12 de noviembre 2019
En estos momentos (4:00 pm del domingo 10 de noviembre) la red mundial de la información, como de costumbre, comenzó a descargar sobre la conciencia de millones de personas sus esquemáticas y sesgadas versiones sobre los sucesos de Bolivia, y la renuncia forzada de su presidente Evo Morales. No hay mucha objetividad, sino la victoria de la “democracia” sobre la “dictadura". Poco o ningún señalamiento una de la fusión de dos factores políticos que, si en verdad son contradictorios, se complementan: a) la obcecación reeleccionista del propio Evo Morales; b) la conspiración reaccionaria internacional en alianza con las clases oligárquicas locales.
Pero no hay telaraña informativa única, hay versiones de otros signos, que solo apuntan hacia un blanco también esquemático: el imperialismo norteamericano y su instrumento continental, la OEA. Según el propio Evo, esta no llegó a efectuar una revisión electoral técnica, sino a poner en práctica una misión política preconcebida. Cierto o no, este no sería el problema principal, sino mero complemento.
Pienso que no han de ser pocos quienes, al leer esta opinión mía, pensarán que está influida por un sentimiento de izquierda, lo cual nunca antes he ocultado, tampoco ahora. Pero, este criterio sobre el caso boliviano ya lo externé aquí, en Confidencial, el 06 de junio del 2019. Lo recuerdo, como prueba de mi opinión crítica sobre Evo Morales ha sido la de siempre, al menos desde que este insistió en su cuarta reelección, burlando la prohibición constitucional, como aquí lo ha hecho Daniel Ortega. En aquella ocasión, intenté demostrar cómo era entonces, y sigue siendo, el ámbito histórico del fenómeno boliviano:
“En Bolivia marcha triunfante una revolución reivindicadora de las masas indígenas originarias que, en términos históricos, es la primera después de más de 500 años de luchas continentales frustradas, con retrocesos ahogados en sangre y finalmente traicionadas. Suficiente motivo para ganar admiración y solidaridad, pero –para los enemigos comunes de nuestros pueblos mestizos y de sus diferentes etnias— motivan también su odio y sus ataques, como lo amerita todo proceso revolucionario y progresista desde la óptica imperial”.
Eso, no variado nada en la actualidad. Y, entonces, inicié mi crítica a Evo por su empeño en una cuarta reelección, así:
“El indígena Evo Morales, por ser su líder indiscutible, comparte ese odio y esos ataques en la misma medida que se ha ganado la admiración y el respeto de la humanidad progresista. No obstante el apoyo, respeto y agradecimiento que su pueblo le ha demostrado a Evo, votando por él en tres elecciones y no hay indicios de que no lo vaya votar de nuevo una cuarta vez, (por lo que) no es difícil imaginar cierto irrespeto hacia sus propios compañeros de lucha y expone los triunfos políticos y económicos alcanzados, los que importan más que los éxitos personales.
“También les agrega pretextos a los enemigos internos y externos, no solo de las masas indígenas, sino a todo el proceso de avance social o, por lo menos, le atravesarían otros obstáculos. Es cierto que se trata, una vez más, de hacer una demostración de la voluntad popular y un acto de soberanía nacional, pero los derechos conquistados con toda legitimidad no están garantizados para siempre en un mundo aún dominado en gran parte por el capitalismo y la otra parte –en especial nuestro subcontinente— vive bajo el asedio imperial y una reacción interna que, en Bolivia, no ha perdido el poder económico ni se resigna el haber perdido el poder político.
“Está demostrado –y los nicaragüenses lo sabemos bien— que donde las emotividades se imponen al pensamiento dialéctico, no hay auténtica revolución ni proceso que lo resista. Por desgracia, el parentesco entre reelección y autoritarismo es fuerte; entre autoritarismo y burocratismo hay una hermandad; pero entre ese tipo de hermandad y la corrupción… ¡degenera fácil en familiaridad mafiosa! Los nicas, también lo sabemos muy bien, demasiado bien.
“Con este criterio no caigo en fatalismos ni en miopías blanco y negro, sencillamente, porque la reelección y la no reelección no son biblias de dos religiones, cuando se habla de política. Y la política, tampoco es el padre nuestro, invariable en cualquier época y condiciones, sino la capacidad de actuar creando y recreando situaciones en las cuales la lucha por las transformaciones revolucionarias no se pierda por miopías ni sectarismos”.
Ahora, sigo opinando igual. En Bolivia las transformaciones sociales ganadas por el pueblo y –principalmente— por la población originaria, están amenazadas por culpa de una actitud miope y sectaria de Evo Morales, y de quienes les han rodeado de modo ciego y sin ninguna autocrítica partidaria.
Si la similitud de la ambición continuista de Evo Morales y la de Daniel Ortega en cierta, no se compara la reacción civilizada de Evo, quien prefirió renunciar, antes que sacrificar las vidas de su pueblo armando a sus partidarios para matar opositores; más bien llamó a dialogar, pero el plan de provocar violencia, ya no lo podía detener. Todo lo contrario a lo que está haciendo Daniel, quien se niega a negociar, viola acuerdos y no cesa la persecución y el asedio contra sus opositores.
El movimiento opositor nicaragüense, en nada se asemeja a la racista y violenta oposición boliviana, que no solo se negó a negociar, sino arremetió cometiendo toda clase de tropelías. Mientras aquí, el movimiento popular anti dictatorial ha demostrado, por más de un año, su rechazo a la violencia y su exigencia de una solución pacífica y política a la crisis social en marcha por culpa de los dictadores Ortega-Murillo; ellos, causan más violencia.
En cuanto al futuro, aún incierta de la crisis boliviana planteada por la renuncia de Evo Morales y la de todos los cargos que por mandato constitucional podrían haber asumido la presidencia provisional. De cualquier manera que se normalice Bolivia, es razonable esperar que la clasista y reaccionaria oposición, al convertirse en las fuerzas dominantes, las conquistas sociales y étnicas alcanzadas bajo la presidencia de Evo, intentarán desconocerlas parcial o totalmente. Y no sería sin consecuencias.
Las conquistas sociales, correrán la suerte que los mismos sectores sociales y étnicos decidan: si bajan la guardia ante esta ofensiva, las pierden; si retoman la lucha organizada que se las conquistó, durante los casi catorce años de la presidencia de Evo Morales, las salvarán. Para tener éxito, deberá echar a un lado las aberraciones políticas, corregir el afán continuista que estimuló a la reacción. Y, a su manera, la derecha mundial seguirá tratando de ocultar los intereses que están en pos de los recursos naturales nacionalizados de Bolivia.
Con seguridad, lecciones como esta, que la historia ha dejado a Evo y a los bolivianos, no serán en vano. Pero luce imposible, que Daniel pueda tomar la lección, porque ni siquiera tiene el interés de negociar una solución menos pacífica, menos tiene la ética para renunciar; a diferencia de Evo, es él quien promueve la violencia. De parte de la oposición, que nunca ha tomado la violencia como medio de lucha, el ejemplo de la oposición destructora boliviana no le sirve a su causa.
De todos modos, la historia no cobra nada por sus lecciones. Las toma quien piensa honestamente; las rechazan los obcecados, fanáticos y ambicioso.