7 de octubre 2020
NUEVA YORK – En su búsqueda del secreto de la democracia estadounidense en la década de 1830, el aristócrata francés Alexis de Tocqueville reflexionó sobre el importante papel que desempeñaba la religión en la vida americana. Por haber escapado de la autoridad del Papa, sostenía, los cristianos americanos estaban libres de toda autoridad religiosa. La cristiandad en el Nuevo Mundo, concluyó, solo se podía describir como «democrática y republicana».
Por republicana no se refería al partido republicano, por supuesto, sino a la forma republicana de gobierno. Y la mayoría de los cristianos que conoció eran protestantes. La República estadounidense fue fundada por protestantes y las elites americanas fueron, durante mucho tiempo, mayormente protestantes. Hasta ahora, John Fitzgerald Kennedy fue el único presidente católico y tuvo que afirmar públicamente durante su campaña electoral que su lealtad principal era hacia Estados Unidos y no Roma.
Pero algo extraordinario ocurrió desde que los protestantes fundaron la República en 1776. Cinco de los ocho jueces de la Corte Suprema son católicos... y pronto serán seis. El único protestante en la corte, Neil Gorsuch, fue criado como católico (Los otros dos jueces son judíos). Nancy Pelosi, portavoz de la Cámara de Representantes, es católica, al igual que el fiscal general de EE. UU., William Barr. Y Joe Biden, que podría llegar a ser el próximo presidente, también es católico.
¿Cómo se explica la aparición de tantos católicos en cargos importantes? ¿Qué significa? Como mínimo podemos decir que el dominio de las elites de blancos protestantes anglosajones (WASP, por su sigla en inglés) ha terminado. Los católicos, de los que en cierta época se desconfiaba y que a menudo eran excluidos de la vida pública debido a la supuesta incompatibilidad entre su fe y los principios democráticos liberales, ahora ocupan puestos clave.
Tocqueville, católico, no creía que el catolicismo fuera adverso a la democracia, especialmente en EE. UU. Por el contrario, decía que los católicos son más igualitarios que los protestantes, que valoran más la libertad individual que la igualdad social. Creía que los católicos del Nuevo Mundo, que a menudo procedían de comunidades pobres de inmigrantes, estaban perfectamente en sintonía con los ideales democráticos americanos.
De hecho, los católicos están tan divididos como los protestantes. Hay católicos de izquierda, católicos de derecha y todo lo que cabe entre ellos. A Biden, un hombre piadoso, sin tendencias radicales, le negaron la comunión el año pasado porque apoya el derecho de las mujeres al aborto. Para muchos otros católicos, incluida una considerable cantidad de latinos, su ferviente oposición al aborto es el motivo principal por el que apoyan a Donald Trump.
Biden y Pelosi son católicos liberales, como lo era Kennedy. También lo es Sonia Sotomayor, jueza de la Corte Suprema; pero muchos otros magistrados, al igual que el fiscal general y Steve Bannon, uno de los primeros asesores ideológicos de Trump, pertenecen a una variedad muy diferente del catolicismo, que a menudo no está de acuerdo con el actual líder de la Iglesia Católica, el Papa Francisco.
De hecho, Elizabeth Bruenig, una comentarista del New York Times, escribió recientemente que «la derecha católica ya no es claramente católica. Su política es prácticamente idéntica a la de los restantes miembros de la coalición cristiana de derecha».
En parte, esto es cierto: los católicos de derecha se han unido a los protestantes evangélicos, que ven a Trump como el profano salvador que derribará el derecho al aborto y las diversas barreras entre la Iglesia y el Estado. Pero afirmar que dejaron de ser evidentemente católicos es cuestionable.
La causa común entre los católicos reaccionarios y los enemigos protestantes del Estado secular se retrotrae a más de dos siglos atrás. Desde que la revolución francesa derrocó la autoridad de la Iglesia Católica junto con la de la monarquía absolutista, los reaccionarios católicos, incluidos los filósofos antirrenacentistas como Joseph de Maistre (1753-1821), han anhelado recuperar la posición central de la Iglesia en la vida política. De igual modo, los opositores protestantes de Thomas Jefferson lo tildaron de «infiel» y «anticristiano» por limitar la fe religiosa a la esfera privada.
Este desafío aparece nuevamente, incluso en la Corte Suprema de EE. UU., donde los jueces conservadores suelen ser hostiles a los grupos seculares, como si fueran enemigos bárbaros lanzados a destruir América. Barr, además, ha dado discursos sobre las ideas paganas que amenazan los valores «judeocristianos» en escuelas públicas y otras instituciones laicas.
El vicepresidente estadounidense Mike Pence, renacido evangelista y criado como católico, declaró ser «cristiano, conservador y republicano, en ese orden». Y la candidata de Trump como jueza de la Corte Suprema, Amy Coney Barrett, es miembro de People of Praise, un grupo de «católicos carismáticos» que se unieron a la fe católica con prácticas pentecostales, como el don de lenguas y la comunión directa con Dios.
Coney Barrett dijo que su religión no interferirá con sus deberes como jueza para decidir sobre cuestiones constitucionales, pero también les dijo a los estudiantes de derecho en la Universidad Católica de Notre Dame que «deben tener presente que su propósito fundamental en la vida no es el de ser abogados, sino el de conocer, amar y servir a Dios». Ha apoyado a quienes afirman que el derecho al aborto, protegido por la decisión de la corte en Roe v. Wade en 1973, es un pecado maligno, y firmó una apelación que condena al dictamen como «legado brutal» y solicita su anulación.
El problema, entonces, no es el catolicismo en sí, que puede ser muchas cosas. El problema es que quienes están en los puestos con mayor autoridad están tratando de eliminar las barreras entre la Iglesia y el Estado, erigidas con tanto cuidado por los fundadores estadounidenses para garantizar que sea el pueblo y no Dios quien gobierne.
Que la persona que trata de demoler la pared entre la Iglesia y el Estado sea Trump, a quien no se le conoce religión y que ha dañado más el orden moral que cualquiera de los enemigos seculares imaginados por Barr, debiera resultar extraño. Los caminos de Dios son difíciles de entender, pero muchos estadounidenses, tanto católicos como protestantes, están actualmente convencidos de que, por algún motivo, Él puso a Trump en la Casa Blanca.
*El último libro de Ian Buruma es A Tokyo Romance: A Memoir [Romance en Tokio: una autobiografía]. Copyright: Project Syndicate, 2020.