está amenazada en estos momentos, sobre todo en Europa, por una coalición militar dirigida por la Rusia Imperial. Ha llegado la hora entonces de imponer, en la mayoría de los países democráticos europeos, el estado de excepción; uno que no puede ser liberal pero sí puede y debe ser constitucional. Churchill ayer, Zelenski hoy, han aplicado leyes excepcionales, pero no en contra sino en defensa de la democracia, objetivo que requiere como condición la soberanía de las naciones. Soberano en tiempos de paz es el pueblo en la elección de sus políticos así como soberano en tiempos de guerra es un gobierno en condiciones de dictar el estado de excepción.

9. Naturalmente, muchas libertades propias al orden liberal no deben ser suprimidas bajo un estado de excepción, pero si pueden y deben ser delimitadas. Para poner ejemplos, la libertad de prensa no debe llevar a aceptar la repartición de noticias falsas solamente porque son lucrativas para sus emisores. Tampoco puede ser posible, como está ocurriendo en diversos países europeos, que a los dirigentes de partidos putinistas le sean concedidos el doble de pantallas televisivas —es el caso de Alemania y Francia— solo porque aumentan el número de sus seguidores. Del mismo modo, el debate público debe por supuesto mantenerse; pero hay materias que solo pueden ser discutidas a puertas cerradas. En Alemania circula el cuento de que Putin no tiene espías pues le basta leer los diarios de cada país. Como dijo Zelenski, “sobre el envío de armas se debe hablar menos y enviar más”. Y no por último, los partidos democráticos, sean de izquierda o derecha, deben tender una suerte de cordón sanitario que, en tiempos de guerra o de preguerra, impida concertar alianzas con partidos que colaboran con el enemigo externo, como son los partidos afiliados a la internacional putinista europea. En tiempos de paz, todos los partidos que forman parte del orden existente pueden ser coalicionables entre sí; pero en tiempos de guerra, no.

10. Lo que es válido para las instituciones nacionales debe serlo también para las internacionales. Estas, bajo un estado de excepción democrático, deben conservar todas sus prerrogativas y derechos, pero no deben ser convertidas en organismos ejecutivos que pasen por sobre las resoluciones adoptadas por los Gobiernos de los países miembros. En la Unión Europea, por ejemplo, las resoluciones deben resultar de imposibles acuerdos absolutos, a diferencia de los parlamentos nacionales donde bastan mayorías relativas. La función de la UE es consagrar los acuerdos acordados entre los Gobiernos, no determinarlos. Los partidos de la UE partidarios o amigos del Gobierno ruso y por lo mismo, enemigos internos de la UE han formado coaliciones externa donde son adoptadas resoluciones contrarias a la UE. Desde el punto de vista de ellos, tienen razón. En lugar de criticarlos, los partidos del bloque democrático deberían formar coaliciones laterales (incluso multilaterales) independientes o paralelas a la UE, institución que debe seguir siendo un foro continental, como son las Naciones Unidas a nivel mundial. Puede, claro está, que alguna vez la UE se convierta en el supragobierno de Europa. Pero en un marco sobredeterminado por la guerra, eso no es posible.

11. No todos los países del bloque democrático están expuestos a la misma intensidad bélica que viene de la Rusia de Putin. Los países bálticos y escandinavos, seguidos por la reciente democracia polaca, sienten desde mucho más cerca el propósito de la tiranía rusa, orientado a integrar en su órbita a toda la que fue la zona imperial del zarismo. No es el caso de Alemania, Francia o Italia. Los primeros no pueden ajustarse a resoluciones emanadas de la UE, o de otros países que posterguen las urgencias nacionales de este bloque. El llamado del ministro de Defensa alemán, Pictorius, a sus colegas de Francia, Inglaterra, Italia y Polonia, a coordinar no solo los gastos sino los actos de defensa, apuntan en la dirección correcta. Lo mismo están haciendo los partidos de países que ayer formaron parte del imperio zarista o stalinista. Están en su derecho y en su deber.

12. Los desafíos y sacrificios a que serán sometidas las democracias del mundo, sobre todo las europeas, ante el problema del aumento de la ola antidemocrática e incluso autocratización de antiguas democracias, como podría ser la norteamericana, serán enormes. Por de pronto, todos se verán obligados a aumentar los presupuestos militares, mucho más allá del 2% promedio. El desvío de esos gastos implicará reducir cuotas destinadas al gasto público y social. Para afrontar esos dilemas se requiere de Gobiernos fuertes y no débiles, vale decir Gobiernos que puedan enfrentar la arremetida de los partidos extremistas y populistas alineados en torno a Putin. A fin de llevar a cabo esa gigantesca tarea urge una colaboración cada vez más intensa entre los partidos democráticos de cada nación. Como demuestran los Gobiernos de Francia y Polonia y en poco tiempo seguramente también Alemania, la hora de los Gobiernos partidistas deberá ceder el paso a la hora de las grandes coaliciones: frentes amplios, frentes democráticos o frentes populares, en condiciones de cerrar el paso a la antidemocracia dependiente de Moscú.

13. Bajo un estado de excepción —sin duda la norma del futuro más próximo— es evidente que el espacio del Ejecutivo, aún en naciones parlamentaristas, deberá aumentar, bajando durante un tiempo el rol discutitivo del Parlamento. Pero esto solo deberá ocurrir en materias atingentes a la guerra. Este cambio solo podrá ser logrado de acuerdo y no en contra de los diversos parlamentos. La tarea, como ha sido dicho, no es disminuir el campo de la democracia sino fortalecer sus mecanismos de defensa, aunque eso no siempre concuerde con el credo liberal.

14. Si estamos de acuerdo en que la política es representativa y que por eso mismo es antropomórfica, debemos deducir que la política en tiempos de guerra requiere urgentemente de liderazgos, sean estos individuales o colectivos. Ahora bien, bajo liderazgo no entendemos la presencia de caudillos eufóricos, sino instancias de conducción que operen en comunicación directa entre Gobierno y ciudadanía. Podríamos decir que un gobernante, sea un líder o no, deberá asumir durante un periodo de alta tensión bélica, funciones de liderazgo. Podríamos hablar también de liderazgos en un sentido pedagógico, sobre todo si tenemos en cuenta que en una política, bajo el imperio de una guerra latente o existente, deberán ser impuestas muchas medidas que no son precisamente populares. Bajo esas condiciones los líderes están obligados a estar siempre presentes explicando las razones que llevan a adoptar cada medida. En primer lugar deben exponer claramente que la nación enfrenta a enemigos y no a simples adversarios. Los adversarios son los enemigos en tiempos de paz. En tiempos de guerra son simplemente enemigos. En segundo lugar, han de decir que el propósito de ese enemigo es destruir las democracias y las instituciones que se ha dado Europa y otras naciones a partir del fin de la Segunda Guerra mundial. En tercer lugar, reiterar que la que tiene o tendrá lugar es o será una guerra defensiva, y que lo que está en juego no es solo Ucrania, sino la defensa de cada nación democrática. Europa, y otras naciones del orbe, requieren más que nunca de un patriotismo democrático. En fin, debemos recordar que hay tiempos de paz y tiempos de guerra. Confundir un tiempo con otro puede llevar a fatales consecuencias.

*Artículo publicado originalmente en el blog POLIS: Política y cultura.

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Fernando Mires

Fernando Mires

Historiador y escritor chileno. Profesor emérito de la universidad de Oldenburg, Alemania. Se diplomó como profesor de Historia y tiene estudios de postgrado en Historia Moderna. En 1991 recibió el titulo de Privat Dozent, el más alto grado académico que confieren las universidades alemanas.

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